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por FERNANDO SALAMANCA

**La pregunta central que plantea la cumbre de Río +20 es contundente: ¿habrá planeta por salvar en una próxima cumbre? **

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Este llamado de urgencia por buscar soluciones a la problemática ambiental ha escindido al grupo de asistentes en dos bandos: los países desarrollados, cuya economía se ha visto golpeada desde 2008 y su escenario político dista de ser estable. Y por el otro, los países subdesarrollados, con políticas productivas sustentadas en la minería, una población que aumenta cada año en un ritmo constante, y retos en materia urbana urgentes. En el intermedio (especie de algodón entre dos vidrios) está el grupo de los países emergentes, conocidos con la sigla de BRCI: Brasil, Rusia, China e India.

Pero si se quiere hacer una división clara y real de la actual situación ambiental del planeta hay dos grupos: los que contaminan y quienes pagan los platos rotos de dicha contaminación.

Lógica que ha determinado la dinámica global de la economía, la política, la cultura y la guerra. Y que no es ajena al tema ambiental: las cartas que juegan los países desarrollados defienden sus intereses, disfrazándolas con posturas difusas y políticas ambientales ambiguas. Hace tres años, en la cumbre de Copenhague, un acuerdo de última hora entre Estados Unidos y China salvó a medias la jornada de trabajo de embajadores, científicos, diplomáticos, y ONG´s. Incluso, después de la cumbre de Río en 1992, y su documento final «en el que los países capitalistas aceptaron la responsabilidad por el uso y abuso de los recursos del planeta, por lo cual se comprometieron a invertir anualmente 100 mil millones de dólares, han hecho todo lo posible por boicotear los acuerdos vinculantes desde ese año» (Portal Río + 20).

Precisamente, son los países en vía de desarrollo y las organizaciones no gubernamentales quienes jalonan los procesos e impulsan las asambleas y los debates sobre el ambiente. Dilma Ruossef en el discurso inaugural planteó una situación alarmante «¿quién y cómo vamos a hacer para dar agua, comida y energía a 9 mil millones de personas en el 2050?» (The Guardian).

Ahora, los recursos para salvaguardar las necesidades de la población mundial no vendrán de las sociedades desarrolladas ni las economías de punta: serán, tal como es hoy, los países subdesarrollados los proveedores de materias primas que garanticen el consumo de sociedades más desarrolladas: desde el petróleo del Medio Oriente, los biocombustibles de África y Brasil, el oro de Sudáfrica o de la Amazonía, o el coltán para fabricar teléfonos móviles que extraen de Chocó y Níger. Sin contar, con la mano de obra inagotable de miles de migrantes en los Estados Unidos o la Europa hoy lejos de la prosperidad.

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La tierra està al lìmite de sus recursos, enfatizò la presidneta Dilma Roussef

En tanto, el discurso de éstos últimos es la llamada Economía verde, un nuevo paradigma gubernamental sustentado en «indicadores y parámetros para la producción de bienes y servicios» (Portal Río + 20). Así, los países que importan materias primas decidirán si éstas cumplen o no con estándares de calidad fijados por ellos, condicionando la exención de impuestos, aranceles, y otros beneficios establecidos en acuerdos comerciales. Situación que aumentará la dependencia de los países en vía de desarrollo, por ejemplo, con el papel de la ciencia y la tecnología, cuyo valor agregado en sus exportaciones es ínfimo, y lejos de convertirse en factor de desarrollo. Reforzando la dinámica global de centro y periferia.

Finalmente, el escenario que la presidenta de Brasil planteó no se podrá revertir si no se corta de raíz el origen del problema: el consumo endémico. Por eso, el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, dio la pauta inicial de la cumbre «es la segunda oportunidad para pensar local y globalmente» (Semana). «Hay que reinventar el mundo con nuevos paradigmas», agregó. Esta tarea, implícitamente compromete a los países desarrollados, o más precisamente: los intereses de sus compañías multinacionales. Y como telón de fondo, un cambio en el estilo de vida: pasar del consumo atiborrado al ahorro como forma consciente de pensar y actuar en el presente, pero sobretodo en el futuro, para las generaciones que vienen.

Por hacer lo urgente (los ajustes económicos en Grecia, la campaña en Norteamérica, la banca inglesa) no se hace lo importante. Que es lo de todos. Pero una cosa es casi segura: las soluciones no vendrán de los países del primer mundo, ni del resto: la cumbre se mueve entre la impotencia de unos, y la indiferencia de otros. A pesar de que su lema es «la oportunidad de una generación».

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