La reciente elección presidencial en Brasil donde resultó elegido nuevamente Lula Da Silva, después de protagonizar el escándalo de corrupción más grande del país conocido como “Lava Jato”, y que se extendió por varios países de América Latina, involucrando a varios políticos y expresidentes del continente quienes financiaron campañas y obtuvieron sobornos de la empresa Odebrecht, es una muestra más de que las democracias latinoamericanas se encuentran en su punto más bajo. Pero la responsabilidad no es sólo de los políticos de izquierda, que bajo su discurso prometen una justicia social y una promesa de igualdad que nunca llega, también la oposición que por descarte se denomina como derecha y todos sus espectros (extrema o ultra dependiendo de la propaganda de izquierda), permite analizar la profunda crisis de la sociedad en América Latina, donde las líneas ideológicas desaparecen bajo el naturalizado abrigo de la corrupción que se presenta en todos los niveles del Estado.

Los políticos del continente llegan al poder con la única intención de afianzar su poder económico, crear dinastías familiares y una red de cargos y ministerios que reparten como botín de guerra una vez que se acomodan en sus puestos, indistintamente de los bandos ideológicos que dicen representar, abusando cínicamente de la función que ostentan como “servidores públicos”. El resultado, sin importar sus promesas, es la acumulación de enormes riquezas y capitales, tal como lo demuestra la extensa tradición del peronismo y el kirchnerismo en Argentina o el bipartidismo que caracterizó a países como Colombia. Sin embargo, es incomprensible cómo al ganar la elección presidencial Lula Da Silva, la gente se arrojó a las calles llorando y aclamando una victoria en la que, tal y como sucedió en los dos periodos presidenciales anteriores, no se resolverán los problemas de pobreza y criminalidad en azotan a los sectores más pobres del Brasil.

Pero ese país esta fiesta y todos los presidentes de izquierda del hemisferio celebran ¿Cuál es la razón del festejo? La cuestión radica en que desde hace décadas (por no decir siglos) la política de América Latina dejó de ser racional o funcional para el bienestar del conjunto de la población, para convertirse en un desborde exaltado que ha llevado a nuestros países a numerosas guerras civiles, donde los políticos aprovechan para alimentar el resentimiento de los sectores sociales que manipulan mientras llenan sus bolsillos. La política también se ha vuelto un régimen de elección donde políticos mediocres que disputan puestos claves para el desarrollo y bienestar de nuestros países, transformando al sistema electoral en una trampa donde no importa quien resulta ganador, el efecto de crisis y retroceso siempre es el mismo.

Ante el demostrado fracaso de la izquierda en América Latina, ¿Qué otra opción queda? El panorama es desalentador, mientras que en países como Colombia la oposición se vende por la asignación de ministerios y cargos públicos, o sencillamente el otorgamiento de contratos mediante el institucionalizado sistema de la “mermelada”; en el peor de los casos, los partidos de la oposición se enfrascan en posturas radicales como antiaborto, antivacunas, antiglobalización, etc., llevándonos a un camino de dos bandos intransigentes, dejando sin una opción equilibrada a los votantes. El mejor ejemplo fue la disputa entre los candidatos Bolsonaro y Lula en Brasil, Boric y Kast en Chile, Fernández y Macri en Argentina, por sólo dar algunos ejemplos del bizantino debate entre “izquierda vs derecha”. Pero esto va más allá, incluso en los Estados Unidos la última elección presidencial enfrentó a Joe Biden y Donald Trump, llevando a la política de ese país a tocar definitivamente fondo. La crisis política se extiende incluso a países como el Reino Unido o Italia, donde ha transcurrido un desfile de dimisiones y nuevos primeros ministros, escandalo tras escándalo. Lo mismo se aplica al Perú donde la inestabilidad política ha llevado a contar un presidente por año desde 2018.

La izquierda bajo la pretensión de ser el modelo de la moralidad y la ética de la sociedad (defendiendo un sistema político que ha fracasado en todos los países donde por desgracia se aplicaron sus ideas económicas), se enfrenta a una supuesta derecha caracterizada por la intransigencia religiosa (catalogada como fascista) incapaz de flexibilizarse y adaptarse a los nuevos desafíos de la sociedad. Ambos bandos se estancan en un maniqueísmo que únicamente los enfrenta en el discurso, porque a la final, parece que la motivación de ambos es saquear las arcas del Estado y disfrutar de los privilegios que les otorga llegar al poder. Mientras que campesinos, obreros, profesionales o quienes posan de intelectuales, se llenan de fanatismo y eligen a corruptos probados solo por ubicarse en su bando político predilecto.

En síntesis, la política como uno de los campos donde se expresa y la cultura y la sociedad humana, parece descender en un profundo estado de mediocridad, un síntoma de la sociedad actual que se percibe en otros ámbitos de la sociedad, la cultura, la música y el deporte, y por supuesto como lo mencione, también en la política.