En un lugar de la patria, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo vivía un plebeyo herrero. Vivía feliz y atendía a todos con una gran sonrisa en la boca. Un día, el rey se vio en apuros y anunció a sus plebeyos que si querían seguir ofreciendo servicios en sus tierras debían pagar un tributo, así que por cada 10 monedas de oro debían darle 3 al rey. ¿Por qué? Porque sí. Claro, el rey se compromete a que con esas 3 monedas él se encargará de que las ciudades estén limpias, de que todos los desperdicios de las calles serán limpiados diligentemente. Promete que con el oro recaudado hará que los caminos entre las ciudades sean más seguros y libres de ladrones. Asegura que construirá un moderno sistema que traerá agua a cada vivienda. Pondrá un farol cada 50 metros para que en las noches las calles estén iluminadas y se asegurará de que tan pronto se apague un farol habrá alguien que lo encienda. Pondrá también guardias en las puertas de la ciudad, construirá grandes murallas, y habrá patrullas por las calles en las noches. Una gran ciudad-estado. Y vivir así de bien en estas tierras tienen un costo, por eso hay que pagar tributos. Era un precio que el herrero podía pagar y le pareció bien.

Todo iba divinamente, hasta que un día anunciaron a los plebeyos que debían pagar por el agua que consumían, y que ahora el sistema de acueducto funciona aparte, que debe financiarse porque hay que mantenerlo, reparar los daños normales. Igual sucede con el sistema de faroles. Ya no basta con pagarle ese tributo al rey, sino que hay que pagarle 1 moneda a los señores que manejan el acueducto y otra moneda a los de los faroles. Sagradamente cada 4 domingos pasan los cobradores por cada casa, con sus capuchas negras y hacha al hombro. Y si el herrero no paga, cierran las tuberías que traen el agua y apagan los faroles. ¿Quién les manda no pagar? El herrero sabe que eso es necesario, es una calidad de vida que bien vale sus 3 monedas de oro en tributo más las otras 2 que debe pagar por agua para beber y luz para ve-ver.


Un buen día llega un noble cortesano, con uniforme vistoso, a casa del herrero y le dice «Soy el Capitán de la Guardia Real y necesito que le pongas herraduras nuevas a todos mis caballos». El herrero no puede creer la suerte que tiene: con eso se gana por lo menos 100 monedas de oro. ¡SOY RICO! Por fin podrá comprar esas sandalias a su hija, por fin podrá pagarle a alguien para que limpie el hollín de la chimenea y su casa no se llenará tanto de humo.

Fuente: Matador en El Tiempo.

El capitán le dice «lo debéis hacer para el martes próximo, porque el miércoles saldremos a conquistar nuevas tierras». El herrero sabe que solo no podrá tener todas las herraduras listas, pero también sabe que es una oportunidad que no puede dejar pasar y acepta dichoso. Para poder cumplir necesita comprar nuevos martillos, comprar más hierro y cobre, y debe contratar a 3 aprendices. Puede que la calidad de las herraduras no sea la mejor en tan poco tiempo, pero hay que hacerlo pronto. «¡DIANTRES! -grita el herrero-. No tengo monedas para pagar el hierro y el cobre». Sabe que ya no hay monedas ocultas en el jarro donde suelen almacenar la harina, sabe que debajo del colchón solo habrá 2 o 3 monedas más. Necesita 20 para poder comprar todo. Uno de sus vecinos le dice que existe un prestamista en el pueblo, que seguramente con él podrá obtener estas monedas de oro. «Por supuesto, yo os presto 20 monedas de oro, pero para ello debéis darme 30 monedas de oro al final de la próxima semana». «¡Acepto!» responde el herrero sin titubear. La próxima semana tendrá CIEN MONEDAS DE ORO. Le basta y le sobra.

El herrero trabaja incansablemente, los aprendices pasan de largo en las noches, trabajan sin parar, aunque sea sábado o domingo. El martes al dar las 7 de la mañana, el capitán toca en la puerta del herrero.

– ¿Tenéis mis herraduras listas?

– Por supuesto, Capitán. -Responde sonriendo el herrero y se las entrega con el pecho lleno de orgullo.

– Habéis hecho un buen trabajo, herrero. En sesenta días vendrá mi contador con vuestras 100 monedas de oro.

– ¿Sesenta? Pe… Pero… cómo as…

– ¡SESENTA DÍAS, DIJE! -le grita el capitán.

Resulta que la Guardia Real solo paga a 60 días después de entregado el trabajo. Así funciona, ¿qué se le va a hacer?

A la semana siguiente el herrero debe pagarle a sus aprendices el dinero prometido, y debe pagar también al prestamista, (Valdemaro Banco, se llama). «Don Valdemaro, no tengo las 30 monedas de oro aún». El señor Banco echa a reír y le dice «no os preocupéis, herrero, suele pasar. Podéis pagarme en 5 semanas, pero debéis venir con 40 monedas en lugar de 30″. El herrero no tiene otra opción. Aún tiene suficiente para cubrir su deuda.

