Hace poco me mudé a otro apartamento, porque con la cuarentena me aburrí de estar en las mismas cuatro paredes. Llevaba allá más de 7 años y necesitaba un cambio. Si me iba a encerrar, que al menos fuera en otro lugar, con otro piso, otras paredes, otra vista.

Con lo que no contaba es que también sería con otros ruidos. En el apartamento anterior tenía una tranquilidad sonora que no había valorado tanto. Ahora escucho a algún vecino jugar PlayStation a media noche con los respectivos madrazos cuando lo matan en Call of Duty, a mis vecinos de al lado les escucho todas las conversaciones y me les sé los horarios porque, por alguna razón, no pueden salir a la calle sin que todo el edificio se entere. Ni hablar de cuando se les quedan las llaves y se devuelven gritando: «¡MARÍA, ALCÁNCEME LAS LLAVES!», justo antes de timbrar como si fuera un apocalipsis zombi. Por supuesto, el dóberman que los recibe eufóricamente cada que timbran también influye.

Pero el ruido ambiental que más me ha costado es el de alguna vecina que tampoco puede hablar y todo lo grita, incluso cuando le habla a su hijo al que le calculo unos 3 años de edad. Las canciones de cuna pretenden arrullar al barrio, aunque creo que no lo logra porque, al menos a mí, me despierta más y me interrumpe las conferencias y asesorías que hago por Zoom.

Podría apostar que al niño tampoco lo arrulla. No hay día en que no escuche al angelito llorar con pataleta. Creo que muchos podemos diferenciar cuando un niño tiene llanto de hambre o sueño, de tristeza o dolor, de cuando es porque sí. Porque es pataletudo. Y no lo culpo, si la mamá grita por todo, pues el niño aprende. El querubín suele llorar tipo 9 a. m., al medio día, y de nuevo hacia las 8 o 9 de la noche. Cuando está de buen genio.


Esto lo comenté en redes sociales hace como un mes, sin tanto contexto, obvio. Pues más me demoré en escribir el estado en Facebook o en poner el tweet, que en caerme hordas de madres tildándome de inconsciente, casi que inhumano, por no considerar a la pobre madre o al pobre niño, que están pasando por esa situación. Unas defendían a la criaturita porque está en etapa de entender y manifestar sus emociones (y me parece muy válido), y otras defendían a la madre porque la maternidad es difícil, que también es válido.

Entre sus argumentos estaban que no podía juzgar porque no soy madre (??) o porque no tengo hijos. Bueno, pues no tengo hijos, pero tengo oídos. Dos, para ser más precisos. Y escuchan divinamente, según me aseguró la doctora Sandra cuando me hizo el control en marzo. Pues mi Facebook se ha vuelto una batalla campal porque no podía hablar de niños sin tenerlos. Supongo que como tampoco tengo mariachis ni sé tocar trompeta pues no puedo quejarme cuando me interrumpen la reunión en medio de «Estos celos me hacen daño, me enloquecen«.

Básicamente ya no podemos quejarnos en nuestras redes. De hecho, ya no podemos ni hablar. Siempre que opinemos alguien dirá que nos falta empatía. Hace poco fui a un D1 y, por primera vez en un buen tiempo, encontré bastantes cosas que necesitaba así que aproveché y compré lo que pude. Cuando llegué a mi casa y desempaqué, noté que incluso compré cosas que no me iba a comer. Todo eso me hizo pensar en ese consejo que suelen dar de que «no hay que ir a hacer mercado con hambre», porque terminas comprando un montón de cosas. Pues yo, bien tuitero que soy, lo escribí.

Alguien me respondió que si eso me parecía gracioso, o irónico, que no era manera de burlarme de la gente. Para serles sincero, jamás le vi el lado malo a la frase, pero supongo que ella estaba pensando en las personas que viven con hambre y no tienen para hacer mercado. Hombre, claro, es muy triste que haya personas que no pueden ir a hacer mercado. Si me encontrara la lámpara de Aladino me gastaría un deseo pidiendo que nadie tenga hambre y la paz mundial. Después de una cena romántica con Jennifer Anniston, y de que la mechita gane una Copa Libertadores, claro.

Pero si no podemos decir que se nos antojó un café porque hay niños en África que no tienen ni para el azúcar, o no podemos hablar de los niños de África porque hay niños en La Guajira que mueren de sed, estamos muy jodidos. O sea, más.

