Colombia es un país para morirse de la rabia o
de la risa. Comentaba el escritor Héctor Abad en un intento por explicar la
realidad del país. Frases como esta han llenado los libros de anécdotas: «somos
24 millones de chambones», «aquí no pasa ni ha pasado nada», «país de cafres»,
«el poder para qué», «hombre con hombre, mujer con mujer». Cada una ha creado una
situación histórica a partir de momentos sin importancia o respuestas dichas a
la ligera. Hace unos días el Secretario de Gobierno de Bogotá, Antonio Navarro anotó
en su cuenta de twiter que «Se está proponiendo de nuevo que el estadio El
Campín se pueda prestar para traer a Paul McCartney, Madonna y Lady Gaga, ¿Qué
opinan?» (El Tiempo).
Todo
está dispuesto para que Paul McCartney venga y cante en Colombia. Salvo un
detalle insólito: la gramilla de El Campín no se toca. Es decir, el concierto
no se hace sin que el IDRD y la Secretaría de Cultura autoricen que la grama del
estadio capitalino puede emplearse para eventos masivos diferentes al
paupérrimo espectáculo semanal de los equipos capitalinos. Olvidando que en
ciudades como Buenos Aires, Barcelona, México o Londres, se realizan conciertos
sin que se afecte la calidad de la grama o traiga consecuencias para quienes de
uno u otro modo viven del fútbol.
Los empresarios
interesados en el concierto no han perdido tiempo en intentar resolver este
impase. Esta mañana Fernán Martínez dijo en La
W que ya existe la tecnología para proteger las gramas, «…los pisos para
proteger la grama están inventados hace 20 años o se alquilan o se traen del
exterior» (La W). En otras entrevistas señaló los enormes beneficios para la
ciudad en materia económica, el positivo impacto mediático y publicitario, y
por supuesto ver en vivo a un músico de la trayectoria e importancia de
McCartney.
Lamentablemente las cosas no pintan bien: están
en un limbo administrativo. La secretaria de Cultura espera la autorización del
IDRD, éste debe evaluar primero las condiciones de la gramilla por lo que contrató
a un grupo de expertos extranjeros para que realicen una exhaustiva
investigación, a su vez, estos expertos aguardan el visto bueno de otra jurisdicción, y cuando lleguen a Bogotá la operación
tortuga de los operadores aéreos de El Dorado o el tráfico dilatarán aún más disposición final. En tanto el representante de McCartney se
mostró impresionado por «la cantidad de problemas y obstáculos que tiene la
ciudad para realizar conciertos…» (La W). Fue enfático al decir que la decisión
debe tomarse ahora, en cuestión de pocos días.
Las secretarías
de la Alcaldía estiman que en sólo unas semanas habrá una respuesta. Que no hay
afán, que el señor Paul McCartney puede esperar un momento a ver qué pasa. Como
colofón a este enredo (más bien mal chiste), si la prueba de los expertos
resulta positiva y los permisos de la Alcaldía se dan, será un juez quien
determine si es viable revocar o no, la ley que impide utilizar la grama de El
Campín para conciertos y otros eventos públicos.
Tal como está la situación, el concierto del exbeatle,
al igual que el de la banda irlándesa U2 o los Rolling Stones no podrá
realizarse por vericuetos administrativos. Cerrando de tajo la posibilidad de
poder verlo en un futuro: ya ronda los 70 años y aunque anunció que dejará el cannabis, su retiro de los escenarios no demora. Dejar pasar
esta magnífica oportunidad por trámites o impedimentos oficinescos sería imperdonable,
irrisorio, patético. Pero muy posible en este país.
Paul McCartney cantaba junto a Lennon y los demás
beatles en 1967: «todo lo que necesitas es amor». Si el alcalde Petro tiene
como bandera la política del amor, debería darse la pela por este concierto.
Porque lo opuesto al amor no es el odio, sino la apatía. O la burocracia
administrativa bogotana.