A los héroes se les pinta como personas que hacen acciones extraordinarias. Aquellos que, a pesar de las adversidades y con todas las probabilidades en contra, se enfrentan a ese dragón inmenso, que con una mordida nos parte en dos. De hecho la definición formal es: “Persona que se distingue por haber realizado una hazaña extraordinaria, especialmente si requiere mucho valor.”
A mí me perdonarán, pero para mí esa es una buena descripción de un emprendedor. El osado que se atreva a crear empresa en Colombia tiene mucho de valiente. Sacar una empresa adelante a partir de una idea, darle trabajo a diferentes personas y echarse al hombro la responsabilidad de generar valor para algún posible cliente y, con eso, dar de comer a varias familias, tiene todo el mérito del mundo.
En nuestra cultura del atajo, donde el que saca su tajada es el inteligente, mientras que quien hace las cosas correctamente es un bobo, el emprendedor es visto con lástima.
Tristemente, en nuestro país ser emprendedor está mal visto, en lugar de darle el mérito que debería. En nuestra cultura del atajo, donde el que saca su tajada es el inteligente, mientras que quien hace las cosas correctamente es un bobo, el emprendedor es visto con lástima.
Da más prestigio trabajar para el estado -así uno no haga nada más que calentar puesto de 8 a 5- que decir que eres emprendedor y que estás trabajando en tu proyecto de vida. Es mejor ser empleado de Microsoft o de Google, sin pensar que esas empresas arrancaron como un emprendimiento, y sin mencionar que son empresas de otro país. Que ese “duro” o “afortunado” que trabaja para Google está produciendo plata para terceros y, más aún, terceros gringos.
En un grupo de WhatsApp que tengo con varios amigos, hace poco uno de ellos nos contó que se quedó sin trabajo, que está buscando. Una amiga le respondió «montemos empresa» y la respuesta fue «Eso no es negocio». Precisamente, esa es la percepción general: Montar negocio no es negocio. Qué triste, ¿no?
Según Andrés Oppenheimer en su libro “¡Crear o morir!”, en culturas como la que se viene formando en Silicon Valley hace varios años, la persona que “fracasa” en su emprendimiento no es una fracasada. Lejos de eso, no fracasó sino que adquirió experiencia. Y si esta vez no le funcionó, las probabilidades de que la próxima sí le funcione son mayores, y eso lo aprecian mucho los inversionistas. Acá el inversionista no quiere que la empresa crezca sino que le dé plata lo antes posible, aunque la empresa muera en 3 años. Somos muy cortoplacistas.
Yo admiro a los creadores de empresas como Rappi, 1Doc3 (un gran abrazo para Javier Cardona, con quien tengo la fortuna de compartir edificio), Mensajeros Urbanos (del duro Rafael Socarrás), Platzi de Freddy Vega, o Fluvip, de Sebastián y Juan.
Acá el inversionista no quiere que la empresa crezca sino que le dé plata lo antes posible, aunque la compañía muera en 3 años. Somos muy cortoplacistas.
Me permito citar a Andrés Oppenheimer de nuevo: “Llegué a la conclusión un tanto controversial de que los lugares más propicios para la innovación son aquellos donde florecen las artes, las nuevas expresiones musicales, donde hay una gran población gay, donde hay buena cocina, además de universidades que pueden transformar la creatividad en innovación”.
En ese sentido, qué bueno que en espacios como WeWork se fomente la creatividad. Y que esos espacios ya estén en Colombia. Hay áreas comunes en las que se favorece el networking, las conversaciones con personas de otras empresas, que al final pueden llegar a crear e innovar. Por supuesto, se puede mejorar mucho haciendo actividades enfocadas directamente a eso, pero por algo se empieza. Más cuando venimos tan acostumbrados a trabajar cada uno por su lado. ¿Qué genera creatividad? La presencia de otras mentes creativas.
“La conclusión final de sus estudios es que los lugares donde florece la innovación por lo general glorifican el talento, más que el dinero.” Andrés Oppenheimer.
Afortunadamente en Colombia estamos empezando a pensar seria y formalmente en la industria creativa. La economía naranja me parece un buen enfoque en el que se puede aprovechar mucho el recurso humano colombiano, que está visto que tiene un potencial enorme, con resultados importantes en la música, en los videojuegos, en producciones de televisión, y varias industrias más. Incluso llevamos un tiempo co-produciendo series para Netflix o películas de Hollywood.
Facilitar el ambiente
Ahora, no basta con querer ser creativos y decir que vamos a enfocarnos en la economía naranja. Hay que trabajar un montón de cosas, empezando por cambiarnos el chip y creer más en nosotros. No menospreciar a nuestro emprendedor sino apoyarlo. Facilitar el ambiente, no castigar tanto tributariamente, salirnos de la norma y educar no solo empleados (como suele suceder en las universidades públicas).
Oppenheimer lo explica muy bien: “Si varios países latinoamericanos ya tienen grandes reservas de mentes creativas, que son la condición esencial para las sociedades innovadoras, su gran desafío será mejorar la calidad y la inserción en el mundo de sus sistemas educativos, y crear sistemas legales mucho más tolerantes con el fracaso empresarial.”
Y tampoco basta con “ser creativo”. Hay que ser juiciosos, estudiar, prepararnos, aprender. Publicar un libro no es clic derecho+»escribir algo chévere». Igual con componer una canción, o hacer una escultura.
Hay mucho por recorrer, pero por algo se empieza.
Si quieren encontrar todas las entradas, están en este enlace: http://blogs.eltiempo.com/marmotazos/
En el botón “Seguir a este blog +” pueden poner su correo electrónico para que les llegue cada vez que publico. ¡Así no se pierden ni una!
Algunas entradas anteriores: «Emprender es de valientes«,»Colombia podría ser potencia mundial en 30 años«, «La falta de palabra«.