La alegría del hincha hoy no merece ser  atacada  con análisis profundos sobre el funcionamiento del equipo, ni sobre el desempeño de los jugadores, ni siquiera con reflexiones sobre los altos costos de boletería, o el cartel de reventa que hoy algunos denuncian en diversos medios.
Lo único que debe importarnos es que esos 14 jugadores que anoche vistieron la gloriosa camiseta azul, más los que sin estar ayer en la cancha  aportaron su granito de arena para este logro; el cuerpo técnico en cabeza del Profesor Hernán Torres; y hasta la, por momentos, muy vilipendiada dirigencia del equipo, ayer nos brindaron a los millones de hinchas azules la mayor alegría en casi un cuarto de siglo.
Atrás quedaron las burlas, las humillaciones, el irrespeto al que fuimos sometidos «gracias» a la nefasta gestión de unos personajes, de cuyos nombre no quiero acordarme, que se apropiaron de lo que nos pertenecía, tomaron al club como su caja menor, se enriquecieron, y a los que se les tuvo que arrebatar, casi a las malas, el orgullo de más de medio país que sufre, vive, goza y da la vida por nuestro Millonarios del alma.
En algo más de dos años, la transformación administrativa del Club rindió el principal de sus frutos: LA ESTRELLA 14, esa que tanto añoramos y que veíamos ya como un objetivo imposible de realizar. Anoche el fútbol nos devolvió con mucha emotividad y alegría lo que durante 24 años la hinchada deseo como su mejor regalo. El dios del fútbol fue justo premiando con el título al mejor equipo del semestre y , de paso, a la que  de lejos (y muy de lejos) es la mejor hinchada del país.
Con el cobro del sexto penal por parte de Luis Delgado, y su posterior atajada al último lanzamiento del DIM, las tribunas del Nemesio, y supongo que sucedió igual  en cada uno de los sitios donde había hinchas azules concentrados siguiendo la final, estallaron en un rictus que mezclaba la alegría por el campeonato obtenido con las tristezas y desengaños de 24 años de afrentas.
De mi parte, la atajada de Delgado trajo a mi mente el recuerdo de mi querido hermano Jorge Alexander (QEPD) que seguramente, desde el cielo, disfrutaba con esta estrella y que de habérselo permitido la vida hubiese estado ahí en la tribuna conmigo, sufriendo, gozando, y apoyando a nuestro querido equipo.
Ese recuerdo, sumado al de los sufrimientos y decepciones acumuladas, pudieron más que mi fortaleza, y las lágrimas brotaron de mis ojos. Pero no era el único: a mi alrededor esa escena, por las motivaciones que hayan sido, se repetían por doquier. Hinchas emocionados, mirando o apuntando al cielo, abrazados con desconocidos hermanos de camisetas azules eran muestra clara de lo que el resultado final del partido significaba no solo para los 40 mil que llenamos el Nemesio, sino para los millones de hinchas azules que desde afuera hicieron fuerza para el logro de este gran objetivo.
La derrota hubiese sido un golpe muy fuerte, además de injusto, para esta hinchada que inundó a Bogotá con ese fervor azul incluso desde muchas horas antes al inicio del partido. Por donde uno pasaba se palpaba que el ambiente era 100% embajador: camisetas azules agotadas en el comercio, vehículos portando banderas, haciendo sonar sus claxon o las conocidas «bubuzelas» que le daban al día un aire de carnaval, de carnaval embajador. Gracias al Dios del Fútbol, tanto fervor y apasionamiento se vio recompensado con la alegría del campeonato.
A la salida del Nemesio, el ambiente no podía ser diferente. El fervor previo evolucionó a una alegría desbordada sin demasiados excesos: los cánticos en las calles, la espuma, la harina, los bocinas de los carros y la romería de hinchas desde el estadio hacia el punto de encuentro para la celebración en el Parque Simón Bolívar, fueron consecuencias apenas lógicas de 24  años de alegrías reprimidas.
Bogotá, porque no podía ser de otra forma, se vistió ayer de azul y blanco, le anunció al país futbolero que el gigante estaba de regreso, que las penurias quedaron en el pasado, que este es el inicio de una nueva época de triunfos, de alegría, de grandeza.
Gracias a Dios por haberme dado la licencia de nuevamente sentir esta inmensa alegría; gracias a los futbolistas por su técnica, por su entrega, por su actitud y por su deseo de entrar en la historia y en los corazones de los millones de hinchas azules; gracias al cuerpo técnico por haber sabido transmitirle al grupo de jugadores una idea táctica triunfadora y por haber sorteado el ánimo en momentos difíciles como la catástrofe de Madrid o la eliminación de la Copa Suramericana; gracias a los dirigentes por tomar las decisiones más acertadas para el futuro del equipo; pero sobre todo gracias a todas y cada una de las circunstancias que me llevaron a hacerme hincha del mejor equipo del mundo (para mí lo es).
Para mis amigos azules: un fuerte abrazo, un enhorabuena por esta alegría, y los deseos de todos para que este sea el inicio de muchos triunfos y alegrías.
Cordial y albiazul saludo
SALUD CAMPEONES!!