Tengo una revista singular que encontré hace un par de meses en una tienda de librero en el centro de Bogotá: se llama Cuerpos (magazín erótico mensual para hombres y mujeres, exclusivamente adultos) y la publicó en 1980 Edgar Roberto Escobar, jefe de comunicaciones del Cartel de Medellín y pionero de la industria del entretenimiento adulto en Latinoamérica. En la portada aparecen cinco parejas desnudas sin retoques de tonalidad cromática ni perfeccionamiento de sus cuerpos y sus rostros detrás de dos frases en letras mayúscula sostenidas: FOTOS ERÓTICAS DE MODELOS NACIONALES, y debajo, UN MUNDO DE SEXO, EL CLUB DE CUERPOS. La revista tiene un formato pequeño y discreto que cabe en cualquier pantalón o bolso de mano, y una veintena de páginas que se leen en pocos minutos. El precio de este número publicado hace cuarenta años era de quinientos pesos en Colombia (la décima parte del salario mínimo de entonces) y tres dólares en el extranjero. Quizás estas dos razones expliquen que este experimento sea un referente del porno nacional.
Cuerpos fue la primera forma accesible de pornografía de los colombianos. Había antecedentes, por supuesto, fotonovelas y revistas para adultos como Amor libre, Sueca, Las gatitas cariñosas, Telefilm prohibido. La primera revista que mostró una mujer desnuda en su portada fue Bárbara-Bárbara, adaptación colombiana de Playboy creada y dirigida por Mauricio Vásquez desde 1976, aunque se imprimieron apenas unos números. Retomo el hilo: cuando no se lograba conseguir un ejemplar de Playboy o Hustler, esta revista cumplía todas las fantasías. Las fotografías de portada y de interiores, en la que aparecen modelos colombianos, están acompañadas de versos cursis, como este: “Hembra y macho. Energía que atrae. Imán de sexo que los une hasta la fatiga, y se mueren para volver a nacer después de un orgasmo”. En estas fotografías de parejas en pleno acto sexual, o después del coito, o simplemente de mujeres y hombres solos (con sus versos chuecos) está la clave del éxito de esta revista.
Para decirlo pronto: era una revista para todos, hombres, mujeres, homosexuales, lesbianas y transgénero. La sección editorial titulada “Criterio”, siempre firmada por Edgar Escobar (más conocido como el Poeta, Juan Carlos o 24), trataba temas relacionados con la mirada erótica. En un orden establecido por la dirección, iba después la sección más popular e inteligente de la revista —“Consultorio”— donde absolvía cualquier duda de los lectores con la ayuda de médicos. A continuación, publicaban los avisos clasificados y luego el “Cuento erótico” y “Testimonio”, que ocupaban el mejor espacio de la revista. Esta era la estructura básica de la publicación, que luego evolucionó a la creación de fotonovelas pornográficas, relatos personales y el directorio sexual de Colombia. Diez años y decenas de números en los que Cuerpos se masificó y reinventó la escenificación textual de la obscenidad, además de renovar el contenido literario erótico.
En esta década de furor y desnudos y gemidos, la revista fue el timonel de una industria pornográfica nacional en expansión. Luego, desapareció. No quedó nada: apenas el rastro de números en el rincón de un quiosco que se empolvaron con los años, algunas revistas terminaron en el apartamento de su productor que logró salvaguardarlas de las vendettas entre mafiosos, otros números quedaron en manos de coleccionistas pragmáticos; uno de ellos, la persona que me dio a conocer la revista, quien pagaba cada mes unos mil pesos para que el nombre de su negocio apareciera en la pauta publicitaria de Cuerpos.
