«Paloma de la paz» de Pablo Picasso, 1949. 

L

a paz vuelve a estar en boca de todos.
Ayer el presidente Juan Manuel Santos anunció en su alocución presidencial que
se están llevando a cabo «unos diálogos exploratorios con la guerrilla de las
Farc» (El Tiempo). Inicialmente en Cuba y el próximo 5 de octubre en Oslo,
Noruega. Las reacciones se han movido entre el escepticismo y la complacencia,
declaraciones de actores políticos, de empresarios, ex comisionados coinciden
en que la cautela y la prudencia son criterios esenciales para sacar adelante
un eventual diálogo de paz. Lo hacen, claro está,  con el recuerdo fresco de El Caguán y con la
resignación implícita de que la paz en ausencia de confrontación. Al menos, el
de las guerrillas sobrevivientes.


A la ausencia de conflicto se reduce
el fin, o al menos, parte de los objetivos de los acuerdos de paz. De
entendimiento, de diálogo. Porque al final la paz no es un valor abstracto como
la no violencia, la democracia, la libertad. Sino una tarea
como lo aclaró
oportunamente el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Javier Zapata. Es
una labor, una acción, una actividad. No se reduce a la parsimonia de un
gobierno que propone y una guerrilla que dispone; y una sociedad civil que
reduce su participación al acompañamiento de algunos, la buena voluntad de
otros, y la inocua criticadera de muchos. Que ya comenzó, alentada con el
discurso desgastado de su vocero- patriarca que no descansa de twittear (o
disparar, como a él le gusta decir). Y es, precisamente, uno de los retos del
eventual diálogo con las Farc: evitar la división política de la sociedad.


Apenas se supo de la intermediación
del gobierno venezolano, se prendieron las alarmas en el Congreso, «no queremos
que la paz sea un botín para las elecciones de Chávez» dijo Juan Lozano (El
Tiempo), «a Chávez hay que tenerlo lejos…» vociferaba otro senador de la Unidad
Nacional el pasado martes. Animadversión que se extiende al papel de Cuba, y lo
que pueda hacer Raúl Castro aconsejado por un Fidel retirado de la vida
política. Y no quiero ni imaginar la tormenta que se armaría si Piedad Córdoba participa
en el proceso de acercamiento, así sea de garante o mediadora. Como lo ha hecho
en la liberación de secuestrados. En ese sentido, la designación de Lucho
Garzón como «comisionado para el diálogo social» es más que oportuna. Es una
enmascarada para evitar contratiempos y señalamientos: una figurín, un ministro
sin cartera o designado sin oficio, como Angelino.  

                                    El twitter de Uribe, será un látigo persistente contra los diáologos


Porque no hay un tema que divida tanto
al país como la manera o el proceder de alcanzar la paz. No hay matices ni
puntos medios, precisamente porque la paz no se escinde en partes ni es elástica
para aceptar «medias tintas». Y de acuerdo a este criterio, cada quién tiene
una posición y una interpretación, no de la paz en sí misma, sino de cómo entenderla
y vivirla.  De hacerla, no con el afán de
una reelección o el acoso de los intereses económicos o políticos de Europa o
los Estados Unidos, o de os empresarios domésticos, que saben disimular su sospecha
cada vez que se habla de la paz. Sino con la certeza, o al menos la esperanza,
que el primer paso para destrabar la paz en nuestro país, es poner fin a la
lucha armada
. O el eufemismo de «todas las formas de lucha» que aún mantienen sectores
de la izquierda extrema.


Caballero escribía que «cincuenta años
de sangre pueda borrarse de un plumazo» (Semana, 2012). Ni se acabará con la
entrega de las armas, ni con los festejos de unos y la desdichada derrota de
otros. Pero se elimina el obstáculo que impide que el problema se comience a resolver.


Espero que la paz no sea otro tema que
se embolate en los pasillos del la Casa de Nariño.  

 


 

En twitter @ferchorozzo