Hace apenas unos meses, cuando comenzó el verano y las vacaciones de medio año creí que por fin gozaría de un merecido descanso. Pues desde el primer día de este 2012 no he hecho otra cosa que trabajar, bregar por solucionar los problemas de mis clientes, que no hacen sino pedir ayuda, consejos, dinero; y hasta mujer, carro, y si es posible beca para estudiar. Mi mamá me ha recomendado que descanse un rato, que vaya a la finca de alguno de mis tíos o salgamos un fin de semana a un pic nic con los niños y las tías Rita y Cielo; o que al menos vaya a visitarla los jueves en la tarde, cuando me prepara un cordero asado que desde niño me encanta.
Pero no vine a hablar de mi mamá ni sus consejos, sino de otro asunto que me agobia inmisericordemente. Le cuento que la paciencia y la bondad son virtudes que siempre he practicado, aconsejado e incluso exigido enfáticamente, tanto a los clientes que me llaman al teléfono o dejan su mensaje en el contestador del celular, o en el buzón del correo electrónico de la empresa. Créame, que desde los primeros rayos de sol, hasta que llega la hora del almuerzo, no hago otra cosa que responder peticiones, aclarar dudas, explicar respuestas y acomodar horarios para poder cumplir a cabalidad con mis responsabilidades.
En las tardes, apenas hago la siesta y salgo corriendo a muchas reuniones, (incluso, no hemos podido fijar la reunión para dejar de hacer tantas reuniones), ¡imagínese! Magdalena, la asistente que mi hijo contrató por su eficiencia y buen servicio a nuestros usuarios, no da abasto con ellos. Incluso ya la han hecho llorar por reclamos groseros y denuestos aborrecibles. Yo he intentado consolarla, estimulándola con invitaciones especiales: en junio le prometí que iríamos a Londres a ver los Juegos Olímpicos en vivo; e incluso le avisé que había conseguido entradas para un espectáculo único en la historia, que como el Cometa Halley, se presenta cada 85 años: íbamos a ver a Santa Fe coronarse campeón.
Pero bueno, señor columnista, no vengo a contarle mis intimidades, faltaba más andar yo quitándole el tiempo con mis zozobras y desazones. Pues sé que en su trabajo el tiempo es sagrado, y una hora mal utilizada se la puede cobrar su jefe con un llamado de atención o alguna tarea inhumana para que coja escarmiento, como corregir la ortografía de los columnistas de su prestigioso periódico, o asistir a los consejos de redacción de Cultura o Internacional. Y sé que ya tiene bastante con su sueldo.
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En fin, sin más rodeos le cuento que estoy cansado de solicitudes contradictorias. Como las de un presidente de un país suramericano que hace unos días estuvo bastante intenso, pues me envío 2.344 mensajes de correo y 3.678 recados para que le diera una ayudita el pasado 7 de octubre con un compromiso de capital importancia, y hasta me prometió bailar joropo y cantar alabanzas a mi compañía en caso de obtener la victoria.
Unos meses antes, me dio a entender que tenía cáncer en un lugar de su anatomía que no pude ubicar, y menos aún remediar. Me decía que estaba yendo al médico que un amigo suyo, «un viejo zorro», le había recomendado. Yo le aconsejé que ante la gravedad de su estado se pusiera en manos expertas: por eso le dejé el número de un prestigioso psicólogo norteamericano, que a mi juicio, era la única persona que lograría entenderlo, y quizás socorrerlo.
Apenas salía de todo esto, cuando un día a la oficina llamó un hombre señor implorando auxilio para unos asuntos «de grueso calibre». Magdalena tomó su recado, cuando llegué a la oficina me lo comentó, decía ella que se trataba de un «peso pesado de la política colombiana», a quien le pagaban un sueldo millonario por no hacer absolutamente nada, salvo criticar a su jefe y regañar a sus consejeros.
__»Eso suena raro, para qué me busca si no hace sino medir calle«, ¿qué más le dijo M´jita?», pregunté.
Magdalena dijo que hablaba a media lengua, como si estuviera recostado o tragando algo. Alcanzó a entender que había solicitado ayuda hacía meses para montar una estación espacial en su país y así para conocer los planetas vecinos, el problema que lo abrumaba era la adjudicación de los terrenos y la judicialización de sus constructores; por si fuera poco, todos en su país se burlaron de su ambiciosa propuesta.
Me disgusté con él por creer que nuestra compañía diseñaba todo tipo de proyectos, y «se le medía a todo»; claro, lo decía no por la estación espacial sino por resolverle el problema de los contratistas de la obra.
Bueno, es fue otro caso. Más duro ha sido el de su jefe, un non sanctum de la política de su país. Me explico: cuando comenzó con su nuevo empleo hace algo más de dos años me pidió que le ayudará a tener el liderazgo y el don de mando de su antecesor. Me pidió que lo asesorara para no quedar «como un gamín o chapucear en cualquier quebrada de pueblo», ni permitir que entrasen a su palacio ampones de cuello blanco por pasadizos cuya existencia ignoraba. Por lo que le propuse remodelar a fondo su morada y oficina, y junto a éstas los empleados y consejeros, que hoy andan llamando a Magdalena para que les ayude a conseguir un diario o pasquín donde escribir. Por si fuera poco, en sus primeros días de trabajo se la pasó sacando toneladas de desechos y contrató un grupo de fumigadores de plagas, que le recomendamos en las páginas amarillas.
Es un cliente que no para de solicitar mi ayuda, querido columnista. Hace apenas unas semanas me preguntaba cómo hacía para restablecer agendas comerciales con mis vecinos, unos árabes que no soportan las caricaturas que mis nietos hacen de ellos. Después, dejó recado para que nos viéramos en Cuba porque iba a charlar un rato con unos tipos que desde niños habían sido sus rivales y le robaban las onces a la salida de colegio, o lo obligaban a canjear sus chocolates por revistas que hablaban mal de su familia. Y parar terminar, estuve en vela tres noches seguidas, enviando faxes y explicando procedimientos quirúrgicos a los médicos que le habían diagnosticado «un huevito» en sus partes varoniles.
Imagínese, y ya me tiene planillado un montón de trabajo: reforma tributaria, conciliaciones con los senadores (una especie de fauna política), consolidar alianzas con sus vecinos, estratagemas para la economía, la minería, el campo y la educación. Además, minucias para atraer votantes y practicantes que le curen el botox mal aplicado en sus parpados.
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!Qué vainas!, de haber sabido que esta profesión iba a ser tan dura y repetitiva, me hubiera dedicado a ser técnico de fútbol. Y de ser posible, de Santa Fe, con seguridad tendría alegrías con mayor frecuencia.
Gracias por su atención.
Att.
Dios
En twitter @ferchorozzo