Al pasar unos días a casa del herrero llegan los cobradores del sistema de acueducto y de iluminación. Como el herrero tuvo que trabajar el doble y tuvo su casa llena de personas, gastó más velas en los faroles, consumió mucha agua preparando alimentos para sus aprendices. Los cobradores ya no le pidieron una moneda de oro, sino 4.

– Pero no tengo oro para pagaros ahora mismo. Os ruego me creáis que lo tendré, pero no ahora sino en 60 días.

– No es nuestro problema, si no nos pagas ahora, nos llevaremos los faroles y te dejaremos de dar agua».

La solución fue de nuevo don Valdemaro Banco, y aunque la deuda creció, aún era suficiente.

Una mañana soleada golpearon en la puerta del herrero: Eran los cobradores del reino, que venían por el tributo mensual.

– Nos hemos enterado que habéis vendido herraduras para la guardia y habéis obtenido 100 monedas de oro por ello.»

– Bueno, sí, pero ellos no me han pagado porqu…

– Muy bien, son 30 monedas de oro como tributo -le dice el recaudador abriendo la bolsa de cuero-. «Pagad».

– Os he dicho aún no los tengo, el Capitán me dij…

– ¡PAGAD! -grita el recaudador real levantando el hacha.

Con lágrimas en los ojos el herrero por fin logra explicar por qué aún no tiene las monedas de oro, diciendo que se las pagarán en 60 días calendario. Sonriendo y con voz paternal el recaudador le dice «Tranquilizaos. Vamos, que no soy un bellaco y tenemos un rey benévolo. Por esta vez os perdono y nos podéis rendir tributo en la próxima ronda, pero como símbolo de tu agradecimiento a nuestra bondad no pagaréis 30 monedas, sino 40». El herrero acepta, no puede hacer más. Sabe que es una injusticia tener que pagar impuestos por un dinero que aún no tiene pero ¿con semejante hachonón quién discute? (Habían pensado en que se llaman impuestos porque nos los imponen?)

Muy lentamente pasan aquellos 60 días y el herrero se dirige a la Guardia Real, donde se encuentra al contador, quien le entrega el cofre lleno de monedas. El herrero feliz regresó a casa, a contar monedas y así pagar sus deudas. El herrero odia tener asuntos pendientes. Debía separar las 40 que ahora debe en tributo, más las 8 que debe de servicios públicos y las otras 40 que le debe al prestamista. Aún le quedan 12 monedas de oro libres (aunque sabe que eso ya se lo gastó en la comida de los dos meses anteriores). El herrero contó las monedas: «ochenta y siete, ochenta y ocho, ochenta y nueve» y se acabaron. Contó de nuevo: 89. «¿Pero cómo es posible? ¿Sólo 89 monedas? Esto debe ser un error» y salió corriendo a la Guardia Real.

– Claro que os hemos dado 89 monedas, -le respondió el contador- porque te hemos aplicado la Retención en la Fuente, que es del 11%.

– ¿GUAAAAAAAAT? -se dijo el herrero en perfecto español medieval-. No me habéis dicho esto en un principio, yo necesito todas las monedas de oro para comer.

– Lo siento, somos autorretenedores -respondió el contador y cerró la ventanilla de madera.

«Hija, se nos han jodido las sandalias». El herrero ya no sabía qué hacer. Lo único que sintió fue frustración al pensar que trabajó, sudó, corrió y sufrió, sábados y festivos incluidos. Se partió el lomo para que todos se quedaran con sus monedas de oro, sin hacer nada.

Un buen día el rey emitió un comunicado y pergaminos fueron pegados en las paredes de todo el pueblo: «En vista de que nuestros caminos siguen siendo inseguros y tenemos unos bandoleros armados en las afueras, debemos reforzar nuestra Guardia Real. Subiremos los impuestos y los invertiremos en el nuevo Ministerio de Seguridad». Con tristeza la población aceptó, porque sabía que era algo necesario, así todo sería más seguro y podrían comerciar con las poblaciones vecinas sin temer que los roben.


Cuando llegó un nuevo contrato con la Guardia Real, el herrero ya sabía que debía esperar 60 días y sabía de los impuestos, así que no cobró 100 monedas sino 120. Aunque al capitán le pareció carísimo, al final aceptó. «Quisiera cobraros solo 100, Capitán, pero de alguna manera debo pagar al prestamista y dar de comer a mis aprendices». Lo mismo sucedió con el carnicero, el zapatero y hasta el bufón del reino. Ahí el costo de vida subió en el reino, solo porque sí. La gente se empezó a aburrir. El rey era muy orgulloso (o tarado) para pensar que mientras más le subía a los impuestos la calidad de vida bajaría, en lugar de subir. Y la gente se aburriría cada vez más.

