Los años álgidos de violencia dejaron una marca para siempre en la memoria de los colombianos: bombazos, secuestros, falsos positivos, muertes en medio del fuego cruzado, horror. Pero aunque los sofistas de la nueva era y los emprendedores con ‘mentalidad de tiburón’ aseguren que para poder avanzar hay que olvidar el pasado, no existe una herramienta más importante que la memoria para sobreponernos a lo que, sin duda alguna, fue un ayer monstruoso.
En ese ejercicio, la tarea del arte como constructor de paz es imprescindible. La pintura, la música y en este caso, el cine, son las nuevas armas con las que ahora sí podemos enfrentarnos a los vicios del poder, vengan de donde vengan.
¿Podría imaginarse alguna vez un combatiente de las Farc, en medio de la selva, la posibilidad de actuar en una reconocida película? Quizá sí, desde la ciudad tendemos a ver a ver con ojos de extrañeza a campesinos, indígenas, guerrilleros, paras y, en general, a cualquiera que esté fuera de nuestro círculo de confort.
Pero aunque los sueños vuelen alto y superen la tupida copa de la jungla, lograrlos es una verdadera proeza. La historia de Wilson Salazar es eso, una gesta real a la que se puede llamar con toda franqueza, paz.
‘Monos’ es la más reciente producción de Alejandro Landes, director colombo-ecuatoriano que le apostó a narrar en esta película cómo una unidad de guerrilleros jóvenes tiene la tarea especial de cuidar una médico estadounidense secuestrada en el país. Salazar, quien militó en las Farc durante 13 años e integró las temidas filas de la columna Teófilo Forero, protagoniza el papel de uno de esos combatientes.
El Festival de Cine de Berlín acogió no solo el estreno de esta cinta que recién llega a la cartelera de nuestro país, sino que recibió a comienzos de este año a todo el elenco, incluido Wilson Salazar, que como asegura el artículo ‘El exguerrillero de la temible Teófilo Forero que triunfa en el cine’ publicado en EL TIEMPO, “estaba cansado de recorrer las montañas de Colombia y unos años después quise cambiar mi vida y ya no me gustaban algunas ideas de la organización”.
El largometraje expone la convivencia de los jóvenes combatientes mientras desarrollan la misión de cuidar a la doctora secuestrada, sus fracturas, sus posiciones y sobre todo, la incertidumbre cuando el plan empieza a salirse de control.
La cruda violencia que se extendió por ciudades y campos en Colombia dejó a su paso un sinnúmero de estigmas: guerrilleros animales, paracos desalmados, soldados rayados de la cabeza. Pero hoy, cuando al menos estamos intentando superar los horrores que pasaron y construir, para bien o para mal, un nuevo porvenir, podemos ver con cierta perspectiva aquellos estigmas que en su momento muchos compramos como verdades absolutas.
Así como Wilson, los que ayer se vieron arrastrados por el conflicto, ahora pueden levantar sus vidas por medio de otros oficios, unos que edifiquen como el cine y las artes, y que sobre todo, creen memoria para que lejos de olvidar lo que pasó, podamos tomar las riendas del futuro.
Sin embargo, esta tarea se hace muy difícil cuando las mínimas garantías como el derecho a la vida son pasadas por alto. Alrededor de 130 excombatientes de las Farc han sido asesinados desde la firma del acuerdo de paz a finales de 2016, y solo este año, son unos 20 los que perdieron la vida, algunos de ellos en hechos ‘confusos’ que las autoridades no se atreven a explicar.
Es por todo esto que, no, nunca es preferible un guerrillero en armas aunque lo digan expresidentes y senadores aferrados al poder, el futuro no se construye con un fusil al hombro, sino garantizando la vida, las oportunidades y los derechos en general, que es lo mínimo que cualquier ciudadano debería tener para poder subsistir con tranquilidad y la historia de Wilson Salazar es un recordatorio de eso.
Como explicó el director de ‘Monos’ Alejandro Landes, la película viaja al corazón de los temores que tenemos con esta posible y frágil paz, pero su desarrollo es en sí mismo una contribución valiosa a un punto esencial de la reconciliación: reconocer al otro, sea cual sea su origen. Reconocerlo porque aunque en mil años no podamos ponernos de acuerdo, es necesario decirle nunca más a los errores que en el pasado nos llevaron enfrentarnos pagando un precio muy alto: la muerte.