
Las palabras son el paso anterior a la acción. Queda demostrado. En un país en donde se viven actos de violencia a diario, pretender que las palabras no sean promotoras de escenarios de violencia, es un absurdo. Antes de un grito hay una ofensa, antes de puño hay un insulto, antes de un atentado terrorista hay cientos de textos en redes sociales, y cientos de intervenciones en espacios públicos y privados, recalcando las diferencias ideológicas como si fuera un pecado. Los llamados a luchar, a tomar acción, a decir que hay que movilizarse, todos son llamados etéreos, sin destino contundente que pueden ser tomados literal y ferozmente por los más incautos y violentos. Esos llamados de unos y otros invitan a actuar como si hubiera un mensaje tácito y violento, ¿Actuar es qué?, ¿Acabar con el contrario? ¿A punta de lo que haya? ¿Los gritos, los insultos, los balazos? ¿Movilizarnos contra qué? No son claros quienes gritan por un lado y por el otro. El llamado a la acción es hacer lo que sea, pero contra alguien, nunca el llamado a la acción pretende escuchar, entender, dialogar. Qué lejos estamos del paradigma del dialogo del entendimiento. Qué largo camino tendremos que recorrer para no ser el país violento que somos.
Sé que este blog suena ingenuo porque hablar de los múltiples discursos de odio es solo la punta del iceberg. Hay intereses, claro, más allá de las ideas, por supuesto, por eso es que estamos tan lejos, porque cuando por lo menos estemos en el nivel de discutir por ideologías, tendremos el chance de escucharnos. Pero aún estamos en el más bajo y visceral escenario del odio porque si, del poder y de la plata porque sí. Un niño mata por plata y de ahí para abajo todo es posible. No hay ideales superiores que el bienestar colectivo, pero aún no hemos llegado ahí, ni lo concebimos ni nos interesa.
Hoy y siempre hemos vivido lo que vivimos en Colombia porque no aguantamos la rabia, y se agolpan en la puerta de la boca insultos y sugerencias que ofenden, que lapidan a alguien más. No hay forma de que en el congreso no se grite ni se trate al otro como criminal, o en el mejor de los casos de ignorante. No conocemos un debate de conciliación, ahí no lo hay, en las redes tampoco, y en muchas familias sí que menos. No sabemos escuchar, ni siquiera hacemos el intento de tratar de entender que es lo que el otro dice. En Colombia no hablamos para la paz, gritamos hasta que llegue la aplanadora del más fuerte, del más violento y acabe con el otro.
No conozco los diálogos constructivos en la escena política de este país y no me refiero a que no deba existir la vehemencia y la argumentación poderosa de ideas y datos y evidencias. Me refiero a que no existe la intención de llegar a acuerdos, aquí no lo hacemos así, aquí los debates pretenden aplastar al oponente. Ninguno de los que gritan furiosos en X o en cualquier otra red social, o en el congreso, o en los estadios, o en la sala de la casa, quieren saber que piensa el otro. Nadie. No interesa, no importa, nuestras ideas son cerradas, obtusas, porque ni se nos ocurre dejar pasar ninguna otra palabra que nos contradiga. Nada permea lo que pensamos, hasta que nos conviene, por supuesto, ahí es distinto.
¿Nos enfurecemos, pero estamos dispuestos a desenfurecernos? ¿A volver a la calma, a avanzar? Creo que no pretendemos nunca entender, pretendemos llegar hasta las últimas consecuencias, y eso es lo que vive este país dolido, lleno de venganza y de odio, eso es lo que pretenden cientos de personas cuando se cargan de furia y de odio para hablar y entre más fuerte mejor, entre más contundente sea la voz del odio queda más claro. Hay miles de motivos más por los que se mata en Colombia, claro, no solo la división política, no solo la falta de criterio. La plata, el poder, el miedo están ahí haciendo lo suyo, pero el instrumento que usan todas estas máquinas de destrucción es la palabra de odio, seguida, como dije más arriba, del grito, el puño, la bala.
Las palabras si tienen efecto, denominar al otro como enemigo si tiene efecto, acomodar a unos y a otros entre buenos y malos si tiene consecuencias y muy graves. Pretender que vivamos en paz mientras juzgamos y etiquetamos es imposible. Es ruin manipular con la palabra, dividir con la palabra. La palabra está hecha para atarnos, para darnos cuenta de que somos parte de una unidad, pero aún estamos muy lejos de entenderlo y aún más de vivirlo. Que las palabras sean nuestro enlace, nuestra fuerza colectiva, un poder común que nos propone avanzar. La palabra se dice, pero sobre todo se escucha para ser entendida, para tratar de comprender lo que aún no conocemos. Usar la palabra como precursora de la guerra nos condena a la disminución de la conciencia y nos perpetua en la condición de supervivencia.
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