La cosa se complicó cuando al herrero le dijeron que para el segundo contrato debía inscribirse como proveedor, que debía registrar Herrería S.A.S. en la Cámara de Comercio y pagarles una platica para poder pertenecer a su «prestigioso club» (aunque al herrero lo que menos le importaba era hacer parte de esa tal Cámara). Ahora también debía registrarse ante los recaudadores para que le dieran un número único llamado RUT (aunque el herrero no sabía qué belcebúes era eso ni para qué le iba a servir), abrir una cuenta donde Valdemaro Banco para que ahí le pagaran por sus servicios de herrería. Obviamente el señor Banco cobraría una pequeña mensualidad por sus servicios. Bueno, de pronto un poco más si el herrero quería tarjeta débito y servicio por el portal de Internet.

– Pero si yo no quiero tener mis monedas con Valdemaro, ¿por qué no me pagan directamente a mí?

– Lo sentimos, así funcionan las cosas. Debe que ser a través del señor Banco. Creedme, es mejor, porque en vuestra casa las monedas no están seguras. No queréis que alguien os las robe porque las tenéis bajo el colchón.

Aunque no estaba muy convencido y la cosa no le sonaba bien, el herrero tuvo que aceptar con resignación. Y claro, para seguir sumando, la Guardia Real también le exigía que para servicios de más de 50 monedas de oro asegurara la factura «porque uno nunca sabe mi Dios no lo quiera, de pronto no podéis prestarnos el servicio a cabalidad», así que el herrero también debía pagarle algo a la empresa aseguradora. El herrero, no la Guardia. Por un servicio de 100 monedas el herrero termina pagando más de 60 entre el rey y los intermediarios, no sabía por qué diantres, cómo ni a qué hora resultó pagando todo eso, pero así era el sistema. No había de otra.

El herrero estaba aburrido y desesperado, no sabía si sentía indignación o frustración, o una suma de todo, pero no había mucho que podía hacer. Finalmente así le llegarían algunas monedas de oro y eso era mejor que nada. Prefería seguir pagando todo eso y poder trabajar honestamente. No le gustaba que por SU trabajo el estado y los intermediarios (que el herrero no pidió y no necesitaba) terminaran quitándole más de la mitad, pero en el fondo lo único que quería era que lo dejaran trabajar en paz y tener con qué comprar un buen trozo de pan.


Así vivió varios años, trabajando el doble para obtener lo que necesitaba. Aunque el herrero notaba con tristeza que, sin importar cuántos tributos pagara, cuántos impuestos, cada vez las calles estaban más sucias, los faroles ya no estaban encendidos en las noches, las paredes del castillo se veían más sucias, y los caminos entre las ciudades más peligrosos y llenos de bandoleros, que ahora estaban organizados y hasta nombre tenían. Las BAR (bandoleros anti reino) tenían acechados a todo el que quisiera pasar por sus territorios. Y aunque la situación general del reino era peor, los miembros de la corte cada vez tenían carruajes más finos. Ahora andaban con escolta y hasta con caballos blindados.

Fuente: Matador en El Tiempo

Un buen día, martes para más señas, el rey anunció que se crearía un nuevo impuesto temporal, porque Valdemaro Banco estaba en una situación económica difícil y, si no le ayudaban, la economía del reinado se iría al suelo y las monedas de oro que estaban en poder del señor Banco se perderían. El herrero nunca supo por qué, si a él le sacaban algunas monedas igual que a todos los habitantes del reinado. Pero eso no bastaba porque Valdemaro necesitaba más que esas «pocas» monedas. El herrero tampoco entendía por qué cuando él necesitó nadie le ayudó, al menos no pagando intereses. Si las cosas fueran equitativas el señor Banco debía devolver al herrero y al resto de plebeyos esas monedas, más los intereses. Pero no, las cosas no funcionan igual para un lado y para el otro. Aunque el rey dijo que tan pronto el señor Banco se recuperara el impuesto se eliminaría, eso nunca pasó. Por el contrario, ya no se pedía una moneda sino cuatro. Y los plebeyos aceptaron resignados. Por ignorancia o por estupidez (eso no está claro en los libros de historia).

Pasaron otros varios años, y el rey anunció que llevaba un buen tiempo sentado con los bandoleros de las BAR, y que habían acordado disolver el grupo, que entregarían los cuchillos y hachas para ser fundidos, que ya no robarían a los comerciantes que pasaran por los caminos del reino, ni secuestrarían -digo, ni tomarían como prisioneros de guerra- a los dueños de las tierras fuera de las ciudades, a cambio de dinero. Pobrecillos, de algo tenían que vivir. Los plebeyos celebraron con felicidad que llegarían a su fin tantos años de terror en los caminos del reino, que podrían pasar por allí sin temor. Fue tan bello que al rey le dieron una medalla por sus habilidades para negociar el fin de ese conflicto.

