La
semana anterior andaba buscando un tema para esta columna. No podía quejarme
por las opciones: la recaída de Petro, en su salud y en las encuestas, algunos
dicen que la culpable es su boina, aconsejada por el médico que atiende al
burgomaestre capitalino, cuyo criterio en cuestión de moda es similar al Pilar
Castaño en cultura aborigen o teoría política.

Por estos días anda indignada con el gobernador de
Antioquia, Sergio Fajardo, porque él decidió -asesorado por su esposa Ana
Lucrecia- expedir el decreto que prohíbe los reinados en los colegios del
departamento. Y claro, se preguntaba Pilar: «¿Qué
harán las niñas de la tierra de mujeres más hermosas?», «¿cómo hacemos ahora
para subirle el autoestima a las adolescentes?»
A qué se dedicarán ahora
los salones de belleza, los confeccionistas, las clínicas de cirugía estética,
todos los que de una u otra forma viven del negocio de los reinados. Porque
alcanzar de nuevo la cúspide de «hombre con hombre, mujer con mujer», no se
logra de la noche a la mañana, no señores, es fruto de toda una escuela, del
esfuerzo y tesón de años de aprendizaje.

¿O hablar de los Olímpicos?, cuando «Richie» Orrego con su
paradito de pingüino veraniego nos mantenía al tanto de lo que pasaba, es
decir, de sus chascos con la noche londinense, o sus escapadas a la zona del
Soho con alguna medallista a tomarse una cerveza o un trago en algo que parecía
un Pub bogotano, buscando una nueva versión de la canción de los arrieros
cafeteros. Pero se encontró con que la gente en Londres no le canta a la
tierrita, y no son huraños con los visitantes. O entrometidos, como Cesar Augusto
Londoño, que después de veinte años en Caracol, entrevista como si fuera su
primer día de practicante. Y un escenario peor: encontrarme al mediodía a Luis
Carlos -diga sí o no- Vélez, que tenía hastiadas a la arreglista y las
maquilladoras de Caracol porque no le cuadraban su peinado de lambido de vaca
sagrada, de una Holstein, como las que en Bogotá viven esperándolo en Andrés
DC, que no acaba de sacarle la leche a sus trabajadores. No, sólo le faltaban
al nuevo director las tirantes masculinas y los pantalones cortos para parecer
-como a don Carlos Antonio le gusta- todo un namby pamby del periodismo: imponente con los débiles, y acomplejado
con los poderosos.

Pero lo que llamó mi atención fue la celebración de los
cincuenta años de fallecida de Marilyn Monroe. La diva por excelencia
estadounidense. En todo el mundo los homenajes estuvieron a la orden día: en la
mansión de Play Boy en Los Ángeles, con un Hugh Hefner inapetente, tomando un
trago abrazado a dos de sus rubias novias (o ex, no sé) como un harapo viejo
colgado de un gancho, relataba cómo conoció y contrató a Marilyn Monroe para su
primera portada en 1953 «no le coloqué fecha a la revista, porque creí que no
iba a haber una segunda edición…». En Bogotá se hicieron diversos eventos,
algunos centros comerciales contrataron modelos que simulaban ser la diva para la
foto con los visitantes. En los noticieros la cosa fue parecida, en CM&
Andreína lució un vestido blanco a la usanza de los cincuenta, y una sonrisa
aún más fingida de lo que estamos acostumbrados, casi tanto como Eva Rey,
cuando la farándula era lo suyo, hoy anda en las mismas, fingiendo de
políticamente incorrecta, remplazando a Vicky Dávila en RCN.

Andreína fue invitada por un selecto grupo de bogotanos
admiradores de Marilyn Monroe. La reunión que incluía libros, cuadros,
revistas, posters, y una buena botella de whisky, convocó a lo más granado de
la juventud conservadora de los cincuenta: Carlos Holguín Sardi, el poeta
nadaísta Jota Mario Arbeláez, y otros admiradores. Sólo faltó José Galat, que aún vive recordando su idilio con Nefertiti. Cualquier invitado
despistado se hubiera confundido con un hogar geriátrico o una liga de masones
nostálgicos. Me pregunto ahora que veo una foto enmarcada de Marilyn sentada
coquetamente, fumando su cigarrillo de forma delicada, que presenta a la cámara
Carlos Holguín Sardi, cuál de los dos es el que aún vive, o quién lleva
cincuenta años en las mismas: ella provocando elogios y pasiones, o él,
cavilando las formas para regenerar al país. Me imagino que pasaría si
retrocedemos cincuenta años: estamos en 1962, ella acaba de salir de algún
sesión de fotografía, con la sonrisa pilla a la espera de uno de los Kennedy en
Nueva York; en tanto Holguín Sardi, que por azar de la vida o defecto de
mi ensoñación parece cincuenta años más viejo, aparece con su vestido de traje
y corbata en el Jockey Club, agazapado tras la sombra de los dinosaurios
conservadores.

Pero pensé, si ella quiere escuchar a alguien que la
enamore, y no que la espante, o le pida que le suelte el ruedo a su falda, pues
quién mejor que los nadaístas, esa generación de ávidos lectores y desocupados
escritores. Y en la cámara apareció Jota Mario Arbeláez declamando «El profeta
en su casa» mientras se acomodaba su pañoleta bendecida para las sociales de
Kien y Ke, pues ya lo conocen los fotógrafos de farándula y hasta le tienen sus
mentecatos para la instantánea, como los meseros en los cocteles del Gun Club o
las galerías de El Chicó. Pues con Ana Marta de Pizarro y él no dan abasto. Están
peor que Jairo Dueñas en Cromos, cuya línea editorial es la fotografía: la de
fotografiarse a sí mismo.  

Andreína entrevistaba a Jota Mario y él le declamaba unas
breves palabras. La reunión fue amena, creo que quién más disfrutó fue Marilyn
y el tipo de la cámara, que por sus tomas parece que se acabó la botella de
Buchanans él solo.

Y Andreína, con la sonrisa fabricada por Marlon Becerra
posaba como Marilyn: delicada, coqueta frente a la cámara, para no perder la
noción del tiempo, porque pensaba que no se celebraban cincuenta años del
fallecimiento de la diva de Hollywood, sino de una reunión secreta para
decretar el rumbo del país para el nuevo siglo XX: cuya mejor idea fue la que
expuso Carlos Holguín «que las muchachas no puedan mostrar sus encantos sino en
una atmósfera de recogimiento». No sé si se refería a la habitación matrimonial
suya o a los reinados que Fajardo prohibió. Debería comentarle la idea a Pilar
Castaño, quizás la entienda y finja que va por buen camino.