Ingresa o regístrate acá para seguir este blog.
Colombia estrena un nuevo gobierno denominado como progresista, pero que en realidad recicla muchos de los personajes de la vieja izquierda tradicional del país y, así mismo, muchos de los partidos tradicionales que han hecho de la política un modus vivendi que les permite mutar desde cualquier espectro ideológico con el propósito de garantizarse cargos burocráticos y el sostenimiento del clientelismo, asegurándose el acceso a la esfera de los recursos y cargos públicos. Un sistema que alcanzó su cúspide durante el periodo del expresidente Juan Manuel Santos y que se definió como la mermelada. Una triste descripción de la política colombiana que simboliza los intereses y la feudalización de la política en la democracia en América Latina.
Por otro lado, los titulares del mundo comentan la noticia de que, en Colombia, por primera vez en la historia del país llega al poder una coalición de izquierda, aunque más allá del punch publicitario, quien se logra adentrar y conocer los nombres de quienes integran la estructura de poder con la cual el presidente electo Gustavo Petro ganó en las elecciones, se da cuenta que son políticos de esa vieja élite tan repudiada por los electores, pero que de forma maquiavélica al mejor estilo de “el fin justifica los medios”, permitieron que el candidato Petro lograra tras un tercer intento no naufragar nuevamente en las presidenciales, aunque su victoria electoral solo superó por menos del 5% de diferencia a su competidor.
Pero este fenómeno político que inicia en Colombia con grandes expectativas y esperanzas por parte de la población que votó al presidente Gustavo Petro, con un fuerte anhelo de cambio, debe tener en cuenta que en América Latina ya se ha experimentado con dicha formula durante las últimas dos décadas. Sin caer en el extremo de comparar la democracia colombiana con la dictadura venezolana, tenemos otros casos como la Argentina de Néstor y Cristina Kirchner (12 años en el poder), el Brasil de Lula da Silva y Dilma Rousseff (13 años en el poder), y en Ecuador los diez años de Rafael Correa; gobiernos que de manera populista pronunciaban su entrega y sacrificio en gobernar para el pueblo, pero que poco o nada hicieron para solucionar las crisis económicas, los índices de violencia y pobreza de sus respectivos países, y que, por el contrario, se vieron envueltos en escándalos de corrupción, el incremento exacerbado del gasto público y una inflación que destruyó la capacidad económica de su población. Recientemente, con la llegada al poder de Gabriel Boric en Chile y Pedro Castillo en Perú, por movimientos sociales insatisfechos con los sectores políticos tradicionales, sufren para sobrevivir a la realidad política y económica, sin poder superar las utopías del discurso.
La política en América Latina debe en todo caso alejarse del mesianismo de los lideres carismáticos, y olvidarse de una visión medieval del elegido que retornara la prosperidad a la sociedad por el simple deseo de su voluntad. Así, como en Estados Unidos la elección de Barack Obama, quien se convirtió en el primer presidente afrodescendiente, fue un suceso celebrado con el rotulo de hecho histórico, en nada cambió la realidad de las poblaciones afrodescendientes en ese país. En Colombia, se celebra la llegada de la primera vicepresidenta afrodescendiente en el país, ¿acaso eso sirve de algo para las soluciones reales de la población? La sociedad colombiana debe entender que esos hechos son anécdotas y de nada sirven si no ayudan a solucionar los problemas reales de la sociedad.
Esperemos que el nuevo gobierno construya a futuro y no guíe al país a un salto atrás lleno de incertidumbres.
Esperemos, como dice el viejo refrán, que el remedio no sea peor que la enfermedad.