En este parteaguas de 1980, las posibilidades de acceder al entretenimiento para adultos en Colombia (incluyendo películas, teatros y libros abiertamente eróticos) eran en extremo limitadas. Si bien ya existían salas clandestinas de cine porno en los años cuarenta, el precio de la entrada era seis o siete veces más costoso que los cines convencionales, que oscilaban entre uno y tres pesos (un empleado público ganaba cuatro pesos diarios). Veinte años después, Hernán Hoyos publicó su libro Crónicas de la vida sexual, una serie de relatos de la vida íntima de los vallunos. Él conversó con gente de la aristocracia, con intelectuales y periodistas, casi todos de clase media; con prostitutas, travestis y proxenetas de la zona de tolerancia de Cali, incluso con delincuentes en la cárcel. En un perfil de Juan Miguel Álvarez para El Malpensante, Hoyos cuenta que llevó su libro a la Librería Nacional de la Plaza de Caicedo, y en menos de quince días agotó los 2.500 ejemplares distribuidos únicamente en Cali, solo en ese punto de venta. Por las tardes, la gente hacía fila para comprar un ejemplar. Incluso un amigo suyo había sorprendido a su abuela encerrada en el sanitario leyendo las Crónicas. Por aquellos años, Hernán Díaz realizó el primer desnudo fotográfico reproducido en una publicación en Colombia, que corresponde al cuerpo —del pecho al pubis— de Fanny Mickey, la imagen se incluyó como una de las ilustraciones de La vida pública (de una mujer pública, por demás), del poeta Arturo Camacho Rodríguez. Luego, en 1967, Abdú Eljaiek realizó una serie de fotografías de desnudos de Dora Franco —una modelo bellísima que pasaría a ser una destacada fotógrafa de modas y de sociedad— y las presentó en una exposición en el Centro Colombo Americano, el único lugar que se atrevió a presentar las imágenes. En los registros, Eljaiek captó a la modelo desde arriba, frontal, explícita, «pronta al sacrificio», como escribió Eduardo Mendoza Varela en el poema que se pensaba ilustrar con estas fotografías, que estaría en la esquina inferior de la imagen. Una composición similar adaptada en los desnudos de Cuerpos.
En este punto, vale la pena preguntarse cómo nos definimos los colombianos a través del porno, e incluso, de lo erótico. Una de las secciones más populares de Cuerpos fue “Fantasía”, en la que las personas redactaban su ficción erótica y la hacía llegar a las oficinas de la revista. Un tal Gerardo Grisales escribió que su delirio de cada noche era hacer el amor con el cantante mexicano Emanuel. “De solo oír sus canciones en la radio, me excito profundamente —escribió—: estoy seguro de que él es bisexual y que disfrutaría esto enormemente”. Otro clasificado decía: “Tengo treinta y cinco años. No soy fea, pero sí ardiente. Estuve casada por diez años pero perdí a mi marido. Ahora me atraen fundamentalmente los hombres jóvenes y demasiado activos en cuestiones de sexo. Ojalá que estén sin iniciarse sexualmente, para mostrarles el auténtico placer. Estoy dispuesta a ayudarlos incluso económicamente. Escriban pronto con fotos ojalá al desnudo…”.
*
En su primer editorial, Edgar Escobar se lanzó al ruedo con sus consideraciones sobre lo erótico y lo pornográfico. “Lo erótico está ligado a las vivencias más legítimas del ser humano —escribió—. Lo pornográfico en esencia es la definición generalizada de lo erótico. La diferencia entre una y otra está en la mentalidad de cada persona dependiendo de su educación sexual”. Esta consideración de lo erótico pornográfico la trasladó a sus cuentos, por ejemplo, en La canción de Madonna relata la evolución sexual de Manolo, un chico de doce años cuyo record de conquistas incluye a su hermana menor, su madrastra que padece trastorno mental, amigos del colegio, prostitutas y adictos sadomasoquistas. Al final, Manolo es una fuente incontrolable de sexo que termina por derramarse en la caja del vinilo de Madonna mientras escucha Who´s that girl (1987).
Antes de escribir cuentos pornográficos, Edgar Escobar fue libretista de telenovelas en RCN Televisión y del programa de Todelar La ley contra el hampa, que convertía los crímenes de la época en vibrantes radionovelas policíacas, uno de los programas de mayor audiencia en la historia de la emisora. Una nota de Semana de julio de 1990, cuenta que el Poeta vestía siempre de gabardina negra, no fumaba ni tomaba trago y le molestaba sobremanera que le llamaran “marica”. Simón Posada cuenta en su libro Días de porno que Edgar llegó a la pornografía cuando conoció durante una comida en un hotel de Medellín a Alexei Cherniakof, que trabajaba con la productora South Park Productions y que había viajado desde Los Ángeles para hacer una película porno. Posada cuenta que el extranjero le pidió algo casi imposible: conseguir una docena de mujeres dispuestas a grabar una película el día siguiente, pero Edgar Escobar cumplió el reto y se convirtieron en socios. En los créditos de Trópico Producciones (El jardín del amor, Cuerpos de fuego, Aroma de sexo, y Juegos Ardientes, que vendió siete mil copias en video casete solo en Colombia), Cherniakof aparece como director y Edgar como guionista.
