
Entre lo políticamente correcto y la cultura de la cancelación
Estoy cansada del spam de Frisby y creo que el alboroto que se armó no era necesario. Seguramente no es un punto de vista popular, y habrá quien me cancele por antipatriota. ¿A usted lo han cancelado por cargar con el lastre de tener una opinión poco popular? A Calamaro le pasó. La línea que se teje entre lo políticamente correcto y la cultura de la cancelación le pasó factura cuando defendió la tauromaquia y el auditorio lo rechazó con contundencia. Ante la indignación del público, Andrés decidió aplicar la cultura de la cancelación y abandonó el escenario.
Esta cuerda floja entre lo políticamente correcto y cancelar al otro por su punto de vista es una oportunidad para entender lo radicales que se han vuelto nuestras conversaciones, la falta de libertad que tenemos para hablar, el sesgo estricto que define nuestras interacciones, incluso en los círculos más cercanos. ¿Lo políticamente correcto estará coartando la libertad, estancando los debates, frenando la creatividad? ¿Hoy todos hablamos en un mismo lenguaje? No siempre nos sentimos tan libres de poner nuestro punto de vista en una conversación, y cuando lo hacemos, no siempre estamos dispuestos a recibir una opinión contraria ni a asumir una conversación con desacuerdos.
Pero ¿cómo podría ser un diálogo libre? ¿Tendríamos que entender las normas del debate de Naciones Unidas? ¿Cuál puede ser la clave del diálogo abierto? ¿Cómo evitamos estas ganas profundas de tener la razón y de querer convencer a todos de que tenemos la verdad?
Aislamos, clausuramos, tomamos distancia porque no tenemos la capacidad de escuchar, de recibir reacciones frente a lo que decimos o hacemos. Anulamos lo que no va con nuestro modo de pensar y lo hacemos con las vísceras y la rabia, con el hastío que nos genera un punto de vista distinto y un comportamiento que no compartimos. ¿Cómo ponerle freno al instinto de cancelar? ¿Hay que ponerlo? Por supuesto que no hablo del delito o cuando hay daño de por medio, esa es otra discusión que tendrá más que ver con el perdón o el dolor, pero no recurramos a la ética o a la moral para anular al otro. No nos paremos en la orilla radical, cualquiera que esta sea, para eclipsar al que dijo o hizo lo que no nos gusta. ¿Qué tanto camino nos falta como especie para vivir en plural y no casarnos con ideas fijas que coartan nuestras interacciones?
La multiplicación de la palabra en maneras no descritas, los niveles y tendencias de decadencia del lenguaje, la poca o nula sensibilidad frente a temas de debate público, nos jalan a pensar que lo políticamente correcto debería estar siempre ahí, pero lo que pensamos y decimos es un termómetro de cómo estamos por dentro, y hablar sin restricciones empujan al debate público y a las conversaciones privadas, a un escenario más inclusivo y tolerante. Si comunicáramos con serenidad, con la tranquilidad de no ser censurados ni juzgados, no tendríamos más opción que ser realmente auténticos, y seguro serían más las oportunidades que los retrocesos.
La resistencia al cambio y la imposibilidad de entender que no tenemos la verdad absoluta nos lanza a cancelar todo lo que no se acomode con lo que creemos. Somos más adaptables de lo que nos imaginamos, y podríamos estar llenos de información valiosa si estuviéramos abiertos a escuchar y a dejar que otros sean auténticos.
Ese sesgo que nos impide expresar libremente lo que pensamos y nos amarra a ser “correctos”, es consecuencia de la dualidad en la que vivimos, en donde todo es bueno o malo. Esta dualidad nos ha metido también en la cultura radical y coercitiva de la censura y de la política de la cancelación. Y son tan radicales los ¨libre pensadores¨ cómo los ortodoxos, y el radicalismo consiste en que hay que ceñirse a una única forma de ser o a una única forma de ver las relaciones interpersonales.
Para muchos de nosotros, nada puede estar en la mitad, y nos empecinamos en rechazar los términos medios. Qué simples somos cuando rotulamos y ubicamos a las personas en categorías tan absolutas. Si fuéramos más abiertos y flexibles a la multiplicidad de opiniones, seguramente haríamos un valioso aporte a nuestro entorno vital.
Aprendamos a hacer más flexible nuestra opinión y seamos más receptivos a la crítica. La creatividad se vulnera cuando consideramos válidas sólo las opiniones políticamente correctas. Propongámonos oír antes de juzgar, atrevámonos a hacer sin temor a que nos señalen, procuremos autenticidad antes de querer encajar en una fórmula, “seamos” incluso manifestándolo con el silencio, “seamos” desde adentro, “seamos” con conciencia y voluntad, “seamos” más y “pertenezcamos” menos.
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