El astronauta Buzz Aldrin en la luna durante la misión del Apolo 11. AFP Photo NASA (FILES)

 

“La luna se moría de ganas de visitar la tierra y después de mucho dudar, se dejó caer”. Así empieza uno de los cuentos más bellos del célebre escritor uruguayo Eduardo Galeano, y como él  fueron muchos, a lo largo de la historia, los que escribieron sobre la luna y sus misterios.

Desde los albores de la humanidad soñamos con nuestro único satélite natural. Las artes, en general, han sido permeadas con esa constante obsesión que nos producen sus fases, su forma esférica, los enormes cráteres que podemos divisar desde la tierra e, incluso, el misterioso lado oculto que, como narra el cuento de Galeano, se debe a la sombra de un lobo que hurtó la luna cuando regresó al espacio. 

Van Gogh inmortalizó el cuarto menguante en la mundialmente famosa Noche estrellada y George Méliès tradujo en 1902 en un metraje histórico su Viaje a la luna. Así transcurrió nuestra romántica historia con este satélite 10 veces más pequeño que el planeta tierra, de leyendas a teorías científicas. 

Pero como casi todas las historias románticas obsesivas, la nuestra con la luna llegó a su clímax en el marco de una carrera execrable entre potencias. La Unión Soviética, gran traidora de los trabajadores, y los Estados Unidos, patrocinador de un sistema económico caníbal que hoy nos tiene contra las cuerdas, luchaban por el prestigio de demostrar quien acababa con el mundo primero y de forma más cruel. 

Ni la luna, a miles de kilómetros del planeta tierra, se salvó de esta competencia con tintes falocéntricos. El 20 de julio de 1969 llegó el hombre armado con, nada más y nada menos, que una bandera a colonizar lo que no era suyo, y así enterró para siempre a la luna con la que soñaron Mayas y Persas en la antigüedad. 

Este hecho, no menos que histórico para la televisión y los años venideros de la ciencia, es lo que retrata el documental Apollo 11. Dirigida por Todd Douglas Miller, la producción rescata imágenes muy valiosas de todo el proceso que llevó a Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins a la luna a finales de la década de 1960. 

La calidad de la fotografía y su narrativa emocionante hacen que este documental nos haga olvidar por una hora y media de esa carrera mezquina que llevó al gran hito del siglo XX. Incluso, sabiendo el desenlace de esta historia, la producción logra transmitir la tensión que se vivía en los días previos al despegue y las emociones que despertó su consecución. 

En definitiva, las imágenes tratadas en Apollo 11 son una joya documental y dan cuenta del enorme trabajo en términos cinematográficos que exigió su publicación; pero como explicó Robert Pearlman, quien aparte de estar involucrado en la realización del documental es asesor de la Nasa,  en la conversación a la que tuvo acceso EL TIEMPO, Estados Unidos no fue a la luna por el gran interés científico que despertaba este satélite natural, sino por la presión que ejercía en ese momento la guerra fría con la Unión Soviética.  

Esto responde a las dudas de muchas de las personas que hoy ponen en tela de juicio los hechos de ese 20 de julio de 1969: las misiones tripuladas al satélite no siguieron realizándose por la desproporción que existe entre el costo que significa y el provecho en materia de investigación científica que deja.  

El Gobierno de Estados Unidos destinó más de 23 mil millones de dólares al proyecto lunar entre 1959 y 1963. No podría ser de otra forma cuando en 1961 el entonces presidente John F. Kennedy dijo: «Si podemos llegar a la Luna antes que los rusos, entonces deberíamos”. 

Pero no nos digamos mentiras, de no invertirse en la carrera espacial, esos 23 mil millones de dólares no iban a destinarse a la reparación de Vietnam, ni a la atención del VIH que en ese momento empezaba a aterrorizar al mundo, ni a otros problemas que padecía el planeta. Y lo cierto es que la Unión Soviética, de poseer ese músculo financiero, tampoco iba a cumplir el sueño de Lenin de una gran patria proletaria e igualitaria. 

La carrera espacial estuvo estrechamente vinculada a la carrera armamentística. Si la potencia X puede llegar al espacio, significa que cualquier día nos mata con un misil intercontinental. Si el país Y pone un satélite artificial en órbita, significa que mañana nos acaba con un rayo láser digno de Mars Attacks!.  

El miedo y la soberbia hicieron que Armstrong pusiera su huella en la luna, que según dicen los astronautas de las distintas misiones que posteriormente hicieron parte del proyecto espacial, huele mal… como a pólvora quemada.

Por ahora, es justo dejarnos llevar por el material emocionante que rescató Apollo 11, disfrutar como si fuera un viaje en el tiempo de la experiencia que copó la televisión hace medio siglo y recordar que son las ‘bodas de oro’ de una carrera que dice Estados Unidos que ganó, pero que se parece más al partido de microfútbol en el que con impunidad se grita “último gol gana”. 

“La luna se moría de ganas de visitar la tierra y después de mucho dudar, se dejó caer” eso reza el cuento de Galeano, pero habría que darle la vuelta, “El hombre se moría de ganas de visitar la luna, y después de casi destruir la tierra, se permitió volar a ver con qué más acababa”.