Sabemos del poder de un despecho. Pero este, dicen, la sacó del estadio: resultó en la construcción de una imponente edificación que hoy es referente mundial en Buenos Aires. Y puede que sea un mito, pero tiene toda la pasión propia de Argentina.
La historia, ocurrida en los años 30, es fascinante.
La hermosa y adinerada Corina Kavanagh, de origen irlandés, fue calificada toda su vida como “nueva rica”. Su familia tenía mucho dinero, pero no pertenecía al grupo de aristócratas argentinos que no se mezclaban, ni aceptaban a personas con el estatus de Kavanagh.
Sin importar su abolengo, Corina se interesó en nada menos ni nada mas que en Aarón Anchorena, el séptimo de los diez hijos de la Condesa Pontificia María Luisa de las Mercedes Castellanos de la Iglesia, esposa de Nicolás Hugo Anchorena. Miembros de la más alta aristocracia del país.
Picaflor y coqueto como muchos argentinos, Aarón era también un joven ambicioso que hizo algo de política. Luego, usando su estatus y dinero se dedicó a promover el turismo de algunos zonas del país y desarrolló varias actividades en el sector agropecuario.
A pesar de su pasión por la aviación, Aarón cayó ante la presión de su madre quien le adelantó algo de su herencia para que se estableciera en el departamento de Colonia en Uruguay. Allí compró unos terrenos y se dedicó a la producción de cultivos de exportación para comerciar con Argentina y Europa.
Pero antes de hacerlo, según cuenta la leyenda, conoció a Corina. El flechazo fue total y a pesar del rechazo de su familia, los enamorados sostuvieron una relación que los mantuvo juntos por algunos años.
Con el corazón roto e invadida por la tristeza, Corina ideó un plan para vengarse de la familia que frenó su unión oficial con quien se cree, fue el amor de su vida.
Los Anchorena vivían en una mansión, conocida hoy como el Palacio de San Martín, sede de la cancillería y reconocido por su amplios espacios y lujosos interiores.
En esa época, uno de los principales atractivos de esta edificación era que miraba de frente a la imponente Basílica del Santísimo Sacramento, construida precisamente por la familia Anchorena, con el fin de usarla como sepulcro familiar.
El lujo y detalle de la Basílica, aseguran, complementaba el palacio y demostraban una vez más el poderío económico y social de los Anchorena. Tener las dos edificaciones una al lado de la otra mirándose de frente, consolidaban espacialmente el estatus de los poderosos aristócratas.
Y no ahorró esfuerzos. En tan solo 14 meses, fueron edificados 31 pisos de concreto en un estilo atrevido y para algunos amenazante. Símbolo de un profundo y amargo resentimiento.
Corina terminó sus días en el piso 14 del edificio, viviendo en un gran espacio de 726 metros cuadrados, tratando de olvidar a quien fuera uno de sus amores más profundos.
Y aunque yo no suelo creer en las leyendas, la majestuosidad de la edificación, el color, sus formas y la energía que proyecta, me hacen pensar que tras su diseño hubo mucho más que arquitectura y planeación.
El Kavanagh, reconocido por años como el rascacielos más alto de América Latina, representa el movimiento moderno argentino que mezcla el art decó con el expresionismo europeo. Fue declarado en 1999 como monumento histórico nacional, e hito internacional de la ingeniería. En 2013 fue nominado como el edificio más lindo de Buenos Aires.
¿Mito?