Dante Panzeri definía el fútbol como la dinámica de lo impensado. De lo imprevisto, de lo inadvertido. De lo sorpresivo. Esa es la esencia del juego: la improvisación. No se trata de la improvisación dejada al azar en el que se espera a que el destino actúe por uno mismo.  No. Se trata de la capacidad de crear, de inventar y reinventar, también de repetir, pues en cada rehechura encontramos la novedad de una situación o de un planteamiento. A esta capacidad se le dado rótulos en los que cabe vagamente el trabajo, el talento y la disciplina: genio, dios, extraterrestre, pibe de oro, pichichi. Lo que hace grande a Leo Messi es su genio innato, su profesionalismo y su humildad.

        Leonel Messi se convirtió en el primer futbolista en obtener cuatro balones de oro consecutivamente.

   Considerado el mejor equipo de la historia (hasta Newsweek y Life se inmiscuyeron en la discusión), este lunes ganó por cuarta ocasión consecutiva el premio Balón de Oro al mejor jugador del viejo continente en el 2012, superando nuevamente a su compañero de equipo -un niño que bueno que hace diabluras, como lo describió Daniel Samper Pizano– y al inexpresivo ícono del marketing futbolístico, Cristiano Ronaldo. Aunque en la rueda de prensa admitió que el 2012 no había sido su mejor año, las cifras señalan lo contrario: máximo goleador de la Liga Española 2011/ 2012, con 50 goles;  y el récord de 91 en una temporada, con lo que supera al «bombardero» alemán Gerd Müller y su registro histórico de 86 goles que se mantuvo dominante durante casi cuatro décadas.

Pese a que el Barcelona no ganó la Copa de Campeones de Europa ni la Liga Española, el equipo azulgrana, a decir de Jorge Valdano «no tiene defectos. Es perfecto» (Caracol, 2012). En esta perfección, ordenamiento, minucia con que se maneja el engranaje del juego de conjunto, el apegarse al papel y tener claro los limites y las funciones de cada quien conlleva, obviamente, al resultado final, que es un equipo como unidad, como lo diseñó y llevó a la práctica Pep Guardiola y que hoy bajo la batuta de Tito Vilanova continúa cosechando triunfos y récords. Una suma de partes, que en el equipo catalán, funciona de una manera precisa. He ahí porque ha ganado tantos títulos y pase con seguridad a la historia de este deporte. Sin embargo, como en los magníficos cuentos de Roberto Fontanarrosa sobre fútbol, la esencia del juego, no es tanto la precisión quirúrgica como la emocional visceral. No pesa tanto el deporte como el juego, el divertirse, el sentirse en un ambiente de libertad creativa. Aquí radica la importancia de Messi como jugador.

    Messi le ha devuelto al fútbol la alegría del juego. Es un jugador que aparece cada veinte años, su antecesor, Diego Armando Maradona, representó una esperanza y una realización del buen juego. Y es precisamente este el punto de discusión sobre el jugador rosarino: ¿Es mejor Messi que Maradona? Los títulos del aquel son incomparables con los de éste. Aunque hay uno, de suma importancia, que Messi debería obtener para superar la imagen tutelar de Maradona: ganar un campeonato mundial con la selección argentina. Claro, son muchas las diferencias entre ambos, un Maradona controvertido, indisciplinado, prisionero de la fama y la volubilidad de conocer la riqueza inesperada y efímera. En contraste con un Messi cuya humildad desespera y equilibrio personal asombra.

 Es un hombre, que, como el proverbio judío, es tan grande que no necesita que los demás lo sepan para entenderlo. Porque encarna la redención de un sentimiento, cada domingo o miércoles recuerdo la frase de Javier Marías: «el fútbol es la recuperación semanal de la infancia».

     Durante el campeonato de Sudáfrica 2010. El principal rival de Messi era el propio Maradona, fue un        comentario habitual en el pasado mundial.

Imágenes Archivo de diario El País y Revista Fútbol Total.

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