Rodrigo Granda corrigió a su compañera de lucha hace unos días en La Habana, Sandra Ramírez, al afirmar que las Farc no tenían secuestrados, recordó que hace unos meses la organización subversiva expidió un comunicado a la opinión pública en el que se comprometió a no retener personas con fines económicos o políticos. Sin embargo, el país no está seguro como afirma el llamado «Canciller de las Farc», y ya no son los secuestrados políticos, con su hipervisibilización (durante y después) quienes encarnan la barbarie de estar privados de la libertad o los vejámenes propios de un conflicto desgastado y degradante. Sino los de a pie, los policías de pueblos alejados de la geografía del país, agricultores o pequeños empresarios, incluso un grupo de ciudadanos chinos, que recién fueron liberados.
Sudarios, víctimas de conflicto. De la fotógrafa Erika Diettes, 2011.
Ellos son los secuestrados, los olvidados de hoy.
Un poeta escribía que la distancia no el comienzo del olvido. Sino desentenderse de las personas cercanas, que es una forma de ir olvidándolas o dejar de amarlas, que es lo mismo. La distancia merma el ardor y fortalece lazos más profundos entre hombres y mujeres, entre amigos o amantes, o entre enemigos y rivales. La distancia en el tiempo y el espacio tiene en la espera una idea romántica, que nos llega con la sorpresa: una llamada, un mensaje desde la selva, o incluso el desalmado alivio de un adiós definitivo.
Olvidar es dejar de tener en la memoria agravios, afectos, duelos, afanes. Es alejarse de los odios y de las personas que los poseen, o al contrario, los sentimientos que poseen a las personas; es decir «no más» a la carga de la rutina o cesar el duelo íntimo de culpas atrasadas que pesan en el alma. El olvido se asocia con la memoria, con un lugar que está en lo más íntimo de nosotros, un espacio anterior a la conciencia o la razón.
Oscar Wilde decía que el sufrimiento nos pone en contacto con nosotros mismos, porque es el único sentimiento gracias al cual tenemos conciencia de existir. No es la abundancia en el amor, los amigos o la compañía, ni menos aún del dinero y las comodidades que llegamos a conocernos mejor, a presentir nuestras acciones, a hacernos más sensibles con nosotros mismos. Quizás con los años lleguemos a ser profundos. Un proverbio chino dice «todos los hombres son sabios, unos antes, otros después».
Hace poco más de un año el país se estremeció con la impactante noticia del asesinato de cuatro policías tras 13 años de infame y triste secuestro (entre ellos el sargento de la policía Libio Martínez, conocido por su hijo, Johan Steven y sus súplicas por la libertad de su padre durante algo más de diez años). Me preguntaba ayer y lo hago hoy de nuevo, si antes de que fuesen ultimados ya los habíamos olvidado.
Johan Steven hace unos años, con el retrato de su padre Libio Martínez aún vivo
El filósofo Erich Fromm enseñaba que el amor es una actividad, no algo pasivo ni quieto. Parte de amar es conocer a la persona amada, cuidarla en la enfermedad o auxiliarla en las dificultades, comprenderla en sus altas y bajas. Pero no es limitarse a alguien (esposa, hijos, padres, hermanos, amigos), sino entender que todos somos uno, que tenemos un vínculo común, que todos y todas somos es cierto sentido hermanos. Por eso quien dice amar o comprender «únicamente a mi familia y mis amigos», no los ama en verdad ni sabe entenderlos. Para comprender es imprescindible escuchar al otro, entender porqué hizo esto o dejó de hacer aquello.
Es, como lo decía, un acto de generosidad. Los conflictos se inician por la voluntad de uno y finalizan con la voluntad de todos: la segunda guerra mundial la inició Hitler y su pandilla demencial, pero la cerró el milagro de los sobrevivientes que rescató a Alemania del hambre y la destrucción.
La estremecedora imagen de Íngridt Betancourt secuestrada en el 2007, representación misma del flagelo
Leyendo algunos mensajes en redes sociales o en páginas de periódicos me he topado con mensajes cuya ignorancia es aterradora e insultante, su indiferencia para con el dolor de Johan Steven Martínez o las familias de los desaparecidos del conflicto doméstico, es una muestra cruda y real de lo que muchos colombianos piensan sobre el conflicto del país: que no existe y las víctimas son menos que majaderos.
Soy un convencido de que todos en la vida necesitamos de los demás, una frase de Chesterton dice «un hombre más otro hombre no son dos hombres, sino mil veces un hombre». La solidaridad y valores como la paciencia, el esfuerzo y la generosidad deberían acompañar a los colombianos: a los que sufren hoy o los que mañana quizás nos necesiten. Una mano amiga para sentir la compañía.
Por hacer del olvido un aprendizaje y no un acto de indiferencia.
En Twitter @ferchorozzo
Archivo Imágenes: El Espectador, Archivo particular y revista Semana
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