Sé que esta será, fácilmente, una de las entradas más impopulares que escriba. Llevo mucho tiempo pensando escribirla, pero la venía aplazando por cobardía.
Ya está, lo acepto. El temor a enfrentarme a las hordas inquisidoras me tenía frenado. Aunque ya las veo venir, es algo inevitable.
En parte es porque me sentía solo en esta batalla, o estaba esperando alguna validación, hasta que la encontré:
Hace unos días me encontré la noticia de que en un vuelo desde Sao Paulo a Bogotá viajaron ¡25 perros! Veinticinco. En cabina. Y no eran perritos de bolsillo, no señor. Eran unos perrazos colosales.
Fuente, Avianca en Twitter. https://twitter.com/AviancaEscucha/status/1603092146369740800
Según reportó el periodista Dario Fernando Patiño en Twitter:
«Por ser de gran tamaño, debieron instalarse en el pasillo. Los propietarios se burlaban de la incomodidad de las tripulantes para desplazarse por la cabina».
Es decir, aparte de que los perros son tantos y tan grandes que no dejaban pasar a nadie por los pasillos, los propietarios se burlaban de los demás pasajeros. Y ahí es donde ya me empieza a entrar el mal genio.
Sabiendo que más de un dueño de perrito (o perrazo) debe estarme odiando en este momento, aclaro que no tengo nada en contra de los animalitos (o animalazos). Cada quién es libre de tener, amar, mantener y gastarse la plata en lo que quiera.
También sé que los perros aumentan la felicidad de sus dueños. Está demostrado que la interacción con animales aumenta los niveles de serotonina y dopamina (o sea, nos alegra la vida). De entrada no vengan a pelearme por no tener sentimientos y todas esas cosas. Créanme, tengo mi corazoncito.
Peeeeeero tu libertad de tener mascotota se acaba con mi derecho a viajar tranquilo. Seis horas duró el vuelo aquel. No sé si me habría aguantado. Aunque me habría tocado, igual.
No tengo idea de si el olor o los ladridos fueron un factor importante, pero el solo hecho de que 20 perros estén atravesados en el pasillo de un avión ya es suficiente razón para incomodar al otro 90% de pasajeros.
Imagínense que uno de ustedes sufra de incontinencia y deba ir al baño seguido. Ya que no pensaron en los tripulantes pasando con los carritos de comida y café, imagínense, en serio, cómo sería si ustedes sufren de las rodillas y deben levantarse de la silla regularmente, porque seis horas es demasiado tiempo. Esto, por ejemplo, le sucede a mi mamá.
O si prefieren, calculen todos los malabares que tendrían que hacer si se les torció un tobillo en el último partido de banquitas y tienen que caminar con muletas, pasando con todo el cuidado, tratando de no pararse sin querer en algún extremo de esos kilos de ejemplar canino. Porque no me imagino lo que pasaría si uno llega a poner mal la pata y lastima al animalito. Troya es un paseo al lado de la que se arma en ese avión.
La primera vez que hay que pasar, uno sonríe y dice amablemente «jejeje, perdone, ¿puede mover a su cachorrito que voy al baño?» Pero a la tercera ya quiere ahorcarlo. Al dueño, no al perro.
Por supuesto, el argumento de los dueños es que son soporte emocional. No me jodan. O sea, ¿no pueden ir en un avión sin el perro al lado? Esa ansiedad les dura hasta que tienen que salir y dejar al perro todo el día en el apartamento, ladrando desesperado.
Como sucede con el perro de mi vecino (o vecina, o perra, desconozco el sexo de ambos individuos). Este perrito dura diciendo “buenos días” más o menos desde las 8 hasta las 11 de la mañana. No porque deje de ladrar, sino porque a esa hora empieza a preguntar qué habrá de almuerzo. Desde la 1 dice “ya almorcé”, tipo 3 empieza a pedir onces, y como a las 5 finalmente se calla. Supongo que es cuando vuelven sus dueños.
Entonces “soporte emocional” mis… polainas. Debería darles pena.
Claro, sí hay personas que necesitan de sus mascotas como apoyo emocional. Conozco varias. Y por respeto a ellas es que los demás no deberían abusar de esas autorizaciones. Ni los que las expiden. Por ese tipo de situaciones en poco tiempo las aerolíneas tendrán que tomar medidas, como cobrar (mucho o poco) a las personas que deseen estar con su mascota en cabina.
Todo esto empezó en pandemia, cuando mucha gente compró perro, ya que era la mejor excusa para poder salir a la calle y no estar encerrados todo el día. No nos digamos mentiras, muchos compraron perro fue por eso. Por egoísmo.
Para los 18 bogotanos que no tenemos perro y que salimos a caminar sin mascota, se vuelve un problema ir esquivando cagadas (nunca había sido tan literal diciendo esa frase). Cada esquina termina oliendo terrible porque se vuelve el baño de los perritos. Hoy en día es imposible ir a un parque a jugar con los niños porque se volvieron, a la fuerza, exclusivos para perros.
Si quieren indígnense, ódienme, pero en el fondo saben que les estoy diciendo la verdad.
También sé que no son todos, seguramente muchos de ustedes alzan a sus perritos mientras salen del edificio. Pero es que alzar un mastín napolitano es complicado. Además, donde un solo perrito orine en la columna del parqueadero, los demás también lo harán. O escogen la siguiente, por aquello de marcar terreno.
Antes de indignarse y quemarme en la hoguera, piensen un poquito en nosotros sus pocos vecinos que no tenemos perro. Sé que somos minoría, pero no nos ignoren. También tenemos derechos.
Si van a tener perritos, disfrútenlos, ámenlos, cuídenlos y báñenlos felices. Me encanta eso y hasta les envidio tanta felicidad. Pero en medio de toda esa alegría, tengan coherencia y no los dejen solos en el apartamento por varias horas. No solo por los vecinos que tenemos que tolerar los ladridos todo el día, aunque tengamos reuniones virtuales. Háganlo también por sus mascotas, que probablemente sufren. No tengo idea por qué ladran, pero imagino que no es de felicidad.
En serio, traten de ponerse en el lugar de los demás, en lugar de burlarse del resto como hicieron los 25 dueños en el vuelo desde Brasil.
Es que eso de la empatía es de lado y lado.
Si me pides empatía con tu perrito, tenla tú también con los demás.
Piensa en la señora que es alérgica y que de haber estado en el vuelo habría tenido serias dificultades respiratorias, en vez de responderle “tomar antihistamínicos”, como le dijo algún pendejo en Twitter.
Créanme, con 25 perros no hay pastilla que valga.
Y aunque estamos acostumbrados a vivir peleando por todo, y en cada tema se forman bandos a ver cuál tiene la razón, en este caso les ruego de nuevo que piensen un poquito en el otro.
Ustedes tienen todo el derecho a tener mascotas, y los que no las tenemos lo sabemos. Pero llega un punto en el que te cansas de limpiar zapatos, de oler orín de perro en cada esquina, y de tener que pedir disculpas en las reuniones por los ladridos del perrito del vecino. O perrita. O vecina.
Tu perro tiene derecho de orinar en el poste de la esquina, al menos déjame a mí el de orinar tranquilo en un vuelo de seis horas.
@OmarGamboa. Consultor de Emprendimiento y Marketing Digital.
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