El mundo es cruel, los que llevamos varias décadas en él lo sabemos, algunos incluso desde que no nos germinó el frijol en el experimento de primero primaria. Desde que Mafe nos dijo que se mudaba del barrio, llevándose todo el amor que podíamos sentir a los doce años y todas nuestras ganas de vivir.

El mundo es cruel. No lo hagamos peor peleando por pendejadas.

Hace un tiempo leí que unas españolas habían decidido separar las gallinas de los gallos para que no las violen. Hace poco una mujer en Twitter pedía que prohibieran la celebración con champaña de los ganadores del Giro de Italia, porque era una clara alusión a la eyaculación masculina y era una muestra más del patriarcado, compañera.

Hace poco dije que por este espíritu de docente (fui profesor universitario) dedico más tiempo explicándoles a los clientes por qué hay que hacer las cosas, que haciéndolas. Hubo personas que por poco me sacan los estudios de Jean Piaget sobre pedagogía para demostrarme que eso no es pedagogía. ¿Pero qué necesidad? (De paso, sigan a @peroque_necesidad en Instagram para que vean lo ridículos que podemos ser a veces).

A Louis CK le criticaban el apoyo a violadores porque saludó a un colega. Acá les dejo el video, lleno de humor negro, por si necesitan la advertencia.

Puedo alargarme mucho más, mencionando estudios que concluyen que los estadounidenses se sienten poco libres porque no pueden expresarse tranquilamente sin temor a ofender a alguien. Eso en el país más «libre» que existe. La corrección política los tiene tan encerrados que ya no hay libertad ni de hablar. Yo no quiero llegar a eso. Hay familias en las que no se puede hablar de política o de fútbol. Yo solo me pregunto, ¿en serio? ¿Hemos llegado a ese punto tan ridículo en el que no puede haber una discusión sana porque alguien se ofende?

Y el problema no es porque se dijo algo ofensivo, el problema es porque siempre alguien se ofende por estupideces. Hay personas que luchan por la libertad de expresión y al otro día están censurando al que piensa diferente. He perdido amistades, buenas amistades, por ese tipo de situaciones. Bajémosle a la pendejada.

Cada quien tiene derecho a pensar como quiera e, incluso, decirlo en voz alta. Y no por eso debemos burlarnos, pelearle o dejar de hablarle. Por supuesto hay casos extremos y excepciones a esta regla, pero qué pereza hasta tener que hacer esta aclaración porque alguien vendrá a decir «¿Entonces no puedo pelearle a alguien que habla de un crimen?» Hombre, sí. Sentido común, métale neurona.

Jartísimo no poder contar chistes de mascotas teniendo que aclarar que amamos a los animales y que no tenemos nada en contra de ellos. No puedo hablar de que me salió mal un limón en el mercado porque me falta empatía. ¿No les parece maluquísimo ser esa persona que cohíbe a los demás hasta de hablar?

Si quieren leer un artículo interesantísimo sobre corrección política, acá se los dejo, del ABC de España.

Tolerancia, de por Dios bendito. O Buda, Alá, Shan Tsung, el que quieran. No les sigo escribiendo porque se despertó el querubín del edificio y me desconcentró. ¡Chau!

@OmarGamboa


Les cuento que ahora ando más juicioso publicando en mis blogs. Tengo uno de Marketing y Emprendimiento y publico seguido. Ha aumentado mucho en visitas en solo tres meses, gracias a lo que me ha enseñado Iván Sosa. Les dejo el enlace a su página, el tipo es un duro.

Acá también espero escribir con más frecuencia. Me puse a leer comentarios antiguos, de cuando escribía seguido, las historias de «Le pasó a un amigo», por ejemplo, y me dio nostalgia, jajaja. Muchos comentarios bonitos.

Voy a tratar también de enviarles correos avisándoles que publiqué algo nuevo, para que se pasen por acá y conversemos.

Incluso noté que luego conocí a varios de ustedes, de los que dejaban comentarios, y eso me alegró mucho. Ahora tengo expectativa sobre a quiénes conoceré más adelante, qué nervios 😀

Gracias por leer, gracias por comentar. Eso motiva mucho.


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En Twitter: @OmarGamboa