Después de la reciente conmemoración del “Día del Hombre”, donde curiosamente no se generaron protestas de grupos activistas que acusan continuamente al patriarcado y al género masculino de todos los males existentes en el planeta, vale la pena reflexionar sobre los más recientes escándalos de corrupción que llenan las páginas de los principales diarios de actualidad. Es que la corrupción se ha convertido en uno de los más importantes factores de deterioro social y económico que nos esta conduciendo directo al fracaso como sociedad, sin importar la bandera política o ideología que predomine en la cabeza de cada individuo.
Hablemos entonces de los hombres en dos de sus inexorables dimensiones, la de padre y la de hijo. Como hijos, algunos reciben la enseñanza de la responsabilidad, el trabajo honesto, el valor de la palabra, el respeto a los demás y aprender a defenderse de quien intente pasar por encima de nuestra dignidad. Estos principios, entre muchos otros, son de manera incuestionable, la mejor herencia que puede transmitirse a las siguientes generaciones. Sin embargo, esto ha sido un modelo de enseñanza utópico en la historia de la humanidad, y lo que realmente se observa, son a muchos padres transmitiendo la cultura del “ventajismo”, sacar provecho del descuido y la debilidad del otro para obtener beneficios de cualquier forma y método posible, o como nos enseña el viejo adagio “la ocasión hace al ladrón”, y en la política latinoamericana, sea de izquierda o derecha, los cargos públicos son solo el medio para llegar al fin supremo, “vivir sabroso” mientras que los pobres siguen siendo aún más pobres. Por ello, en nuestra sociedad se enaltece al delincuente y se menosprecia a quien, teniendo la oportunidad, no incurre en la práctica de la corrupción para su beneficio personal.
Así, los escándalos de corrupción parecen ser parte de nuestra cotidianidad, tanto que se ha vuelto un tema muy familiar e íntimo que al parecer se transmite de padres a hijos. En los Estados Unidos, recientes investigaciones demuestran que el régimen comunista chino desembolsó enormes cantidades de dinero en cuentas fachadas para ser girados de forma inmediata a las cuentas personales de familiares del ahora presidente Joe Biden, quien también ejerciendo funciones de vicepresidente permitió a su hijo Hunter Biden obtener millonarios ingresos de empresas por servicios de asesoría en temas energéticos evidentemente ficticios. En el mundo del fútbol se ha destapado uno de los mayores escándalos de corrupción, el caso “Negreira”, donde padre e hijo recibieron el desembolso de millones de euros por parte del F.C. Barcelona, mientras que el padres era vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros entre 1994 y 2018.
En Colombia no nos quedamos atrás, y vemos cómo el hijo del presidente Gustavo Petro, Nicolás, sin el supuesto conocimiento de su padre, recibió cientos de miles de dólares que fueron invertidos en un costoso estilo de vida, y también las evidencias muestran que se entrevistaba con el círculo político más cercano de su padre en busca de puestos para construir su propia clientela y maquinaria política en la Costa Atlántica. Pero la cereza del postre fue la respuesta del presidente, quien lavándose las manos y responsabilizando directamente a la madre de cualquier práctica deshonesta de su hijo, acuñó la ahora célebre frase “yo no lo críe”. Al parecer su negligente función de padre se reflejó y se sigue reflejando en su negligente trabajo en la Alcaldía de Bogotá y ahora en su desempeño como presidente de Colombia.