Para muchos fue la primera vez que vieron a Millos campeón. Fueron varios lustros de frustraciones y desengaños. Fueron 24 años que significaron que varias generaciones de jóvenes hinchas lo fueran por pura convicción, por amor verdadero, por la fe ciega en la gloria y en la historia del azul-
Fue un resurgir meteórico. Casi dos años atrás eran muchas más las probabilidades de que nuestro amado equipo descendiera o desapareciera, que las de que pudiéramos salir del hoyo profundo en que nos habían sumido administraciones nefastas que no vale la pena ni siquiera mencionar. La nueva administración prometió títulos y figuración del equipo, pero no se esperaba que las promesas se cumplieran tan rápidamente.
Aquel día fue especial. Desde muy temprano en Bogotá se vivió un carnaval azul y blanco. Por las calles circulaban vehículos portando banderas azules y blancas, y haciendo sonar acompasadas sus bocinas. Por donde uno pasaba, se podía palpar ese fervor que los millones de hinchas azules.
Las camisetas y banderas azules se agotaron en las calles. En los alrededores del Nemesio el carnaval se hacía mucho más evidente. Muchos hinchas, sin tener entrada para el partido, decidieron seguir el juego rodeando la legendaria estructura de concreto de la 30 con 57, escenario de lujo para lo que significaría el fin de la maldición padecida durante 24 largos años.
Los 90 minutos de aquel encuentro final no pasarían a la historia por su brillantez, ni quedarían en la retina de los más de 35 mil afortunados que rebosamos con entusiasmo las tribunas del Campín.
La real emoción se vivió de la mano con el sufrimiento durante aquella tortuosa definición con lanzamientos desde el punto penal.
Los cobros de Wason, Franco y Ganiza, además del lanzamiento errado por Diego Herner del DIM llenaron nuestras almas con la ilusión de ese título que nos permitiría, por fin, luego de tantos años, lanzar al unísono a los cuatro vientos el anhelado grito de ¡MILLOS CAMPEÓN!
Pero como para Millos no se vale si no es sufriendo, sucedió lo impensado. Omar Vásquez, quien se había ofrecido para ser uno de los ejecutores, disparó mansamente su cobro a las manos del portero rival. Los fantasmas de 24 años de frustraciones parecieron ensombrecer el entusiasmo de la hinchada.
Mi reacción fue de desilusión, desazón y tristeza. En mi mente se repitió ese gol de Milton Rodríguez en 2003, que a la postre nos apearía de la posibilidad de llegar a disputar la final de aquella Liga.
La voz de mi esposa me ayudó a recobrar las fuerzas suficientes para levantarme de mi asiento para terminar de ver la definición.
Restaban dos cobros para el DIM, y el de Harrison. Por más fuerza que hicimos, los cobradores rojos no fallaron. Afortunadamente “El Bambino” no fue inferior a su responsabilidad y concretó su cobro.
El destino quiso que tuviéramos que llegar hasta la fase más angustiosa que tiene esta clase de definiciones. Aquella en que el error no te da margen para recuperarte.
La vida quiso que fuese Luis Delgado el héroe de la jornada. El mismo Luis Delgado que meses atrás había sido declarado “objetivo militar” por algunos barristas, por supuestamente haber expresado algunas palabras inapropiadas luego de 95 minutos de recibir insultos de parte de la hinchada propia.
Luis Delgado tenía en sus pies, y en sus puños la suerte del equipo. Terminar con la maldición de 24 años dependía de aquel santandereano apesadumbrado por la grave enfermedad diagnosticada a su esposa.
Primero fue su cobro, fuerte y al centro, imparable. Luego, como para final de película gringa, vendría su consagración. Recuerdo la escena como en cámara lenta: el estadio enmudecido, las manos entrelazadas a manera de súplica al altísimo, la ejecución de Correa directo a los puños del portero azul, y el estallido de júbilo por todos los rincones del mundo en donde algún hincha azul seguía expectante la definición.
Mis brazos elevados al cielo, como queriendo compartir con mi amado hermano fallecido esta alegría que juntos esperamos festejar durante tantas campañas empañadas por las tristezas y las decepciones. Lágrimas, esta vez de felicidad en mis ojos, y el abrazo infinito con la persona que ha tenido que compartir mi corazón con esta pasión por la azul.
De ahí en más, el 16 de diciembre de 2012 se ha convirtió en la fecha mística para los millones de enamorados azules.
Una alegría única, irrepetible porque espero no tener que esperar tanto tiempo para volver a vivirla.
A todos aquellos que participaron en ese logro, GRATITUD ETERNA: Al Presidente Gaitán, a Hernán, Chusco, Delgado, Ramos, Lewis, Román, Pedrito, Henríquez, Leonard, Jarold, “Leticiano”, Jhonny, Rafa, Ganiza, Harrison, Mayer, Vásquez, Wason, Cosme, Perlaza, Eric; a José Roberto Arango; a los miles de hinchas que de alguna forma contribuyeron con lo que estuvo a su alcance para la recuperación y salvación administrativa del equipo; a todos los que olvido mencionar, infinitas gracias por esa inmensa alegría vivida aquel domingo de diciembre que nos permitió disfrutar de una azulísima y feliz navidad.
En este momento en que las expectativas futuras se resumen en un sentimiento de incertidumbre generalizado, debemos recordar con gratitud, alegría y esperanza aquella tarde en la que la hinchada azul en su totalidad: los barristas, los hinchas tibios, los hinchas talibanes, los hinchas “clasiqueros”, los hinchas fieles, los hinchas del aguante, los incondicionales, TODOS nos fundimos en un abrazo fraternal gracias a esa estrella que hoy nos tiene encumbrados en el firmamento del fútbol colombiano como el equipo ¡MÁS VECES CAMPEÓN!
Cordial y albiazul saludo