Todo iba divinamente, hasta que se anunció que el reino estaba en problemas, que necesitaban hacer una reforma a los tributos porque ya no bastaba con lo que se estaba recaudando (ver nota en Caracol Radio). Todas las monedas de oro recolectadas se habían gastado en pergaminos que se distribuyeron por todo el reinado anunciando las bondades del fin del conflicto con los bandoleros (ver nota en Revista Semana) y que, además, los ladronzuelos necesitaban dinero para poder subsistir. Eso significaba que los plebeyos debían pagar más tributo por cada trozo de pan, por cada huevo, por cada bloque de queso que compraran en el mercado central.

De repente los comerciantes de otros reinos dejaron de venir, cerraron sus tiendas aburridos de tanto impuesto. Los plebeyos cada vez eran más «atrasados» porque ya no compraban pergaminos multimedia, ni compraban relojes de arena con wifi. Los desarrolladores de Apps para el reloj de sol se aburrieron porque no vendían casi, unos se fueron a otros reinos, otros se dedicaron a vender empanadas rellenas de faisán. Todo era muy caro. Al final, como era de esperarse, el reino sucumbió en el «oscurantismo».

Al herrero se le juntaron los recuerdos: el tributo que debía pagar por cada venta, los sesenta días que debía esperar para que la guardia le pagara, la ayuda «temporal» que debía darle al señor Banco y que se volvió permanente, pagar por cada farol encendido (que no estaba encendido), y ahora, tras de todo, debía pagar para que los bandoleros tuvieran sustento. El reino era insostenible. Ese día el herrero recordó cuando no pudo comprarle las añoradas sandalias a su hija. Ese día el herrero dijo «¿sabéis qué? Comed mucha mierda».

– FIN-

@OmarGamboa

*La historia es producto de la imaginación del autor. Si conoce una historia similar es pura coincidencia.

* Ningún animal fue herido en la redacción y publicación de esta historia.

* Banda sonora disponible en Sonolux.


Esta historia de «ficción» se queda corta, pero ya estaba lo suficientemente larga para esta entrada. Le faltó el sistema de salud y cómo se muere la gente esperando que la atiendan o a que le firmen un papel, le faltó el sistema de pensiones, en donde el herrero siente que jamás podrá sentarse a descansar; no les conté la historia del sistema de justicia, en donde la Fiscalía del Reino deja en libertad a asesinos que, obviamente, vuelven y matan y le faltó el IVA que le van a poner a los martillos inteligentes, que ahora vienen con cámara y conexión a Internet. Al rey le dio por ponerle impuestos a la tecnología, cosa que en lugar de mejorar las finanzas atrasará el progreso del reino. Pero eso no importa, lo que importa es terminar pronto su mandato, más allá de cómo entregue el reino. El futuro del reino no importa, importa el del rey. Los plebeyos… que se mueran esperando cita en la EPS Real.

¡Más de 4 mil comentarios en 100 entradas!

Y bueno, cambiando de tono les cuento que los #Marmotazos están de cumpleaños. En octubre de 2014 se publicó la primera entrada, que se llamó «El pico y cédula«. En su momento fue una de las más compartidas en Facebook así que iniciamos bien, jajaja. Ya dos años escribiendo pendejadas. Y precisamente por eso es la segunda celebración. ¡Ya son 100 marmotazos publicados! Dicen que la gente se abraza en la calle y todo eso, aunque al parecer fue en una marcha por la paz, no por los marmotazos, pero todo cuenta. Hablando más en serio, muchas gracias a todos ustedes, los lectores que vienen cada semana, los que comentan y los que no, los que regañan y los que no, los que me hacen reír y los que no. Este blog existe gracias a ustedes y es por eso que lo sigo escribiendo. Suena a frase de cajón pero es cierto. Si no me dejaran tantos comentarios creo que no le tendría tanto gusto a escribir acá. En serio mil gracias a todos ustedes.

Como cada semana, les comparto la entrada anónima de la semana. Una confesión llamada «Un día cualquiera«. Está buenísima. Me hizo reír y todo, jajaja.

También les traigo otros 3 blogs de mis estudiantes de Comunicación Social en el Externado.

Eso es todo por esta semana, amigos. Muchas gracias a los que llegaron hasta acá. Son ustedes unos lectores compulsivos y merecen medalla. Nos leemos la próxima semana. ¡Chau!


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Pero si quieren les recomiendo algunas entradas anteriores: “El problema no es UBER“, “¿Cómo hace uno para ser feliz?“, «Señales de que simplemente no te quiere«.


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