La muerte es un descanso de los sufrimientos que nos agobian, de las incertidumbres por el presente y la desesperanza del futuro. Llega un momento en el que continuar viviendo es un lastre que arrastramos por la inercia misma de la existencia, desprovista de todo gozo o al menos de tranquilidad. No digo que de felicidad, una palabra tan comúnmente empleada pero cuyo significado es difuso y vago en el mejor de los casos. Porque nos enfrentamos con la realidad, tan dura, testaruda y difícil de cambiar.
La cifra de suicidios en España por la crisis económica ya supera las
treinta personas. Imagen archivo revista Ladobe.
Leía en internet hace unos días una noticia que me asombró: Amaia Egaña, una mujer de 53 años, ex diputada del partido Socialista falleció en la localidad vizcaína de Barakaldo, cuando una comisión judicial iba proceder a desahuciarla de su vivienda. A desalojarla, como decimos en Colombia. Desesperada y próxima a quedarse en la calle, tomó una silla, se acercó hasta el balcón y se lanzó al vacío desde el cuarto piso del inmueble. No falleció al instante, pues según el diario El País, el médico que iba con la comisión la encontró con vida pero ya sin esperanzas, y tan sólo pudo certificar su muerte.
No es el único caso de suicidios por la crisis económica que atraviesa España desde el 2008, que según diarios como Portafolio, no va a variar en un buen tiempo. Por ejemplo, hay casos como el de un joven madrileño que se suicidó porque había sido despedido de su trabajo, y al no tener con qué sostener a su familia, puso fin a su vida. Un vigilante en Cataluña se suicidó acosado por las deudas: debía cerca de 10 mil Euros y su ingreso mensual era mileurista, es decir, ganaba menos de 1000 Euros al mes, una especie de salario mínimo. Este hombre dejó dos hijos de 25 y 21 años. Hay situaciones dramáticas, con una tremenda carga de humanidad: un hombre viudo de 75 años mató a su hijo discapacitado de 46 porque no podía seguir haciéndose cargo de él, posteriormente se suicidó; en Málaga, una mujer discapacitada se lanzó desde el piso catorce de su apartamento, una escena presenciada por un centenar de personas.
Freud en un artículo sobre la vida y la muerte, comentaba con resignación que el hombre es el único animal para quien su existencia constituye un problema que debe resolver. Así, cuando no hay salidas, cuando la situación financiera es dramática, y no hablo de macroeconomía sino de simple y llana economía familiar, doméstica; pues la única salida o escape, como quieran ustedes llamarlo es huir de sí mismo, dejar de ser y existir, porque en últimas la vida nos rebasó. Posiblemente saldrán los defensores de la virtud para ofrecer una esperanza que puede ser un refugio, una frase o una alternativa. No deja de ser diciente que la Iglesia española, ante la magnitud de la crisis, se haya convertido en una alternativa para los jóvenes, «no tendrás riquezas, pero sí un techo donde dormir y un pan para comer», decía una propaganda que veía con mi mamá el otro día.
Hace unos días el gobierno Rajoy reconoció la realidad de los suicidios y anunció medidas administrativas y legales para contrarrestar la cicatera Ley de Hipotecas, que favorece y blinda a los bancos, que crearon y son los responsables de la crisis crediticia e hipotecaria que sacude a Europa. Diría mi mamá «de lo dicho a lo hecho,…».
Quizás lo único que podamos hacer sea indignarnos. Decir las cosas por su nombre, gritarlas si es posible. Para qué, para que sepan los que tiene el poder que los suicidios por la crisis o los lentos suplicios como el desempleo y la pobreza son una realidad que debe cambiar, si no quieren que todos terminemos por hacer de la vida un infierno. Un fin del mundo que en vez de espantar sea un alivio.
Los sucesivos triunfos de la selección de España son menos que un consuelo.
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