El Poeta camufló sus actividades con el cartel a través de dos empresas destinadas al negocio de la pornografía: Trópico Producciones (un estudio donde se filmaban videos de cine porno protagonizado por muchachos entre los dieciséis y treinta año) y E.E. Ediciones, que se creó para apoyar la labor de relaciones públicas de Edgar, en sus oficinas se imprimía y distribuían los comunicados de Los Extraditables (lo que hoy se conoce como free press), también se escribían y editaban las revistas pornográficas Cuerpos, Póker y Sueca, cuya redacción padecía desesperada la guillotina del cierre y contaba con colaboradores permanentes (Malcolm Peñaranda, Juan Carlos Cuello, los doctores Augusto Rivera y Alexander Korzyniewsk, el caricaturista Vito, entre otros) y ocasionales (Álvaro Vélez Restrepo, Guillermo Zapata Isaza) que daban una mano en las emergencias de última hora. Edgar aparecía con fotografía y nombre completo en la página editorial y en la bandera de la publicación, pero con el tiempo —cuando avanzaron sus relaciones con el cartel— decidió aparecer con su segundo nombre, Roberto, y firmaba los artículos con el seudónimo de Roberto Denicolas debajo de una fotografía en la que llevaba pelo engominado, barba bien cuidada y unas gafas gruesas estilo hípster.
En sus labores de coordinador de prensa del cartel, el Poeta les entregaba dinero a varias emisoras y periódicos para garantizar su control, se comunicaba con corresponsales de medios internacionales, recopilaba todo el material que aparecía en los medios nacionales y extranjeros, y redactaba e imprimía los comunicados de Los Extraditables. Luis Cañón cuenta en su libro El Patrón que alias Pinina utilizaba los comunicados de prensa como soporte de pago a los sicarios que cometían atentados y asesinatos a policías a nombre de Pablo Escobar. La relación entre el capo y su escribidor se consolidó. Cuando Escobar estuvo recluido en su propia cárcel, La Catedral, le encomendó producir un libro con caricaturas que él mismo había almacenado, el proyecto se concretó pocos meses antes que el capo se escapara de la prisión. Pablo Escobar en caricaturas 1983-1991 es una recopilación de pocos menos de cuatrocientas páginas suyas hechas por la prensa de la época, y el título, la firma y la huella digital de Escobar estaban grabadas en otro de dieciocho quilates sobre una caratula de cuero café. El libro está en la colección de la Biblioteca Luis Ángel Arango, pero su acceso es restringido, fue expuesto hace un año en la conmemoración de los sesenta años de la biblioteca. Hace unos meses, cuando preparaba una investigación del archivo privado de Escobar, uno de los sobrevivientes del cartel de Medellín me contó que tenía el libro en su casa, ubicada en Aranjuez, un barrio popular de la ciudad, dijo que el precio mínimo de venta era de treinta millones de pesos. No le creí. Aunque días después encontré la noticia de que uno de los veinte ejemplares impresos se subastó en internet catorce años atrás con un precio base de sesenta mil dólares.
La relación del Poeta con el jefe del cartel de Medellín tuvo otros matices reveladores. Uno de los primeros fotógrafos de Cuerpos fue Edgar Jiménez Mendoza, conocido como el Chino, un compañero de colegio de Pablo Escobar que terminó por convertirse en su fotógrafo privado. Cuando estudiaba en el Liceo Antioqueño, el Chino les tomaba fotos a sus compañeros de clase y, en especial, a su novia Amparo y a las jovencitas que se dejaban impresionar por su cámara. Sus primeros desnudos, los hizo con chicas del barrio como Marcela Barbosa y Paola Luna, que fueron modelos en varios números de Cuerpos. Alfonso Buitrago cuenta en un reporte en Universo Centro que cuando El Chino comenzó a trabajar para Pablo Escobar, en su época de mayor prestigio, sus amigos de parranda le apodaban el “pornonarcofotógrafo”. Por otro lado, varios de los modelos de Póker (una revista abiertamente gay) fueron asesinados en vendettas en los ochenta y cuando se crearon Los Pepes (perseguidos por Pablo Escobar). Algunos de los sicarios de Escobar con un prontuario terrible eran clientes de los prostíbulos travestis en Lovaina, Medellín, se enamoraron y se los llevaron lejos para no compartirlos con nadie. En aquellos años, muchos travestis terminaron llevando pistolas y granadas en sus carteras, junto con las pestañina y el maquillaje, otros más decididos, se convirtieron en matones a las órdenes de El Patrón.
