Alguien que repase brevemente los titulares de las agencias de noticias europeas escuchará reiterativamente las continuas advertencias por el ascenso de los denominados partidos de ‘derecha’, esto en sus múltiples variantes: extrema-derecha, ultraderecha o a la derecha de una de estas, algo que al oído sonaría como al extremo del extremo, o más ultra que los ultras; evidentemente este discurso pierde rápidamente sentido y se puede identificar como un artilugio de los políticos del viejo continente para revivir los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial y mediante el miedo, rentabilizar el capital electoral de los ciudadanos. Ahora, y como colofón de esta comedia, también ha surgido una variante en el escenario político americano: el llamado por los noticieros “ultraliberal” presidente de Argentina Javier Milei.

En todo caso, si hay un crecimiento de estos partidos de la ‘derecha’ y corrientes ideológicas que atizan los nacionalismos, lo ideal es analizar el por qué los partidos socialistas europeos y otros movimientos de izquierda, no están generando soluciones efectivas y, por el contrario, como en el caso de España; se caracterizan por una lista de escándalos que dejarían boca abierta a quienes estamos familiarizados con los casos de corrupción de la política del continente hispanoamericano. Sin embargo, siguiendo la lógica anterior, no escuchamos con la misma vehemencia en las agencias de noticias términos como la extrema-izquierda, la ultraizquierda o los grupos comunistas que durante décadas navegaron entre las aguas de la legalidad y el terrorismo, paradójicamente todos arropados en el presente bajo el manto del ‘progresismo’. Esta situación ya la conocemos muy bien en el continente americano, derecha-mala e izquierda-buena, una estrategia que sigue dando réditos en la política internacional.

En el caso colombiano, vemos como el presidente Petro, autodenominado en su megalomanía líder mundial de la ‘etnia cósmica’, aboga por la causa palestina y se enfrenta en el campo diplomático al Estado de Israel por la invasión que realiza; pero al mismo tiempo, guarda un silencio cómplice a la invasión que el dictador Putin realiza sobre el territorio ucraniano y es incapaz de condenar esa guerra con la misma coherencia. ¿Qué diferencia habrá entre el sufrimiento del pueblo palestino y el del pueblo ucraniano? ¿Por qué no condenar de la misma forma a ambos países invasores? El presidente Petro nunca dará una respuesta, pero que se puede esperar de un exguerrillero que justificó el uso de la violencia y la guerra contra el Estado colombiano en nombre una falsa revolución. Esa es la doble moral del progresismo, que aprueba regímenes dictatoriales o guerras, de acuerdo con sus simpatías ideológicas.