Sencillamente hay momentos de la vida en que el ser humano necesita encontrar lugar y tiempo para estar consigo mismo. Necesita dejar de un lado el mundo frenético que lo rodea e intentar dialogar francamente consigo mismo.
Hoy he decidido sacar tiempo para hablar conmigo, de mí forma de ver la vida. Son conversaciones que debo tener con más frecuencias, pero que muchas veces les saco el cuerpo porque, incluso, a pesar de que me gusta ser honesta conmigo, no siempre me gusta enfrentarme cara a cara con esa verdad que todos llevamos dentro.
He escogido un día de fría lluvia y fuerte viento, en días como estos, a nadie no le gusta salir a caminar. Entonces estoy segura que durante mi caminata no me encontraré a nadie. La lluvia implacable moja mis pantalones e incluso mis zapatos, el viento me obliga a abrigarme con mi chaqueta y a sostener fuertemente el paraguas. Podría estar renegando de las condiciones climáticas, pero no. Miro la felicidad con que los árboles reciben el preciado líquido, veo los pastos que empiezan a despertar con la primavera, veo los pequeños arroyos temporales que bajan por los peñascos, las hojas caídas en otoño que aún cubren el sendero y la lluvia las compactan y las hace parte del camino; el mismo camino que se encuentra enmarcado por piedras de diferente tamaño cubiertas de moho.
Es un sendero que poco a poco se introduce en un variado bosque donde armoniosamente conviven: hayas, abedules, pinos, capes negros, capes blancos y otros muchos árboles. Muchas veces camino por este bosque y siempre tengo la sensación que este sendero me lleva al cielo y que durante el recorrido cada árbol es un guardián de inimaginados secretos. Porque seguramente no soy la única persona que camina por este sendero en busca de paz, sosiego, luz, claridad mental y espiritual en busca de esperanza, en busca de algo que muchas veces ni sé qué es. Y porque seguramente no soy la única persona que ha confesado sus penas y alegrías más grandes a estos guardianes fieles.
Y ciertamente el camino me ofrece la paz y el silencio que busco, me entretengo contando piedras, saltando de una a otra, descubriendo las diferentes formas de los troncos de los árboles, mirando las flores silvestres que nacen en el bosque y de pronto viene esa descarga de emociones contenidas. De pronto la realidad me parece demasiado irreal para ser cierta, de pronto miro los toros desde la barrera y me parece que muchas veces mi vida, la vida de personas que conozco y las historias que entretejemos son versiones curtidas y rancias que se repiten y nos sentimos atrapados en ellas.
Se repiten mes a mes los episodios en el trabajo, donde no lograr el nivel de ventas planeado se convierte en la mayor catástrofe, ¡por favor! Se repiten las historias y chismes donde el esposo engaña a la esposa, todo el mundo sabe menos ella. Se repite la ambición desmedida que pasa por encima del otro, sin importar la condición humana, porque es más importante la posición social, económica y el prestigio amañado, deshonesto, bajo, pero «no importa, en el mundo el dinero compra muchas cosa». Se repiten las historias de pobreza absoluta, de desalojo humano, de abandono social, de injusticia, se repiten las historias de violación de derechos humanos a todos los niveles, se repiten y se siguen repitiendo historias, que tal vez por unas horas nos hacen poner de pie, pero rápido todo pasa al olvido. Y se seguirán repitiendo, porque no tenemos memoria, porque no tenemos conciencia de sociedad que protege justamente a todos sus miembros, porque seguimos pensando: Si yo estoy bien que me importan los demás.
Y empiezan los cuestionamientos a las normas de la sociedad donde vivo, y empiezo a mirar el sin sentido del proceder humano que vive enfocado en vivir de afán y superficialmente, en vivir de apariencias, de mentiras, en vacíos infinitos, con el alma hambrienta de paz, de silencio, de amor, de honestidad.
Al final del día perdemos de vista lo realmente importante: dejamos pasar la salida del sol, dejamos de escuchar el canto de los pájaros (que parecen que nunca estuvieran tristes, pues todos los días se levantan cantando), dejamos pasar la risa de un niño, de mirar los ojos del ser amado, de abrazar más frecuentemente a nuestros hijos, hermanos, amigos, dejamos pasar la vida por ir detrás de una pobreza emocional, disfrazada de lujos y promesas falsas.
El conflicto con el mundo externo seguirá, soy real, sé que el mundo no va a cambiar porque así lo quiera, pero si puedo cambiar mi mundo y vivir en él.
Y desde mi bosque encantado decido: Ahora que regrese a casa me cambio los zapatos y los pantalones que los tengo mojados a más no poder, me preparo una bebida caliente y desde ni sillón favorito le envió a todos mis hermanos y hermanas en este planeta mis mayores y mejores deseos por una paz que supere todo entendimiento.
El problema es que para encontrar esa paz muchas veces nos toca estrellarnos con el mundo y decidir darle la espalda al mundo para vivir una realidad diferente a la que allí afuera nos quieren vender.
Pero, ¿saben algo? ¡Vale la pena hacer el intento! Y si soy sincera, ¡Qué mi importa que se estrellen contra el mundo y sufran en su propia humanidad el dolor que otros han sufrido! Si ello implica que al final van a reaccionar, pues que se estrellen y cuanto antes, mejor.