I
En los roces de ese pensamiento,
se definían unas inconstancias súbitas,
recuerdos fragmentados sobre el ocaso intenso
que desataban con furor sus mareados anhelos.
Perdidos entre la espesura de los desencuentros,
como inquietos desconocedores de un corazón olvidado,
despertarían su alevosía ciega de deseos
en medio de la circunstancial noche del abandono.
La crudeza con la que compartían sus palabras
y que rompían el silencio con visceral crueldad
eran reveladoras verdades de instantes abrasivos,
sendas imaginaciones de la desaparecida intensidad.
Sus tactos concretaban el desenfreno cautivado,
las ansias despojadas de necesidad,
cuando las sonrisas de la aproximación absurda
desvestían el sentido de la segadora realidad.
II
Desde ese momento pertenecían sus corazones al placer, al recóndito gozo de conocer y desconocer en un solo segundo porque las posibilidades de un encuentro condenado a verter sueños anclados a una memoria obstinada, incrementan los caminos de las alternativas impredecibles, el olvido tuyo y mío aparecido y desvanecido sobre cada labio que separó las ensoñaciones que pertenecían a un mismo espíritu.