Me refiero a la razón como fundamento de lo que Occidente ha construido en los últimos cuatro siglos. Desde que el pensamiento político emergió en el lapso de lucidez renacentista con Nicolás Maquiavelo, «quien entendía la política como ciencia, alejada de la moral y de la religión» (Caballero, Soho, 2009), pasando por la Ilustración y su anhelo pedagógico de ciudadanos exteriorizado en la búsqueda de su autonomía y el uso de la razón para iluminar el mundo. La misma que llevó a la Revolución Francesa y la Independencia Americana. La razón en la política como un ejercicio de observación y de comprobaciones prácticas, hecha por hombres de carne y hueso, y no por prototipos tasados. Esos que el candidato republicano Mitt Romney representa: hombre blanco, exitoso, conservador, siervo de Dios y ejemplo del «buen tipo» americano.
Un modelo en el que no caben todos, y por lo tanto un escenario estrecho: de espacio (Wall Street y el Tea Party), de candidatos: entre Rick Santorum, Newt Gingrich, Sarah Palin y Paul Ryan no hay mucho de donde escoger; y de miras: pretendían retornar a la Casa Blanca con un discurso xenófobo gastado, mezclado con posturas corporativistas tangenciales. Desconocieron -o menospreciaron, sería más preciso decir- a las minorías, que Catalina Ruiz-Navarro enumera como «las mujeres, la diversidad étnica, la comunidad LGBTI, los consumidores de sustancias psicoactivas y los países que las producen, […] los jóvenes y los ancianos, que demostraron que aún siendo minoritarios pueden ser una mayoría con peso político» (El Espectador, 8, 11, 2012).
En fin, una pléyade de inmigrantes, trabajadores latinos, afroamericanos, por ahí mismo indocumentados y hasta librepensadores. Todos los que no caben en el manoseado y nostálgico «sueño americano». Unos como otros con una consigna: evitar el triunfo de Romney. Pues más que una filiación veraz con las políticas o hechos cumplidos del actual mandatario, esas minorías se vieron representadas, o al menos, no señaladas por Obama, cuyo gobierno paradójicamente «es el que ha llevado a cabo más deportaciones masivas de inmigrantes en los últimos gobiernos» (CNN, 2012).
Mitt Romney tomándose «la foto» para capturar votos entre los indecisos.
Porque si bien en la noche y madrugada del martes la celebración no tuvo la espectacularidad, el rito casi mágico religioso revestido de esperanza que significó la llegada a la presidencia de un hombre afroamericano hace cuatro años. Las causas, o mejor, los problemas de fondo no han variado, «cuatro años no son suficientes para reparar el daño de la administración del presidente Bush» explicaba Clinton en la Convención Demócrata hace un par de meses. Con lo que advertía al tiempo que aseguraba que con un segundo gobierno demócrata se llegaría a la «prosperidad que todos queremos para nuestra nación» (El Tiempo, septiembre, 2012). Para salir de una vez avantes de la crisis del 2008, de la cual nuestro país, según sus ministros de Economía, está protegido. Aunque creo que la palabra indicada es acostumbrado.
Pues las consecuencias de emprender una guerra no se pueden prever ni controlarse a un corto plazo. El mismo Maquiavelo advertía en su Príncipe que comenzar una guerra era sumamente fácil, lo realmente complicado era terminarla. Superarla no sólo en lo económico, como ocurrió en la Europa de la posguerra con el Plan Marshall, sino en lo cultural y psicológico colectivo: los estadounidenses viven entre la angustia y la paranoia constante de un ataque terrorista, con miedo, algo imposible de sobrellevar. No sólo hoy sino desde que se autodenominaron como potencia y buscaron un Némesis en el que reflejar su grandeza: ayer fueron la Alemania Nazi y la amenaza comunista, hoy los fanáticos del Islam y los inmigrantes. De ahí la Ley de Arizona del 2009 y el señalamiento de las minorías no sólo raciales, sino sexuales, políticas y culturales.
El partido Republicano desde hace un par de años -cuando retomó el control de la Cámara- no ha dejado de explotar esa vena xenófoba y racista, excluyente e intolerante en contra de lo que para ellos son una amenaza a la nación: los otros. El reflejo de una visión alejada del entendimiento y la reflexión, sustentada en un prejuicio, un miedo que aún hoy rinde frutos. Por algo votaron algo más de cincuenta millones de estadounidenses por la dupla Romney-Ryan.
Ganó lo mejor. O como señalaban jocosamente algunos columnistas: «lo menos malo».
Imagenes, archivo de la revista digital Kien y Ke, Magazine.com, y cadena ABC, 2012.
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