La política en América Latina se ha caracterizado desde el siglo XIX por un constante nepotismo ejercido por quienes asumen la presidencia de sus múltiples repúblicas. Esa ambición desmedida de llegar al poder y repartir puestos y cargos públicos como botín de guerra, aislando al partido político rival, fue una de las razones por las cuales el continente estuvo plagado de guerras civiles durante su primer siglo de organización republicana. Debido a ese principio, surgió el denominado caudillismo que se mantiene vivo en el presente con el actual clientelismo político. Una practica lamentable que se ha extendido como un virus en nuestra sociedad y se ha consolidado como una referencia cultural latinoamericana, donde la viveza de quienes siguen el camino fácil e ilegal, es premiado con la obtención de una mayor recompensa, comportamiento que se impone al de quienes, por principios éticos y morales, deciden seguir el camino del respeto a la norma sin buscar su propio beneficio pasando por encima de quien sea, empleando la mentira, la traición, el robo o incluso quitándole la vida a quien se cruce en su camino.

Parece contradictorio que sea la misma población, la que elija a sus verdugos en cada proceso electoral desde el presidente hasta los concejales de los pueblos más pequeños en medio de la nada. Las razones de este comportamiento pueden rastrearse en una falta de madurez democrática de nuestro continente. La ignorancia y la precaria educación son utilizadas como posibles causas, pero resulta que son esos políticos formados en las más costosas y reputadas universidades los que saquean sin ningún remordimiento las riquezas de sus naciones. Esa ambición desmedida de los lideres políticos y la inmadurez democrática de su población, es la misma que ha llevado a varios países por el transito de las dictaduras militares o regímenes populistas y totalitarios de izquierda. La política parece regida por las emociones de simpatía o repudio hacia un personaje o una ideología. Aún peor, es cuando el político remueve las emociones más desdeñables de la sociedad como la envidia, el resentimiento o el discurso de venganza y revanchismo contra quienes son caracterizados como enemigos.

Durante los últimos dos siglos de vida republicana, nos han enseñado que los españoles se robaron nuestro oro y saquearon todo lo de valor en nuestro continente, y de allí supuestamente proviene el origen de todas nuestras miserias. Por lo anterior, los malvados imperialistas españoles deben pagarnos y pedir perdón, una frase que gritan los políticos latinoamericanos, culpando a quienes hace siglos dejaron de manejar las riquezas del continente. Pero entonces surge la pregunta, ¿quién se ha robado las riquezas que ha producido el continente americano en los últimos doscientos años? Respuesta fácil: el imperialismo británico y los Estados Unidos con su capitalismo salvaje. Entonces, ¿serán ellos los que se roban el dinero destinado a la construcción de acueductos, carreteras, escuelas y hospitales en los pueblos pobres de América Latina? Evidentemente el análisis histórico demuestra que no.

Vemos como en Argentina, un sector de la población se lanza a las calles a protestar por la condena recibida por la vicepresidenta Cristina Kirchner, a pesar de estar sobradamente probado un escándalo de corrupción nunca visto en ese país. Pero no importa, “el peronismo sigue más vivo que nunca”. En Colombia, el presidente Petro reparte consulados y embajadas (sin mencionar el perdón social a criminales) como premio a quienes le ayudaron “corriendo líneas éticas” a llegar al poder. Entre tanto, el único cambio que se presenta en la política de América Latina es el cambio de bolsillo de quienes saquean las riquezas de las naciones.