Sábado al medio día, ese día decidí terminar antes de trabajar, pues tenía planes de pasar por la peluquería. Salí de la oficina y tomé el autobús que me llevaría al centro de la ciudad. Normalmente debido a la congestión del tráfico en el centro, el trayecto en autobús es lento. Por lo que aprovecho la ocasión para mirar por la ventana del autobús y sencillamente distraer un poco la vista.  En esta ocasión miré a un tipo de contextura alta, cabellos largos y rojizos al igual que la barba. Además iba en pantalón de ciclista, sin camisa, en la parte de atrás de la bicicleta llevaba bolsas de viaje, sobre las bolsas un neumático de repuesto para la bicicleta. Yo, en los últimos meses estaba practicando intensivamente ciclismo, por lo cual me llamó inmediatamente la atención.  Pensé: “Si este hombre va preparado con bolsas y neumático de repuesto, seguramente debe estar haciendo un viaje largo”. El autobús siguió su ruta y yo seguí observando todo lo que se iba presentando en el camino, algunas vueltas más por las calles del centro y pronto llegaría a mi punto de descenso.

Estuve en la peluquería 2 horas, salí dispuesta a tomar el autobús que me llevara directo a casa, el hambre me acosaba y quería tener la tarde libre para descansar. Sorpresa la mía, cuando saliendo de la peluquería vuelvo a ver al ciclista. Al parecer estaba buscando un hotel donde alojarse. Por la apariencia, era evidente que se trataba de un extranjero, seguramente otro de esos gringos que se cansan de su buena vida y se deciden a ir por el mundo gastando su dinero. Eso solo les pasa a los gringos, porque a nosotros nos toca esforzarnos para conseguir un trabajo y luego trabajar duro para conservarlo.

Cuando llegué a casa, mamá había preparado un rico sancocho de gallina con carne salada. Almorcé y con mis hermanas menores, me disponía a pasar una tarde tranquila y relajada.  La vida seguía un curso sencillo, sin muchos lujos, pero mejorando respecto a condiciones pasadas. Pero en términos generales, puedo decir que estaba pasando por un buen momento. Dentro de mí sabía que quería algo más, pero no quería torear demasiado al destino con inconformidades y conductas malagradecidas, pero de vez en cuando aprovechada cualquier estrella fugaz, para pedir un deseo, segura de que algo debía cambiar para mejor.

Esa tarde me llama la mamá de José Raúl, me pide el favor que vaya a explicarle matemáticas al muchacho, tiene un examen la semana siguiente y no se siente preparado. José Raúl era el único de mis alumnos al cual le seguía dando clases después de graduarme; precisamente, porque también fue el único que en los tiempos más difíciles siempre me llamó para que le dictara clases y con ello me prestaba una gran ayuda. En muchas ocasiones fue mi única fuente de ingresos. Muy a pesar de mis deseos de descansar, me preparé para ir a cumplir con un deber moral.

Tomé nuevamente el autobús que me llevaría a la casa de mi alumno, y faltando pocos metros para llegar, por la ventana veo nuevamente al ciclista, en esta ocasión estaba sin bicicleta, vestido formalmente  y justo caminaba por una de las zonas más calientes de la ciudad. No soporté la curiosidad e impulsivamente decidí bajarme en ese lugar, corrí detrás de él, y de pronto me vi a mi misma preguntándole: ¿Señor, usted es el de la bicicleta? El tipo de 1,86m de altura me mira de reojo, con desconfianza, trata inmediatamente de cortar cualquier comunicación con la desconocida. Empieza a caminar más rápido. Pero yo estaba decidida a averiguar, ¡cuáles eran las intenciones del gringo! Aligeré el paso también y le insistí en la pregunta… finalmente dijo de manera cortante: Sí. Entonces, como una ráfaga le lancé la siguiente pregunta: ¿Y qué anda buscando? ¡Pobre gringo! Su desconfianza aumentó, pero también notó que yo insistiría hasta obtener respuesta, por lo cual se decidió y me dijo en un español bien claro: Soy un esloveno que estoy dando la vuelta al mundo en bicicleta y que escribo para una revista italiana acerca de las aventuras que vivo en mis viajes. Lo que imaginé, un tipo aburrido de su vida y de su mundo y tiene que ir a buscar en otras partes lo que no encuentra en su país. Pero guardándome cualquier comentario despectivo, traté de averiguar más. Cúcuta es una ciudad de frontera, turísticamente no tiene mucho que mostrar, los que nacimos allí, la amamos porque a pesar de todo se vive bien. Pero la ciudad vive mucho en la informalidad y de los vaivenes de las relaciones bilaterales entre Colombia y Venezuela. Partiendo de esto, no me quedaba claro, ¡que carajos estaba buscando ese gringo en Cúcuta!

Esto ocurrió justo en la esquina de la avenida 8 con calle 6. ¡Vaya lugar que escogió el aventurero para pasear!  Así que traté de advertirle, que esa parte del centro es algo peligrosa y que el, muy a su pesar, no puede ocultar que es un extranjero, lo mejor es que se cuide y no se exponga mucho. Y como es mi costumbre, le pregunté directamente, que estaba haciendo en esa zona. Me dijo que muy cerca había encontrado una habitación para pasar la el fin de semana y que ahora se disponía a ir al mercado a comprar algo de fruta para comer. Me imagino el lujo de habitación que alquiló… precisamente la zona donde se alquilan habitaciones de paso por horas. Este gringo definitivamente no sabía dónde se había metido. Pero al parecer, él confiaba mucho en su capacidad de defenderse. Lo invité a tomar una bebida al mercando donde se dirigía a comprar las frutas, de paso le podía ayudar a escoger buena fruta.

Continuará…