El reconocimiento de todos los colombianos merecen el Episcopado, el Vaticano y el Gobierno por los esfuerzos realizados articuladamente durante varios meses, con el apoyo de más de 73.000 personas entre miembros de la fuerza pública, voluntarios, personal de logística y socorristas, para hacer de la visita del Papa Francisco al país un éxito rotundo.
Felizmente la gira de 5 días pudo cumplirse sin ningún contratiempo y la población hizo gala de un comportamiento ejemplar, demostrando que a pesar de cinco décadas de guerra y del odio que desparraman a diario quienes sólo piensan en sus “intereses particulares y a corto plazo”, como bien lo ha captado el Papa, pudimos vivir unidos un acontecimiento memorable, gracias a la inspiración de un humano notable a quien sólo motivan el bien común y la necesidad de resolver la inequidad, “la raíz de los males sociales”.
Destacable también la labor desempeñada por el sistema de medios públicos RTVC y sus más de 1.000 colaboradores, que nos permitió a todos, aquí y en otros países, seguir minuto a minuto los pasos de Francisco, admirar su capacidad para conectarse con los sentimientos de los siete millones de colombianos que salieron a su encuentro, especialmente de los más pobres, vulnerables, “maltratados y marginados por la sociedad”, y recibir sus mensajes de paz, amor, fraternidad y esperanza.
En este contexto alucinante, cautivó nuestra atención el llamado que hizo desde el Parque Simón Bolivar a “amar, respetar y promover la vida”, que trajo a nuestra memoria una audiencia por él concedida a la organización italiana Colegio Universitario de Aspirantes y Médicos Misioneros (CUAMM), antes de su viaje a Colombia. Allí, tras reconocer que la salud “se niega de hecho en diversas partes del mundo, donde el acceso a los servicios sanitarios, a los cuidados y a los medicamentos sigue siendo un espejismo”, el Papa afirmó que “la salud no es un bien de consumo sino un derecho humano fundamental de todos, un derecho universal”, por lo que el acceso a medicamentos “no puede ser un privilegio de unos pocos que pueden permitírselo”.
Es de desear que esta exhortación no caiga en el vacío. “Trabajar en defensa y cuidado de la vida humana” supone solucionar el problema de la falta de acceso a medicamentos necesarios para tratar las enfermedades y salvar vidas, que, según estimados de la Organización Mundial de la Salud, es causante de la muerte de 10,5 millones de personas anuales a nivel mundial, incluidas Latinoamérica y Colombia, que cada año aportamos 700.000 de estas muertes evitables.
Un drama humanitario cuyas causas principales son dos: i. La codicia humana, con la consiguiente fijación de precios exorbitantes de los medicamentos que gozan del privilegio del monopolio, algunos de los cuales rondan ya la inverosímil cifra del medio millón de dólares por paciente y por año, y ii. El bloqueo del acceso a medicamentos genéricos de buena calidad y con precios asequibles, derivado especialmente de las patentes farmacéuticas, que brindan el privilegio del monopolio por 20 años, tiempo durante el cual los productos competidores y económicos no pueden entrar al mercado.
“No podemos ser insensibles ante el dolor de tantas víctimas”, ha sentenciado el Pontífice. El bienestar de la humanidad exige poner límites al desenfreno de los precios escandalosos y revaluar la conveniencia de las patentes farmacéuticas, que tanto daño ocasionan a la salud pública. Son tareas de las organizaciones internacionales responsables de la promoción y protección de los derechos humanos, impulsadas por los gobiernos de los países de ingresos medios y bajos, principales víctimas de estos fenómenos.
En palabras del Papa Francisco,
“El acceso a medicamentos no puede ser un milagro”.