La cuarentena ha sido un regalo de vida para nuestra familia. Por supuesto ha traído preocupaciones, pero en la práctica y fuera de las implicaciones de esta crisis global, ha sido un tiempo único para nuestra evolución. Mi hijo ha disfrutado de su papá como nunca antes, ha sido el periodo más divertido y pleno de sus cuatro años de vida. Hemos dado pasos importantes en las rutinas, a veces tan complejas cuando existe algún tipo de dificultad clínica. Su papá, ha entendido más de su condición por que ahora la vive más de frente, concretamente las 24 horas del día.

Al parecer todo va fluyendo en mi entorno, sin embargo, conmigo están sucediendo cosas. He descubierto una certeza que reposa por estos días sobre mí. Quizá sea temporal pero por el momento es una sensación muy tangible. He perdido algo de entusiasmo por la vida. Ahora, no sueño con mucho, quizá casi con nada. No visualizo con ilusión, de hecho ya no me remito a ningún ideal sobre el futuro. Estoy suspendida, voy en plano y sin alteración, por ahora me dediqué a sobrevivir. Abandoné el ímpetu del empoderamiento, de las acciones y posiciones heroicas, dejé de pararme frente a la vida diciéndole que puedo con ella y ella no puede conmigo. Opté en algún momento e inconscientemente por la rendición.

Para salvarme en esta tregua emocional, metódicamente, estoy concibiendo la vida como fragmentos diarios que se extinguen cuando anochece y nuevos fragmentos que renacen con el brillo del sol. No quiero entenderla más en tiempo y en extensión. Eso me resulta aburrido. Necesito darle dinámica y una carga adicional de sentido, de reinicio. Pareciese, quisiese descansar mentalmente del ritmo y eventos de la realidad y refugiarme en la espiritualidad. Finalmente y para mi, es la única herramienta profunda, de sabiduría, para la paz y evolución. En paralelo a esta practica de concepción de vida, mi terapeuta hace poco resaltó en mí un recurso interno para entender y enfrentar la dificultad. Hoy quiero creer en ese recurso que ella percibe, sin embargo no sé si es más una manifestación de resignación de mi parte ante los tropiezos.

Frente a la crueldad que ha caracterizado a este año y en búsqueda de más recursos para disipar el dolor, he tratado de reír más que nunca, evadiendo el nudo en la garganta que por momentos logra congestionarme. Encuentro por fortuna motivos para sonreír casi siempre y me esfuerzo para direccionar mi energía sólo hacia las bondades. A pesar de esta fase, no olvido dar gracias cada día al universo, por darme amor, del más profundo a través de cada ser, de cada situación. Por la salud de mi hijo, que en medio de su condición es un niño sano y vital. Por su felicidad que es una de mis grandes certezas.

Concretamente no la he tenido fácil. Cómo nadie la ha tenido tampoco. De hecho existen cientos de historias de mayor complejidad. Pero siendo egoísta, sinceramente no quisiera que la vida me eligiera para nada más. Siento que ha sido suficiente. Sin embargo, sé que es un deseo estúpido. No hay nada más contundente que la vida y sus designios.

Yo vine aquí para hablar de valentía, de coraje, de fe. Este espacio me fue otorgado para plasmar resiliencia en letras, pero hoy, acepto ser un tarrado de miedo, un manojo de dolor. Soy un par de manos temblorosas, un corazón golpeado y desesperanzado, pero no quiero que esto sea leído como un texto negativo, considero es un texto real. Sobre un estado humano y natural. Nos entrenaron para hablar del deber de la fortaleza y de cómo debemos salir adelante, pero hablar de la dificultad en si, nos cuesta, quizá por evitar la sensación de victimización o de juicio, o quizá por no mostrarnos vulnerables y avergonzados ante una sociedad tan indiferente.

Y aunque hablar de heroísmo suena más conmovedor que hablar de derrota, los seres humanos nos debatimos entre esas dos posiciones a lo largo de nuestra vida. Así que se vale estar roto, se vale no ser el guerrero que desde que nacemos la vida nos impone ser. Se vale estar quebrado y aceptar que se está. Se vale descender a la oscuridad, vivirla y volver a encontrar la filtración de luz, para así ascender nuevamente limpio y listo para continuar.