Los colombianos estamos acostumbrados a que nos queden mal. Peor aún, estamos acostumbrados a quedar mal con los demás, y nos da lo mismo.

Esta semana la termino pensando en lo incumplidos que somos; supongo que no soy el único que un domingo en la noche recapitula la semana a ver qué tal estuvo. Normalmente lo que hago es repasar en qué se me fue el tiempo, qué logros obtuve, qué fallas, aciertos, etc. y así aprender de ello. La semana pasada la mayoría del tiempo lo invertí en hacer propuestas a clientes y esperando resultados de las personas que me deben entregar cosas, como compañeros de trabajo, proveedores y socios.

Hace un tiempo escribía «Me mamé de contratar colombiano«, y lo más triste es que si la leo ahora mismo, la cosa no ha cambiado y no cambiará quién sabe por cuántos años más. Puede que nunca lo haga. Los colombianos somos incumplidos, somos faltos de palabra. Pareciera que no nos importa quedarle mal a la gente, no nos importa la reputación. Y pues… no nos culpo: eso viene desde el presidente para abajo. Muchos recordamos el «No voy a subir los impuestos, lo escribo en piedra» cuando Juan Manuel Santos estaba en campaña. Obviamente cuando ganó se le olvidó, así como se le olvidaron las muchas otras propuestas que hizo, en ambas campañas. Me imagino que todo eso se le olvidó por andar pensando en el proceso de paz.

Actualidad Panamericana también escribió al respecto: «Encuentran piedra en la que Santos prometió no subir impuestos«.

Los colombianos estamos acostumbrados a que nos digan mentiras, lo toleramos como si fuera lo más normal. El presidente Santos tiene el nivel de aceptación más bajo del que, al menos yo, tenga memoria. Solo el 18% de los encuestados aprueba la gestión del presidente. ¿Y qué con eso? Nada, señores. Nada. Ni el presidente va a dejar de serlo, ni nosotros vamos a hacer nada más allá de quejarnos en redes sociales e indignarnos por lo que dice o por lo que hace. Y todos lo sabemos, pero miramos para otro lado. Bueno, ahora con la firma del proceso de paz, seguramente le aumentará un poco la popularidad. Eso es innegable.


Si seguimos bajando en la escala de poderes llegamos a la alcaldía de Bogotá. El 30 de diciembre de 2015 (un día antes de terminar el mandato de Petro) se inauguró con todos los bombos y platillos el Hospital de El Tintal (ver noticia). Supongo que el señor Petro tenía un afán bárbaro por poder entregar una obra y decir «yo la entregué, YOOOOO». Lo que son las cosas, justo hoy estaba viendo la noticia (aunque eso también se sabía hace rato) de que el hospital no ha podido abrir. Se inauguró hace 5 meses, pero no se ha podido poner a funcionar. O sea, «como tener mamá pero tenerla muerta».

Si ven esta nota de Caracol Noticias, las fallas son tan tontas, tan ridículas, que dan vergüenza. Se hizo una entrevista al arquitecto de la administración anterior y dice «partimos de la base de que se van a necesitar ajustes y se van a encontrar condiciones técnicas no evidenciadas en el momento». ¿Es en serio? ¿En su momento no se sabía que de proooooonto iba a llover en Bogotá y se iba a necesitar impermeabilizar el techo del hospital? ¿En su momento no se pensó que los techos de las salas de cirugía debían ser altos para que las lámparas cupieran? Claaaaaro, es que esas «condiciones técnicas» no se evidenciaban al momento de planear un berraco hospital. ¿Saben cuánto costó hacerlo? 32 mil millones de pesos. ¿Saben quién los paga? Nosotros, los tarados bogotanos que no hacemos valer nuestros derechos (y nuestra plata). Entonces toca reparar todo lo que ellos hicieron mal. Tumbar y volver a hacer. ¿Y saben quién paga esa plata? [Todos juntossssss] Nosoootroooosssss. Valga la aclaración, esa obra se inició en el 2009, en la época del carrusel de la contratación.

