Vivir en otro país es una opción que nos permite conocer nuevos horizontes, nuevas personas, nuevas culturas, nuevas historias. La vida se nos presenta como una nueva aventura que nos invita a reinventarnos. Y para hacer de esa aventura una experiencia enriquecedora para nosotros y para el lugar en donde deseemos ubicarnos, es importante asumir compromisos personales: aprender un nuevo idioma, aceptar una nueva cultura, nueva gastronomía, aprender a vivir y a respetar la diferencia de otras personas, aceptar otras formas de pensar y de ver el mundo, no necesariamente más buenas o malas que la nuestra. Sencillamente diferentes.
Muchas veces soñamos con echar raíces en otro lugar del mundo, pero no siempre pensamos conscientemente todo lo que esto implica. Es un deseo y finalmente una decisión que tendrá consecuencias a largo plazo, incluso para las siguientes generaciones de nuestra descendencia.
Quisiera compartir con todos ustedes mi experiencia personal, los aprendizajes que esto me ha aportado.
Recuerdo con nostalgia mis primeros momentos en Eslovenia, corría el año 1999 y en el mundo soplaban fuertes vientos de cambio. En Europa del Este los nuevos países se abrían paso a la vida democrática, y en Eslovenia, un país que inició su vida republicana en 1991 (pues hasta esa fecha había sido parte de la República Federal Socialista de Yugoslavia, junto con: Bosnia y Herzegovina, Croacia, Macedonia, Montenegro y Serbia), esto no era la excepción. Mientras tanto, en una Colombia sumida en la guerra del terrorismo y el narcotráfico, y que padecía las consecuentes desigualdades sociales de los países tercermundistas, una joven de escasos recursos sólo quería una oportunidad para hacer de su historia personal una mejor versión de lo que hasta ahora le había tocado vivir.
Llegué a Eslovenia llena de sueños, con ganas de conquistar el mundo, convencida de que podía lograr cualquier cosa que me propusiera y con mente amplia para entender el mundo sin conocerlo; porque cuando se pasa toda la vida sobreviviendo no hay tiempo para saber qué pasa en un contexto más amplio. Porque cuando se vive todo el tiempo en crisis, una crisis más o una crisis menos, es sólo eso. Además tenía conmigo algo muy valioso: la idiosincrasia colombiana que siempre nos recalca que somos muy vivos, recursivos, que nos las sabemos todas y que las que no sabemos, nos las inventamos… pero varados no nos quedamos. Así las cosa, nada podía salir mal.
¿Y con qué me encontré? Un país provincial, con 2 millones de habitantes y culturalmente conservador. Un país en transición de un sistema socialista a uno capitalista, con un idioma que habla muy poca gente en el planeta, y con un muy largo invierno… En fin, nada parecido a lo que hasta la fecha había sido mi entorno. Pero Eslovenia representó en ese momento, para mí, un paraíso terrenal en el que tenía paz y seguridad. Y fue precisamente eso lo que me hizo ver los demás aspectos como insignificantes. Fue precisamente esa paz, tan desconocida en mi amada Colombia, la que me convenció de asumir el reto de dejar todo atrás y arrancar de cero.
No salía de mi asombro. En Eslovenia no hay ladrones en las calles ni en los parque. No hay ciudades inundadas de suciedad y basura, todos los niños tienen la obligación y el derecho de ir a la escuela, los desempleados tienen ayuda social mientras encuentran trabajo, los ríos son limpios y cristalinos, la naturaleza es parte esencial de la vida diaria, no hay mendigos, etc. Son estos detalles de la vida diaria los que hacen de Eslovenia un país organizado y que se desarrolla con un propósito definido y hacia una meta especifica.
Todo esto me llamó mucho la atención, pues venía de un ambiente en donde en las esquinas se reunían los viciosos para robar al transeúnte desprevenido; y en donde los ladrones se metían en las noches a los patios de las casas a robarse las gallinas y luego, al otro día muy temprano y con la mayor frescura de este mundo, venían a ofrecer los animales que se habían robado. Y ni mencionar la cantidad de niños y personas adultas que viven bajo los puentes y por los que nadie se preocupa; o la violencia que no daba tregua en nuestros campos y ciudades. La limpieza de nuestro ambiente también dejaba mucho que desear y, sobre todo, teníamos un problema con los valores por los cuales se rige nuestra sociedad, pues entraron en decadencia y se adaptaron con flexibilidad a las necesidades de los grupos de poder.
Tristemente las cosas en Colombia no han cambiado mucho en estas 2 décadas, pero en Eslovenia sí, y todo ha sido para mejorar, para afianzar las buenas prácticas y para erradicar aspectos que no eran del todo positivos.
Esta es la razón por la cual mi amada Colombia, más grande, más rica, más alegre, más tropical, más fiestera, más asediada por la corrupción, más despreocupada del bienestar general, más estigmatizada por diferencias socio-económicas, más seguidora de las tendencias temporales y menos forjada sobre valores morales, sociales y culturales que son la base de una sociedad que sabe donde quiere estar; no logra ofrecer a sus hijos el bienestar que una pequeña Eslovenia ofrece a manos llenas.