El esplendor del Chino como “pornofotógrafo” coincidió con el auge de las empresas porno de Edgar Escobar. Cuando la editorial tomó vuelo alto y sus publicaciones se las arrebataban a los vendedores en las vitrinas de sus quioscos, el Poeta decidió ampliar su portafolio. Los lectores podían adquirir por setecientos pesos los primeros títulos de la colección erótica: Juegos ardientes, Es más tierno al amanecer, Aroma de sexo, Historia prohibida, Cuerpos de fuego, entre otros; también decidió incursionar en el mercado de salud y bienestar, se publicaron libros sobre la interpretación de los sueños, aforismos, cuidados de mascotas, y novelas policíacas y western. La abundancia desorbitante no parecía tener techo. Sin embargo, la realidad se impuso como un puño de hierro para el Poeta y la editorial, pues fue capturado en julio de 1990 en una operación liderada por Harold Bedoya, entonces comandante de la IV Brigada. Dos semanas después, en una nota de Semana, Bedoya declaró. “Los hilos de comunicación de Pablo Escobar con el resto del mundo se han cortado”.
La pornografía pertenece al mundo del derroche y del exceso. Edgar Escobar personifica — y contradice, como hemos visto— esta doble condición. Después de ser liberado por falta de pruebas (Gustavo Salazar fue su abogado), él se esfumó y las oficinas de las revistas cerraron, no se volvió a publicar ningún número de Cuerpos y Póker. El juego de la revista terminó cuando los límites se estrecharon: no sobrevivió a la caída de su creador y del cartel de Medellín. Simón Posada cuenta en su libro que hoy en día (para 2009) Edgar vive con sus papás, tiene un perro faldero, unos kilos de más, usa anteojos y produce películas gay para Italia y Europa de forma exclusiva y cediendo todos los derechos. Sus películas no se consiguen en Colombia y es absolutamente reservado.
Cuerpos mantuvo una línea de arte y fotografía de modelos de calle, jovencitas y muchachos bien parecidos que se animaban a enviar una fotografía desnudos con su nombre completo real, domicilio, edad, color de cabello y ojos y sus intereses por aparecer en la revista. La publicación apostó por alejarse del prototipo de un tipo border line que trata a su pareja como carne fresca, la golpea y la llama zorra y se derrama en su cara. Rocco Sifredi no hubiera encajado en la revista. No se trata de una publicación “erótica” o de contenido “soft”, tampoco de porno duro y puro, creo que la apuesta va más allá del porno, pues propone otras estéticas y otros clichés: chicas guapas (tirando o posando) con muchachos normales (en lugar de tipos atléticos follándose a barbies); hay una sugerencia por alejarse de los viejos códigos de la sexualidad, similar a producciones actuales del postporno, influenciadas por la filósofa Beatriz Preciado
Asimismo, el juego —los imaginarios, como mencioné arriba— del goce, del sexo, de lo prohibido y de obsceno cambian según los umbrales de tolerancia colectiva y moral. La aparición de una revista porno corre paralela a la creación de un alma sensible, de lo íntimo y lo privado, las historias de onanismo, de cunnilingus, las enfermedades de transmisión sexual, de la sodomía o el sexo grupal, y, sobre todo, de la primacía de lo visual. De esta manera, Cuerpos participa a su manera en el progreso, en conocer y reconocer el cuerpo humano de las personas de a pie, un cuerpo que es perfectible. Ese es su aporte: un supermercado del gemido durante la época más difícil del país. Una fiesta del yo.
En Twitter @Sal_Fercho
Los 56 números de Cuerpos que consulté para esta historia reposan en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de Colombia. Es la colección pública más completa de esta publicación. Agradecemos la ayuda de Camilo Páez, coordinador del Grupo de Colecciones, por su disposición y complicidad.
Una versión más cortita de este artículo apareció en la edición 220 de la revista SoHo, correspondiente al mes de noviembre de 2019.
Las fotografías son de Diana Rey Melo, su Instagram es dianareymelo_photography