Aprobación de Santos, febrero 2016. Fuente: http://www.elespectador.com/noticias/politica/baja-el-optimismo-de-los-colombianos-galeria-619426

¿Sabían que las obras de ampliación del Canal de Panamá empezaron al tiempo con las del deprimido de la Calle 94 en Bogotá? Un pinche deprimido Versus todo un canal interoceánico. El Canal se entregó el fin de semana pasado y el deprimido sin terminar. Estoy medio deprimido (porque en Colombia todo lo hacemos a medias).

Al contrario de lo que muchos pueden creer a estas alturas, no vine a hablar de política. Ya de eso se encargan los noticieros, los politólogos, los columnistas reconocidos de este país del Sagrado Corazón. Los dos ejemplos que enumeré son para ponernos en contexto. Con la mano en el no-sagrado corazón les ruego que sus comentarios no sean políticos. No discutamos del tema, que ya bien aburridor es. Hablemos de nosotros, autocritiquémonos, pensemos en lo que podemos estar fallando.


Ese mismo comportamiento de que nos queden mal y que incumplamos a los demás nos pasa en la vida diaria. Hablaré de lo que me pasa a mí, no por egocéntrico sino porque son los casos que conozco. Me queda como jodido dar ejemplos de Carlos, María, Germán, Marcela… de todos ustedes. Esos ejemplos no los conozco yo así que les daré los míos y, tristemente, estoy seguro que muchos se sentirán identificados, porque pasa más de lo que uno quisiera.

Por nombrar solo los de la semana anterior:

Una compañera de trabajo quedó en enviarme una propuesta que le debemos al cliente desde hace rato. La primera vez me aseguró que lo entregaba iniciando semana, pero al final me dijo que el viernes. Bueno, el domingo, a las 10 PM (cuando escribo esta nota), sigo esperando. Por supuesto yo, al lunes siguiente, tendré que darle excusas pendejas al cliente y ver cómo lo resuelvo. Si no lo podía entregar el viernes ¿POR QUÉ CARAJOS SE COMPROMETIÓ? Falta de palabra.

El miércoles tuvimos una reunión con mis socios de otro proyecto. Uno de ellos (el encargado de la parte técnica) aseguró que en dos días, o sea el viernes, tendríamos producto al aire. Adivinen. También decidimos reunirnos el sábado para hablar de una entrega que debíamos hacer el miércoles próximo. Aaaadivinen. Nunca llegó. Supe de él cuando apareció el martes como si nada. Supongo que se tomó el fin de semana (y está en todo su derecho). Pero si no se podía reunir el sábado ¿POR QUÉ CARAJOS SE COMPROMETIÓ? Falta de palabra. Y en Twitter me pregunté qué tipo de persona sería «mejor» para trabajar. Obtuve varias respuestas.

El viernes tenía un almuerzo para hablar de otro proyecto con mi socio. Cuando le escribí a las 10 am para confirmar me dijo «uy, se me olvidó y cuadré otro almuerzo. Pero hablemos por Skype». ¿Y entonces? ¿Si no escribo para confirmar y llego directamente a la cita? ¿Pierdo el viaje? ¿Pierdo mi tiempo? Como si trasladarse en Bogotá fuera fácil. Y esa es otra cosa: ¿Por qué carajos tenemos que llamar a confirmar y re-confirmar las citas y compromisos? ¿No fue algo que ya acordamos? ¿No debería bastar con eso? Acá no basta con decir «listo, nos vemos ese día». Toca llamar el día de la cita a preguntar si sí es en serio. Esa es la credibilidad que tienen nuestras palabras, ese es nuestro nivel de compromiso.

