El presidente Santos es bueno para las segundas vueltas, por eso creo que con su sensibilidad de jugador de póker hará de este momento una oportunidad histórica tal como anunció en su discurso de aceptación de los resultados del plebiscito. No obstante deberá lidiar con el temperamento estacional del país adolescente que gobierna.
Los resultados de la votación revelaron que más de 20 millones de ciudadanos con su abstención dijeron que no creen, no les interesa o no les importan las decisiones políticas. Se guían por una agenda personal que consolidan en las conversaciones en tiendas, esquinas y paradas de buses. Así, el futuro se define en la plaza de la última hora.
Algunos columnistas aseguran que con el fin del conflicto entraremos al terreno de la vida adulta, lo que quiere decir que hoy nos reconocemos como adolescentes históricos, marcados por la memoria de la infancia y los interrogantes de la edad adulta. Somos adolescentes que escriben en una libreta el nombre de su amor platónico tantas veces que la libreta no parece de su propiedad. Vitales y postergados al mismo tiempo, nos enfrentamos a un mundo que exhala alcanfor en el largo bostezo de las decisiones políticas.
Más terrible que la victoria del No en las pasadas elecciones sobre el plebiscito fue la comprobación de que somos un país con poca capacidad de lectura y con menos capacidad de síntesis. En un Estado adulto hubiese bastado la voluntad de acordar, la definición de los temas sujetos a compromisos y el inventario de beneficios para la sociedad civil con el fin de lograr su perfeccionamiento. Desarmar la guerrilla más antigua de América es un logro sin precedentes.
Sin embargo, envolvimos los acuerdos en una especie de libro de 270 páginas destinado a ser leído tan solo por el 30% de la población. El mismo porcentaje de ciudadanos que tiene la posibilidad desdeñada de leer de manera asidua los diarios nacionales, revisar internet y ojear las dos o tres revistas de información política de mayor relevancia, con el agravante de que leídas no significa comprendidas.
El documento pactado entre las Farc y el gobierno colombiano es coherente de principio a fin, narrado, eso sí, con una retórica tan reiterativa típica de la legislación colombiana que la alejó de las bases populares, palideciendo frente a las sentencias simplistas que argumentaron los del No.
El solo índice consta de 22 páginas más preámbulo y una introducción que contiene la metodología de lectura. A la altura de la página 193 se incluyen más de cien páginas de anexos con protocolos, glosario, cronogramas y arreglos de procedimiento, a mi juicio, una saturación de textos que dificultó ver la hermosa simpleza de lo acordado: poner fin a una guerra de colombianos contra colombianos que lleva más de 50 años.
Los acuerdos fundamentales están planteados en seis premisas básicas que sin ningún tipo de reduccionismos se explican desde su enunciación:
1) Reforma rural integra, 2) Participación en política, 3) Fin del Conflicto: Cese al fuego bilateral, dejación de armas y construcción de garantías de seguridad contra las organizaciones criminales responsables de homicidios y masacres que amenazan los acuerdos de paz, 4) Solución al problema de las drogas ilícitas, 5) Víctimas y creación del sistema integral de verdad, justicia, reparación y no repetición, 6) Mecanismos de implementación y verificación.
¿Quién puede decir que estos no son los temas que el país necesita afrontar? ¡Nadie en su sano juicio! Sin embargo respondimos a la convocatoria más importante del país como lo haría un adolescente promedio que pospone una obligación moral por razones de sueño, rasquiña, lluvia, cansancio o pereza a la lectura. Unido a una campaña malsana que enfrentó por primera vez en lo que va de este siglo la retórica legal contra la retórica religiosa, con argumentos tan pueriles como el infierno, el entreguismo y toda la sarta de bobadas que vociferaron quienes carecen de argumentos, acostumbrados como estamos a la venta al por mayor, a lo grandilocuente, lo magnificado… perder fue un asunto de horas.
Por otro lado los ciento setenta mil novecientos cuarenta y seis votos (170.940) nulos por equivocaciones al marcar el tarjetón ponen en evidencia la crisis del pensamiento lógico que padecemos. Como dice mi amiga Edna Rueda, si nos hacen una pregunta de selección múltiple donde solo aparece la opción A y nos equivocamos, quiere decir que la cosa está grave, muy grave.
Ahora, lo bueno de la adolescencia es la radicalidad contra el conformismo, contra la última palabra y la obediencia ciega. Que nadie crea que ha ganado porque me quedé dormido. La apoteósica marcha estudiantil del 5 de octubre nos ofrece la verdadera visión de nuestra naturaleza y de lo que somos capaces de hacer cuando estamos en la lona y con el pie del agresor sobre el cuello.
Me gustaría saber en qué tipo de adulto nos convertiremos. Preferiría uno con una gran consciencia por el otro. Tal vez más lento, reflexivo, menos melodramático, más sensual que irascible, sin la crueldad de la venganza y con mayor nobleza en las acciones. Así seremos cuando seamos grandes y llegue la tan llamada adultez, mientras tanto debemos lidiar con la esperanza. Como dijo Iván Darío Álvarez en un post compartido por el mejor poeta y amigo Juan Manuel Roca: Ya tenemos el Nobel ahora nos falta la Paz!