Ningún
colombiano diría que somos un país de tontos. Al contrario, la sagacidad, la
viveza, la malicia son un rasgo que nos identifica tanto dentro como fuera del
país.
Santistas y Uribistas. Nuevo escenario de la bobería colombiana. Archivo El Espectador
No es sino revisar el registro de
noticias para enterarnos que unos narcos inventaron una estrategia extraordinaria
para llevar droga a Estados Unidos o Europa, o que un estudiante universitario
encontró una solución viable y eficaz para el problema de contaminación del río
Bogotá. Basta con salir a la calle para constatar que el rebusque es una forma
renovada de ingenio. Y si nos atenemos a los cables de información inútil nos
enteramos que además somos el tercer país más feliz del mundo, tan sólo
superados por Costa Rica y Vietnam.
Pero una realidad salta a la
vista: este es un país inequitativo, y encima de todo, de bobos.
Ejemplos nos da la historia: la
guerra contra el Perú, la perdimos, pero en la memoria quedó registrado un
triunfo que nadie objetó; en el siglo
XIX el Estado Soberano de Boyacá le declaró la guerra al Reinado de Bélgica
para vengar un amor contrariado del general Santos Gutiérrez; perdimos el Istmo de Panamá sin que las tropas
de guerra dispararan un solo tiro. Daniel Samper Pizano escribió: «no nos hemos destacado nunca,
pues, por vivos» (Diners). Algún poeta dijo que éramos un país de leones dormidos, algo
osado, otros han sido más benévolos y hemos terminado por ser un país de poetas
y de presidentes gramáticos. Hacían alusión a otras épocas, cuando aquí se
vivía la poesía como hoy se vive el rentado de futbol, y cuando los libros de Guillermo
Valencia o de Eduardo Carranza eran tan comentados como en la actualidad sucede
con el embarazo de Shakira o la eliminación
de Óscar en «Protagonistas de Nuestra Tele».
Además, nuestra historia acusa
numerosos períodos de patria boba y es sabido que, de la misma manera que como
para cazar leones se debe ir donde haya, «para hacer una patria boba se
necesitan muchos bobos que estén haciendo patria» (Samper, Diners). El espacio
de esta columna no alcanzaría para enumerar los periodos de bobada en Colombia.
Sin embargo, si algo ha dejado el nuevo milenio en materia política en nuestro
país, ha sido el esfuerzo por alcanzar una cúspide de bobería sin parangón
histórica.
Bobo tiene varios sinónimos como:
majadero, torpe, abobado, lelo, subnormal, pasmarote, mentecato, memo, zoquete,
bodoque, retrasado, necio, bobalicón, estólido, percebe, frondio, obtuso,
gaznada, mameluco, insomne, corto, tardo, desequilibrado, dormido.
Matador. Archivo suyo en matador.blogspot.com
Tal parece que el diccionario de
sinónimos se inspiró en la realidad política colombiana para formar una lista
tan nutrida. Porque ¿qué fue el discurso del presidente Santos en el
recibimiento a los medallistas olímpicos, sino una majadería de positivismo
inspirada en Paulo Coelho? ¿O la pretendida Reforma a la Salud que la ministra Beatriz Londoño no
sabe cómo encubrir, una torpe manera de defender el negocio de las EPS? ¿Y las
entrevistas al aquejado vicepresidente Angelino Garzón en que propone una
constituyente para reconciliar a Uribe y Santos, sino una solución abobada? Por
lelos el Congreso de la República casi nos mete una reforma a la Justicia
subnormal, gracias a lo cual nos enteramos que Simón Gaviria, presidente de la
Cámara de la pasada legislatura, no era más que un pasmarote que no lee lo que
firma. Y el ex secretario del Senado,
Emilio Otero, un mentecato que recibía 360 millones de pesos al año de
sueldo. Y que la Banca colombiana es anormal porque son los únicos que en plena
recesión económica siempre obtienen ganancias desmedidas, y en añadidura,
quienes tenemos una cuenta de ahorros en cualquier banco terminamos siendo unos
memos, o hasta zoquetes porque nos toca
pagar por una certificación bancaria una cifra similar a la de un almuerzo en Harry
Sasson.
Basta con mirar cualquier diario
para ver que el Ministro del Interior está como un bodoque organizando la
reunión entre los indígenas del Cauca con el presidente Santos, o que el de
Defensa siempre anda dormido con el orden público, y que la Canciller es necia
con el bendito TLC con China, creyendo que es una competencia de igual a igual.
Y los columnistas una partida de desequilibrados que no saben como disimular
sus intereses de forma pública, y terminamos leyendo remedos de imposturas que
muchos no entendemos y otros no logran terminar, porque, o tiran el periódico a
la sesta de la basura o se quedan dormidos con los bobalicones de Pacho Santos en El Colombiano, Paloma Valencia en El Espectador, o las entrevistas de María Isabel en El Tiempo. Para terminar, qué vemos en la televisión colombiana:
realities estólidos donde sale a relucir esa malicia que los colombianos
llevamos dentro, y que Ricardo Silva denotó acertadamente como un zoológico
humano; o noticieros tardos, partidos de fútbol percebes, reinados frondios.
Ante este panorama, ¿hay algún
tipo de idea novedosa que esté ondeándose en Colombia? En verdad, ninguna… el
movimiento «Pedimos la palabra», un revoltijo de intelectuales, académicos y
políticos sin partido cuyo fortín político es un lugar metafísico que
únicamente Antanas Mockus sabe cómo explicar, o el «Puro Centro Democrático»,
una partida de obtusos embobados que repiten al unísono las gansadas que Uribe
lanza desde su twitter, los foros en las universidades privadas, o el consejo
comunitario que esté inventado en algún municipio perdido del territorio, en el
cual repite una y otra vez que «le den otra vez el chance de gobernar a esta
partida de mamelucos».
Este inicio de milenio ha dejado
muy poco para construir país y superar la patria tontarrona que somos. Antes
andábamos divididos entre centralistas y federalistas, y llegaron los españoles
a aprovechar el papayazo de la patria boba; o fuimos Liberales o Conservadores,
y una veintena de guerras civiles no fue suficiente para darnos cuenta que en
los campos se mataba ferozmente el pueblo, y en Bogotá los jefes rojos y azules
se sentaban en la misma mesa y compartían el mismo vino, hasta que uno que no
fue bobo, se dio cuenta del engaño y por eso lo mataron el 9 de abril de 1948. U
otro que se burlaba del descaro mastuerzo de los Paramilitares y lleva 3.873
días de difunto. También hubo rencillas disque ideológicas entre lopistas y
santistas, ospinistas y laureanistas, belizaristas y virgilistas; y en la
izquierda no se quedan cortos: moiristas y comunistas, troskistas y camilistas,
polistas y progresistas.
¡Qué bobada¡ Por andar en estas es que
terminamos creyéndonos un país feliz. Menos mal queda algo de cordura: no somos
los campeones mundiales. No somos tan pendejos para tragarnos ese cuento.