Ese mismo viernes a las 3 PM tenía un compromiso social con una amiga. Ella me escribió a eso de las 11 am a preguntarme si sí nos íbamos a ver. Obviamente le dije que sí, estaba en mi agenda. Y si ella no me escribe a esa hora, yo la habría buscado a medio día a preguntarle lo mismo. ¿Por qué demonios tenemos que desconfiar tanto de nuestra palabra, de los compromisos que adquirimos? Simple, porque nos ha pasado ene-mil veces que nos quedan mal. Acá es donde yo les pregunto, amigos, ¿cuántas veces han quedado ustedes mal con alguien más? ¿Se les olvida una cita, no entregan algo cuando tocaba, no hicieron la llamada que debían hacer? Yo creo que todos hemos quedado mal con algo y cada vez pasa más seguido. Creo que ese comportamiento es algo que deberíamos atajar de raíz, como lo proponía en su momento Mockus.

Hace unos días vi un documental en Netflix, llamado «(des) Honestidad: La verdad detrás de las mentiras». Recomendadísimo. Algo de lo que allí se afirma es que las personas mentirosas cada vez tienden a serlo más, porque van perdiendo la noción de lo que es correcto y lo que no. Si dicen una mentira pequeña y no pasa «nada malo» y que por el contrario se salvan de un problema, la siguiente vez se va a decir una mentira cada vez más grande y así hasta que se ganan presidencias en países tropicales. Es cultural. Por eso mismo es que todos deberíamos tratar de atajar la cultura de la mentira y la permisividad, y ser más honestos, a tener más palabra.

En este documental se afirma que es normal que los árbitros en la NBA favorezcan a los jugadores estrella, que no les piten todas las faltas porque son estrellas. Y también con los principales equipos. No me extraña que eso mismo pase en otros deportes, o que haya pasado en la Copa América y el cargado arbitraje en los partidos de Chile.


Hasta hace un tiempo pensaba que mi poca tolerancia a la mentira era porque soy sicorrígido y no me cabía en la cabeza que alguien incumpla una cita. Pero no, es porque somos unos incumplidos, no le demos más vueltas. ¿Sabían que en Australia dicen «la hora latina» para referirse a una o dos horas después de lo pactado? Qué vergüenza. ¿Qué dirá la visita? Varios amigos españoles que viven acá en Colombia me han dicho lo mucho que les ha costado acostumbrarse a que nuestras reuniones siempre empiecen tarde, porque llegamos tarde y porque la primera media hora es echando rulo.

Nuestro «ahorita llego» es tan relativo que ni Einstein pudo haberlo predicho. Cuando el man formuló la teoría de la relatividad del tiempo no tuvo en cuenta a los colombianos. No hay fórmula que valga. Tengo amigos que dicen «estoy a diez cuadras» y no han ni salido de la casa. Si yo llamo a un cliente a decirle que voy tarde, entre la manejada, la mirada de la calle en la que voy y la hablada por celular, jamás podría mentirle sin que se notara. Y prefiero pasar la vergüenza de decirle que voy tarde que la de decirle mentiras. Las mentiras se notan, tarde o temprano se sabe. En serio.

Hace poco también me pasó que una amiga nos propuso en un grupo de whatsapp que nos reuniéramos el fin de semana a almorzar. Somos 4 amigos en el grupo. Cuando se llegó el fin de semana otra amiga escribió a preguntar «¿al fin qué? ¿dónde nos vemos?», a lo que la primera responde «Ay no pueeeedoooo, es que ya me comprometí con mi familia». ¿GUAAAAAAAAT? Pero si usted fue la que armó el plan, la que dijo «deberíamos vernos». Somos taaaan incumplidos que le sacamos el cuerpo hasta a nuestros propios planes. No seamos tan pendejos en la vida.


Tengo otra amiga que siempre llega tarde a sus compromisos así que termina uno acostumbrándose. Ya la conozco, ya sé que el umbral de espera puede ser mayor. Tengo otro amigo que es SUPREMAMENTE cumplido. Incluso creo que timbra o se anuncia cuando el reloj da la hora en punto, ni un minuto antes, ni uno después, cosa que me parece buenísima. Yo me imagino que él llega varios minutos antes a las reuniones pero, para no importunar, se queda afuera hasta que dé la hora. Ojalá todos fuéramos así.

