Dos publicaciones anteriores contenían mis teorías aprensivas y románticas acerca de la muerte. Con valentía expuse mi óptica porque ignoraba por completo su verdadero efecto. Hoy, más allá de mi percepción fantasiosa, lejos del concepto, abandonando la comodidad de no haberla sentido cercana… hoy, crudamente la enfrento. Sin un mínimo de lógica, sin ningún componente de ley natural.
Después de un mensaje de pocas letras, con orden y sentido agudo, fisiológicamente siento que me va a fallar el corazón, que cada latido que ignoro durante el día se ha vuelto retumbante, que dichos latidos se han tornado innumerables y veloces. Mi respiración perdió expansión, se ha vuelto corta y mediocre. Días después la comida es tortuosa y las responsabilidades de todos los días, inviables. El momento de dormir es más difícil que la pesadilla de estar despierto.
Por más clara que esté la estructura intelectual que entiende de la existencia y sus fenómenos, hay un quiebre. Y quizá con el tiempo solo un remiendo para ese quiebre, todo, por qué la vida simplemente continúa y nosotros debemos forzosamente hacer lo mismo. Rotos o enteros.
No voy a darle el gusto a la vida de preguntarle el por qué. No voy a perder un segundo de mi agotada racionalidad insistiendo por lógica a lo inconcebible. Parece que la injusticia no solo se hace evidente en los sistemas y acciones procesadas por el hombre, la injusticia parece ser un componente en el mecanismo de la vida. Pero lo cierto es que vivimos en la impermanencia, ante la naturalidad sorpresiva del cambio. Ante los fragmentos de felicidad plena y los fragmentos de tristeza profunda.
Cada uno de esos estados igual de volátiles a la vida misma.
La muerte, para no ser tan indolente, ha optado por tener gestos de nobleza. Algunos de los años más felices de mi existencia cobraron vida de nuevo, en mi memoria y entre viejos amigos. La muerte, renovó el amor entre nosotros, nos trajo de vuelta. Todos, en mejores versiones, con voces más graves, con corazones rotos pero aún dispuestos, aceptando que nada físicamente permanecía igual pero espiritualmente continuábamos firmes. Las dificultades en las relaciones humanas, los egos y las estructuras desaparecieron, sin muchas palabras y mediante abrazos extensos decidimos unirnos. Nada más poético y sanador, nada más contundente en contra del dolor.
De toda la retórica que tenemos para el consuelo, sigo creyendo firmemente que no somos la simple evidencia de elementos, moléculas y tejidos. Creo que tendremos múltiples formas de vida superando la importancia de la presencia o la ausencia. Nuestra energía será inagotable, el alma será una manifestación permanente en este universo.
Ante este dolor, ante esta historia y en mi posición en ella que ni siquiera tiene categoría en persona gramatical, solo puedo decirme y decirles: Amen! amen con el alma expuesta y sin miedo. Sean leales, humildes. Agradezcan todo y nada. Perdonen, lo simple y lo complejo. Vivan con una intensidad salvaje, ríanse duro y lloren desconsoladamente. Aprendamos a vivir rotos y remendados pero con esperanza, reformulemos el sentido de la vida cuando la sintamos perdida. Por qué de alguna manera todo volverá a estar bien. De alguna manera todos lograremos renacer en ésta y en mil vidas más.