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El día del atentado, Pablo Escobar se levantó a la 4:30 de la madrugada para acompañar a su socio Jorge Luis Ochoa al aeropuerto internacional José María Córdova, quien planeaba instalarse en Brasil durante una temporada larga, y le pidió a Pablo que lo acompañara los primeros días. Escobar aceptó. La madrugada le salvó la vida, el capo tenía una reputación bien ganada de noctámbulo: siempre tomaba las decisiones más importantes de la organización entre las tres y las cinco de la mañana. No es casual, entonces, que el Renault 21, cargado con ochocientos kilogramos de dinamita y escoltado por cuatro camionetas Samurai, explotara al frente de su casa —un edificio de ocho pisos en el barrio Santa María de Los Ángeles al que llamó Mónaco—, a las 5:10 del amanecer.

La bomba en el bunker de Escobar y su familia, no solamente estremeció el sur de Medellín. También puso al descubierto otra “bomba noticiosa” que se conoció de inmediato en el país y el mundo: la fortuna hallada en el interior del edificio. Valiosos carros de colección en el sótano, obras de arte que alcanzaron a semidestruirse, esculturas griegas, jarrones chinos, lámparas y muebles importados, objetos que tenían un valor superior a la propia casa.

Hoy, treinta y un años después del atentado a la mansión de escobar, se anunció que ésta será demolida para, dice el secretario privado de la Alcaldía de Medellín, Manuel Villa, “contar la historia desde el lado correcto”, dice. “la caída del símbolo de los victimarios y de la ilegalidad”. Una vez demolido, se construirá en el lote un memorial en homenaje a las víctimas.

Perfil: Un Robin Hood paisa - Revista Semana

Perfil: Un Robin Hood paisa – Revista Semana

 

Regresemos a enero de 1988, horas después del atentado.

Los lujos del edificio Mónaco dejaron boquiabiertos a todos los que pudieron acercarse hasta allí. El Tiempo tituló el viernes 15 de enero, ‘Había obras de arte hasta en los baños’, y reveló el inventario detallado que los jueces de Instrucción Criminal realizaron durante dos días consecutivos y que fueron consignados en un acta de pertenencias de la familia Escobar Henao.

En el segundo piso del edificio una especie de sala de espera y reuniones. Allí estaban las obras de arte. Más de diez óleos de Fernando Botero (entre ellos un cuadro con la dedicatoria a la dueña de la casa: “A Victoria, de Fernando”); cinco de Obregón, uno de Francisco Antonio Cano (Paso del ejército libertador por el páramo de Pisba), cuadros de Picasso (entre estos varios intaglios y un dibujo en sepia de la serie Erótica y Mujer con sombrero de 1938), un Miró, tres de Darío Morales, algunas obras de Enrique Grau, otras de Oswaldo Guayasamín, Igor Mitoraj, unos Luis Caballero, David Manzur, y en la parte de posterior del piso, el punto más alejado del centro de la explosión, dos óleos de Dalí, The Dance y una serigrafía para obra de teatro en formato pequeño.

Desde el día del atentado, el edificio fue sellado y vigilado por la policía de Medellín para evitar saqueos. Un mes después, cuando las diligencias judiciales finalizaron, la policía retiró la seguridad del lugar, Escobar comisionó a su cuñado Mario Henao Vallejo el inventario de los daños totales de la destrucción, a fin de establecer que obras y objetos resultaron averiados en el atentado.

Recorte El Tiempo - Jueves 14 de enero de 1988

Recorte El Tiempo – Jueves 14 de enero de 1988

 

El crítico e historiador de arte Álvaro Medina me contó una anécdota del carro bomba que conoció de primera mano. La fotografía de un cuadro de Darío Morales semidestruido y con el marco desprendido de la tela apareció en un artículo de El Tiempo. Cuando sale el periódico, un amigo de Morales se lo envía hasta Cartagena. Tres días después –lo que tardaba entonces en llegar un envío a su destino– Morales llamó llorando a Álvaro Medina, le dijo que nunca pensó que el mejor cuadro que había pintado –una mujer desnuda que está planchando, que Medina había visto en el taller de Morales en París unos años atrás, cuando los dos vivían en Francia– estuviera en manos de Escobar. Nunca pasó por su cabeza que un mafioso fuera propietario de su mejor obra. La pena terminó por afianzar el cáncer que padecía, murió a finales de aquel año en París.