El caso es que en ocasiones tengo reuniones con ambos y eso se vuelve un embrollo. Usualmente nos citábamos a las 6, después del trabajo.  [6:00]: RRRIIIIIINNNNGGG. Don Omar, que ya llegó el señor XXX. Mi amigo sigue, y nos ponemos a hablar mientras llega mi amiga, hasta las 7PM. Pues resulta que los hombres no somos de alargar las historias.

Una conversación entre hombres:

– ¿Y qué marica, cómo van las cosas?

– Bien.

[5 eternos segundos de silencio]

– Ahhh bueno. Y… ¿cómo le fue al fin con la vaina esa que estaba haciendo?

– Ufff, bien. Salió todo perfecto.

[3.2 segundos después]

– ¿Y ya?

– Sí.

– …

Una conversación entre mujeres:

– ¿Y cómo te ha ido, Clau?

– Uy no sabesssssssss. ¿Te acuerdas de esta vieja que te conté que es medio zunga? ¿No? Bueno, no importa. Pues la muuuy bitch se descualquieró el viernes. SE-EN-RE-DÓ-CON-CAMILOOOOOO. En un cumpleaños en Gaira, imagínate que estábamos bailando todos y…

Y se fue la hora.

Fuente: http://www.npr.org/

Para uno de hombre es muy jodido completar una hora hablando, porque uno despacha de a tema por minuto. Entonces básicamente debe encontrar sesenta temas la hora. Claro, hay excepciones, sobretodo cuando hay confianza entre los dos tipos y uno puede rajar de ciertos temas. Pero no era mi caso y no siempre pasa. Yo por ejemplo soy bueno para echar carreta, pero también soy de los que si estoy en modo trabajo me cuesta mucho cambiarme el mood, y siempre estaré pensando en los pendientes. La bendita vaina de ser ingeniero y tener la mente cuadriculada. O de pronto es un defecto de fábrica: conozco pocas personas tan cumplidas como mi mamá.

En fin, para la última reunión con ellos dos decidí cambiar las cosas. Pusimos la reunión a las 7 para que mi amiga lograra llegar. Pues llegó a las 8. Aparte llegó cansada, de mal genio y de afán, porque ya era tarde. Obvio esa reunión fue un fracaso, no solo porque no tuvimos mucho tiempo de reunirnos, sino porque uno nunca empieza las reuniones yendo al punto, sino que tiene que adelantar cuaderno. Y a eso súmenle que (de nuevo mi mente cuadriculada) yo estaba un poco de mal genio por la demora y tampoco le hice fuercita a que empezáramos inmediatamente sino que preferí esperar un poco a que se me pasara el raye.

La semana pasada fuimos a reunión con un potencial cliente que no es colombiano. Llegamos al punto de la hora. ¿Saben qué fue lo primero que nos dijo cuando nos sentamos? «Gracias por llegar a tiempo, aprecio mucho eso.» Ahí me pregunto ¿cuánta gente le habrá quedado mal en las reuniones? Lo normal es que uno llegue a la hora que dice que va a llegar. No deberían felicitarlo a uno por ser cumplido. 

¿Será que soy muy de mal genio y debería ser más flexible? Supongo que en esta Colombia pachanguera toca. Supongo que más de un amigo costeño me diría que la coja suave. Pero yo me pregunto ¿POR QUÉ CARAJOS tengo que acomodarme al incumplimiento y a la falta de respeto por el tiempo de los demás? Pues es simple: Porque ajá.

Entonces andamos incumpliendo por todo lado, desde lo más pendejo como llegar 5, 10, 15 minutos tarde (o una hora), hasta lo más grande como inaugurar un hospital a sabiendas de que está mal hecho. O de decir en campaña que no se cederá un centímetro de territorio a los terroristas, y 6 años después decir «o firmamos o nos encienden a plomo». ¿No ven que el presidente lo sabía porque tiene información amplísima?

