Están en todas partes y en modalidades tan variadas que fácilmente se pueden confundir con un burócrata, un oportunista o un simple interesado. El arribista es un ser mucho más complejo y sagaz, pues además de buscar ascenso social a partir de la cercanía con determinadas personas, especialmente políticos e individuos con poder, lo obtienen con el menor esfuerzo posible. Pertenecen a la variación humanoide de moluscos terrestres de la familia de los gastrópodos, especie que se caracteriza por la amplitud del estomago, la capacidad de torsión, la visión por tentáculos y el largo periodo larvario.

Alguien dijo que el arribista tiene contactos en lugar de amigospuesto que su fin es arribar a como dé lugar al difícil puerto de la seguridad personal. Son seres bicéfalos que albergan una filosofía distinta por cada cabeza para que en caso de peligro uno de esos promontorios descanse a salvo sobre una almohada de plumas.   

No valen la pena y no me ocuparía de ellos salvo porque quiero identificar el inmenso daño que esos personajes siniestros le hacen a las grandes naciones y los pequeños poblados como el nuestro con la propagación del virus de la lambonería entonado por un coro de voces que aceita las maquinarias a cambio de prebendas. Ellos son los peldaños invisibles por donde se asciende hacia una tiranía sutil construida con halagos.

Están los arribistas “genéricos” cuya supervivencia está ligada a las matemáticas ascendentes, se hacen amigos de A para que le presente a B y obtener ganancias de C (internamente creen que C es estúpido) pero harán todo lo posible para mantener la exclusividad de esta relación con una cerca de alambre de púas que C jamás verá. Este arribista pertenece a la escala más baja de la jerarquía y es de lejos el más peligroso por su tendencia natural a la deslealtad. Aquí se ubican los sicarios materiales y morales, los “funcionalistas” que se lavan las manos con el sistema, los portadores del desprestigio ajeno hasta el lame suelas cuya única función es “hablar al oído”.

Los hay multimarcas que son los arribistas que sienten fijación por la ropa, los objetos, la textura del pelo. Son alegres, se mezclan en fiestas, cócteles y en lugares que les dan una suave sensación de “exclusividad”, hacen chistes sobre temas dolorosos y aunque pueden sentarse en un pretil como demostración de una impostada amplitud mental, jamás invitarían a su casa a nadie que no les ofrezca suficiente brillo para la luz artificial de los reflectores. Detestan los oficios artesanales y hacen cara de asco cuando se les habla de un compositor que murió en la más absurda miseria mientras ellos mismos tararean sus canciones. Estos individuos son la sangre del verbo “consumir”, la misma que empaña los ojos de los niños cuando miran de lejos y con deseo las vitrinas de los almacenes de las grandes ciudades.

Los arribistas políticos son los más evidentes, se reconocen porque son asiduos visitantes de carnavales, petronios, fiestas del bambuco, treinta y uno de diciembre en Cartagena y festivales vallenatos, lo hacen para “relacionarse” como en cualquier club social. Los he visto fumar habanos sin tener idea del significado de un “tabaco de distancia”. Son temerarios musicales y tienen el habito de pactar el desangre de un país con un vaso de whisky en la mano. Sus contabilidades van en todas las direcciones. Requieren súbditos que permanecen amaestrados en lúgubres oficinas donde todos esperan que algún día llueva pa’ arriba y a algún tarado se le ocurra postularlos para presidente. Llevan la gramática a la permanente exageración de la conjugación personal del pronombre posesivo; mis hombres, mi gente, mi patria, mi pueblo… mi indiferencia.

Los arribistas etéreos son intelectuales, artistas y pensadores que guiados por la estampa de la celebridad caen en el peligroso juego de la justificación. Se benefician por los laditos y se maceran en el temor del abismo a la pobreza. Son cazadores de enemigos que cultivan con el cinismo de un sabelotodos de museo donde cuelgan las críticas de todo tipo. Suelen andar en manadas, alimentarse en gavilla y alinearse contra todo lo que no tenga aroma de inmortalidad.

También están los arribistas por “empalme”, son aquellos que piensan que con un poco de osmosis sexual se adquieren las habilidades, derechos y características de un “otro” sobre el que se parasita sin remedio. Son los menos dañinos pero los más fastidiosos. Ellos han desprestigiado la palabra “amor” trasteándola de aquí para allá en un almibarado carrito de paletas que la conduce al patíbulo donde mueren las falsas historias.

No se preocupe, amigo, todos nos hemos parado en alguna estación. No significa que Usted no deba tomarse una fotografía con personajes visibles, revisteros y faranduleros para evitar la sospecha de la condición de arribista, claro que no, pero sea amigo de verdad con las consecuencias que eso implica. Si va a fungir de escolta moral hágalo desde la incorruptible condición de amigo y recuerde que el antónimo de la palabra amigo no es enemigo es: arribista.