Aunque suele repetirse que los mafiosos por su escasa formación académica, por su desconocimiento de historia del arte, por caprichosos o acumuladores patológicos fueron víctimas de estafas, falsificaciones y de su propio mal gusto, algunos de ellos conformaron grandes colecciones asesorados por reconocidos galeristas o a través de las grandes casas de subasta europeas y norteamericanas. La revista Vanity Fair publicó a mediados de 1992 un reportaje sobre Pablo Escobar (On the trail of Medellin’s drug lord) y su guerra en dos frentes: mientras combatía al gobierno por cuenta de la extradición estaba involucrado en otra guerra contra los hermanos Rodríguez Orejuela y sus socios de Cali. Eran distintos. A Escobar le gustaba pelear, Rodríguez Orejuela prefería comprar información. La revista cuenta que “Rodríguez ha hecho todo lo posible por ser aceptado socialmente. Mientras estuvo preso en España en 1985 por abrir mercados de droga en Europa, contrató los servicios de un consejero cultural para no interrumpir sus clases de historia del arte, despachó a sus hijos a Oxford, lo que le produjo dividendos buenos”.

Asimismo, algunos marchantes avivatos o vendedores de falsificaciones fueron ajusticiados. Como Mauren José Ramírez, quien en la década de los ochenta le vendió a Pablo Escobar cuatro jarrones de la dinastía Chen-Tsung por unos mil millones de pesos colombianos de entonces. El jefe del cartel de Medellín pidió a un curador de confianza un certificado de autenticidad, quien se negó afirmando que los jarrones eran replicas hechas en Ráquira, Boyacá. Pocas semanas después Ramírez apareció abaleado en una calle de Medellín. Cuando el que pereció abaleado fue el mismo Escobar, mucho se habló de sus Picassos, Mirós y Boteros. De hecho, en la segunda temporada de la serie Narcos, de Netflix, se hace referencia a varias obras de arte que la esposa de Escobar compró a un marchante español.

P.Escobar

 

Finalmente, ¿qué sucedió con las obras de arte que la familia Escobar Henao tenía en el edificio Mónaco, y en sus otras decenas de propiedades? A pesar de la dificultad de rastrear la procedencia de estas obras y de la escasez —y poca confiabilidad— de las personas o fuentes que tuvieron la oportunidad de haber conocido esta colección y que sobrevivieron a la guerra a muerte entre el cartel de Escobar y un grupo clandestino llamado los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar); estos son los escenarios posibles de la colección de arte del capo antioqueño:

            Robo: los Pepes atacaron las casas en las que Escobar tenía dinero o las obras de arte, por ejemplo, Carlos Castaño, (jefe militar de Pepes) se quedó con un cuadro de Dalí (Dancing. The Seven Lively Arts, un óleo —84 x 116 centímetros— que adquirió en Estados Unidos en los años ochenta) en un operativo en Medellín, como el cuadro del pintor español, muchas obras se las robaron Los Pepes, o sea, mandos medios de Policía, Bloque de Búsqueda, otros.

             Cambiazos: algunas obras fueron cambiadas en diligencias judiciales, una vez terminó o se legalizó el operativo policial. Les doy un ejemplo, la pistola de Pablo Escobar que cambió Hugo Aguilar (entonces comandante del Bloque de Búsqueda) el día que mataron al capo, aquella tarde de diciembre de 1993, Aguilar llega hasta donde está el cuerpo del trofeo, con Escobar sin vida, detiene su reloj a las 2:50 de la tarde y lo entrega a un oficial para que se haga un oficio ante la Dijín. Enseguida, cambia su pistola nueve milímetros por la Sig Sauer del capo, lo que constituye tres delitos: hurto, peculado y manipulación de evidencia.

             Pagos de guerra: una vez terminada la guerra contra Los Pepes, la viuda de Escobar y su hijo Juan Pablo debieron hacer frente a la reparación del conflicto. Perdieron la guerra y debían pagar los costos, ellos pagaron a la cúpula de los Pepes como si fuera una feria inmobiliaria con listas de predios, inmuebles, decoración, caballerizas, arte decorativo y cuadros de renombre, esto lo cuenta Juan Pablo Escobar en su libro Pablo Escobar, mi padre. 

The Dance, Dalí, 1957

Algunos datos factuales e imágenes fueron tomados de los archivos de prensa de El Tiempo, Publicaciones Semana, el libro The Mmeory of Pablo Escobar, y archivos particulares.

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