Fuente: miguelorenteautopsia.wordpress.com

¿A cuántos de ustedes, de los que han comprado vivienda últimamente, les han entregado a tiempo? Creería que a ninguno. En Bogotá es «normal» que los apartamentos los entreguen 6 meses después. Y creo que me quedo cortico con ese tiempo. ¿Por qué es normal? No debería serlo. Pero uno ya sabe que cuando le dicen que los edificios los construyen en 2 años se va a terminar mudando en 3. Y tampoco es que los entreguen bien, porque siempre habrá problemas con el ascensor, o con las áreas comunes, filtraciones de agua en los parqueaderos o, por lo menos, con los acabados sin acabar.

A mí me llegan muchos clientes referidos para la gestión de sus campañas en Marketing Digital, usualmente para Redes Sociales y para campañas con influenciadores. Sin mentirles, de cada 5 clientes, 4 me dicen que el anterior proveedor les quedó mal y perdieron su plata. ¿En serio somos tan malos profesionales? A mí no me cabe en la cabeza que uno no le cumpla a un cliente lo que se comprometió a hacer. ¿Será que no se dan cuenta que así pierden clientes? Yo me precio de que en la agencia tenemos clientes fieles desde hace 3 años. Y si eso es así es porque somos cumplidos, porque nos esforzamos por hacer un muy buen trabajo y, sobretodo, porque les inspiramos confianza. Ahora, no voy a negar que en ocasiones nos demoramos en entregar las propuestas, pero por lo general se debe a que los proveedores nuevos nos quedan mal a nosotros. Obvio, eso no le importa al cliente, pero es la razón. Entonces, si me está leyendo algún cliente, créame que se me cae la cara de vergüenza y que cada día procuro minimizar esas demoras. Las 4 canas que tengo son por eso. Jurao pa Dios.

En fin, tristemente los colombianos somos incumplidos, no tenemos palabra. Incumplimos y nos incumplen. En todos los niveles e instancias. ¿Por qué carajos somos así? ¿Por qué lo toleramos? Pues porque ajá.

@OmarGamboa


Creo que por ser relajados no nos hemos puesto a pensar en las implicaciones macro de nuestra falta de palabra. Si un ciudadano deja de pagar, digamos, diez mil pesos en impuestos ¿qué pasa? Nada. ¿Qué son diez mil pesos hoy en día? Ahora, ¿qué pasaría si cada ciudadano deja de pagar diez mil pesos en impuestos? Eso son como 80 mil millones de pesos, casi 3 hospitales de El Tintal, con sobrecostos y todo.

Ahora imagínense qué pasaría si todos fuéramos cumplidos, si no premiáramos la deshonestidad, si no permitiéramos la mentira. La cantidad de negocios, proyectos e ideas que se harían realidad. Si los proveedores entregaran a tiempo y lo que dijeron que entregarían. Varias de mis ideas se han demorado años en ver la luz y, en gran medida, se debe a que no he encontrado las personas para hacerlo. Las talentosas son incumplidas, o tienen actitud… pero el compromiso les dura menos que lo que tiene de atención un pez dorado. ¡De quinta!

La invitación es a que seamos cumplidos, de palabra, de tiempo, de compromiso. Créanme que la vida se vuelve más fácil, para uno y para los demás. Es más, ahora que andamos hablando de paz y todo eso, por ahí empieza la paz: por ponerse en el lugar del otro, respetarle no solo la opinión sino el tiempo. De todo eso hablaré en un próximo marmotazo, que también tengo planeado hace un montón de tiempo. Ahí les estoy quedando mal yo. Qué penononón con ustedes.

Antes de irme les dejo la historia anónima de la semana, que habla sobre los Amores de Internet. Anímense a escribir sus historias, garantizamos 100% de anonimato.

Nos leemos el próximo jueves. O sea, si no les quedo mal. ¡Chau!


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