Ayer fui al estadio con uno de mis hermanos que, aunque es tan hincha de Millos como yo, no es muy adepto ni a ir al Campín ni a las redes sociales.
Mi hermano me hizo caer en cuenta de una situación que para muchos puede pasar inadvertida: al momento en que la voz oficial del estadio va nombrando uno a no a los integrantes del equipo que van a afrontar el partido, ninguno de esos nombres despierta el aplauso fervoroso y nutrido que, por ejemplo, en 2012 (desde esa época mi hermano no iba al Nemesio) generaban los nombres de un Wason Rentería, o un Mayer Candelo o, incluso el del mismo Rafael Robayo.
Yo le respondí que quizá era por la cantidad de nombres nuevos que habían llegado al equipo, y que no habían tenido tiempo o partidos suficientes para que la hinchada se encariñara con ellos.
- ¿Ni Robayo?- preguntó inocentemente mi hermano… después de un corto silencio, intenté explicarle que el del número 8 era un caso raro porque generaba dentro de los hinchas casi tantos odios como amores.
Al ver su cara de extrañeza, intenté resumirle lo que en las redes sociales he tenido oportunidad de leer de los “robayo-odiadores”:
- Algunos dicen que es un jugador “pechofrío” palabra que, en el argot futbolístico, se usa para definir a los futbolistas que no muestran empuje, que no corren, que no disputan los balones, que no se meten en el partido. Mi hermano me dijo que, a su entender, ese es el calificativo más inapropiado para describir a este jugador. Al contrario, decía mi hermano, es tan poco “pechofrío” que por momentos luce desordenado.
- Que porque su primer equipo en Colombia fue el verde antioqueño. Una total tontería, me dijo mi hermano, como en la vida uno no es de donde nace sino donde se hace.
- Que porque en 2011 se fue a la MLS y después se hizo rogar para regresar a Millonarios. Como todos los seres humanos, en cualquier profesión y más ante una de tan corta duración y poca estabilidad como la de este deporte, cómo reprocharle a un futbolista que pretenda asegurar de alguna manera un futuro para él y para su familia… argumentó mi hermano.
Me quedé sin más explicaciones para ofrecerle a mi hermano en cuanto a los cuestionamientos de los “robayo-odiadores”.
Ante este diálogo, previo al inicio del juego de ayer, comprendí que hasta el momento nadie me ha podido explicar suficientemente la razón de su odio hacia R8.
Creo, y esta sí es una conclusión de mi propia cosecha, que este odio ha sido infundado por parte de algunos de esos hinchas que llaman “influyentes” en redes sociales y que suelen ser replicados por un coro áulico de seguidores enceguecidos.
Luego recordamos que el del bogotano no ha sido el único acto de odio injustificado cometido por esta generación de hinchas modernos (de moda), inmediatista, resultadista y con memoria (o amnesia) selectiva.
Bastó recordar casos como el de Nelson Ramos, Luis Delgado, Wason Rentería, Harrison Otálvaro y el del mismísimo Mayer Candelo, futbolistas que supieron, en su momento, entregarle a estos hinchas modernos la satisfacción de ser campeones.
Después de ser vitoreados y enaltecidos en el Olimpo por estos grupos de seguidores azules, cayeron en desgracia ante los ojos de muchos de ellos, bien porque tuvieron un bajón futbolístico, o bien por faltar a algunos supuestos códigos, me imagino, copiados de las hinchadas del sur del continente.
A Nelson Ramos, por ejemplo, un abrazo con Sebastián Viera le significó convertirse en “objetivo militar” de algunos de estos barristas “influyentes”. A Harrison, igualmente, no le perdonan haber aceptado la oferta de jugar en el verde antioqueño.
Afortunadamente este sentimiento de rechazo, motivado en razones tan baladíes, no es generalizado, y así quedó demostrado con los aplausos nutridos que recibieron estos jugadores de parte de un buen sector de la tribuna en sus recientes visitas al Campin. ¡Algo de gratitud queda entre los seguidores azules!
Con Wason, Mayer y Delgado, el rechazo se originó en la escasa paciencia ante bajones futbolísticos normales en el rendimiento de los jugadores. Si bien no salieron por la puerta de atrás, sí tuvieron que soportar insultos, agresiones y vejámenes de distintos tipos por parte de estos hinchas modernos, que pocos meses atrás los aplaudían a rabiar.
Como colofón al diálogo con mi hermano previo al juego de ayer en el Campin respecto a los futbolistas que en el triunfo son considerados bestiales y en la derrota o en sus momentos no tan buenos son tratados como bestias, concluimos que fue una fortuna para un histórico como Willington Ortiz no haber sido futbolista en esta época moderna.
Seguramente no tendría el sitial de ídolo que hoy tiene, pues no se le hubiera perdonado el haber dejado a Millonarios para irse a jugar al Deportivo Cali, y luego, terminar su carrera en el América. Seguramente no merecería hoy, un calificativo diferente a “mercenario” y “pechofrío” como insultos tipo de los que se usan en esta modernidad.
Al final, por la forma como se dio el desenlace del sufrido partido frente al Tolima, con ese gol postrero y por quien fue el protagonista, no solo del puntazo definitivo, sino también de la jugada previa que derivó en el tiro de esquina, no pudimos menos que intercambiar con mi hermano una mirada y una sonrisa cómplice de satisfacción y agrado… los comentarios que intercambiamos se los dejo a su imaginación.
Cordial y albiazul saludo
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