Continuación
…Este gringo definitivamente no sabía dónde se había metido. Pero al parecer, Él confiaba mucho en su capacidad de defenderse. Lo invité a tomar una bebida al mercando donde se dirigía a comprar las frutas, de paso le podía ayudar a escoger buena fruta.
Durante la bebida, me explicó algo más acerca de su viaje. Me comentó que lo había iniciado hace 10 meses en Santiago de Chile y que hasta la fecha ya había recorrido todos los países de Suramérica. Decidió venir a Cúcuta, porque era el paso más conocido para Venezuela. No quería dejar por fuera de su viaje a Venezuela. Pero como dentro de su programa de viaje, siempre ha descansado los domingos; los sábados siempre busca un lugar para pasar el fin de semana, y en esta ocasión le correspondió a Cúcuta. Tiene claro que todos los libros de turismo dicen que Cúcuta no tiene nada especial y que puede resultar algo peligrosa. Me sentí algo dolida, pero era la verdad.
Siempre me ha gustado leer periódico y las noticias internacionales siempre me han interesado, por lo cual estaba al corriente que Eslovenia era un país que no tenía mucho tiempo de existir como república, pero que antes era parte de Yugoslavia. Se separó relativamente en forma pacífica de Yugoslavia en el año 1991. Aquí debo aclarar, que al momento de este relato corre el mes de septiembre de 1998. Y para mi sorpresa, el hombre resultó ser esloveno. Pero su sorpresa fue mayor cuando notó que yo fui de las pocas personas que había encontrado en el viaje, que sabía de la existencia de Eslovenia como país y de parte de su historia. La mayoría de las personas confundía a Eslovenia con algún lugar perdido en la inmensidad de Rusia.
Después de tanta curiosidad, había que dejar también espacio para otras formalidades que mandan las buenas maneras. Hasta el momento se me había pasado preguntarle el nombre al gringo. Me dijo que se llamaba Renato. Inmediatamente le dije que tenía un nombre muy latino para ser eslavo. Me explicó que vivía justo en la zona eslovena que tiene frontera con Italia, por lo cual sus padres le colocaron ese nombre, que no es muy común para los eslovenos. ¡Entendido Renato!
Era evidente que Renato estaba haciendo su viaje de una manera dura y llena de entrega, era evidente que de alguna manera se estaba autocastigando. Eso me provocó algo de compasión y decidí brindarle ayuda y apoyo el fin de semana que pasaría en Cúcuta. Inmediatamente se me hizo fácil invitarle a cenar a casa de mi familia. Renato con mucha desconfianza aceptó. Pero estoy segura que no fue precisamente porque le interesara la compañía, sino porque ello implicaba que tendría comida casera gratis. También debo aclarar que la zona donde yo vivía no era precisamente ni la más prestigiosa ni la más segura de la ciudad. Pero las intenciones eran buenas y el corazón sincero.
No tenía ninguna intención con Renato, a excepción de un interés sincero de saber de su viaje, sus aventuras, sus motivos, de saber cómo era la vida allá en Europa y por supuesto de gozar el champú de conocer a un extranjero. En aquella época, las probabilidades de tener conocidos en el extranjero eran bajas.
Cuando mis hermanas me vieron llegar con el invitado, se quedaron en primera. ¿Qué tipo de amigos tenía? Un tipo barbudo y casi rojo. Les expliqué lo poco que sabía de él, pero no las convenció. De todas maneras prepararon la cena para él. Yo estaba entusiasmada con el visitante, tanto así que le recomendé que lo mejor que podía hacer, era salirse de esa habitación que había reservado y que mi mamá sin inconveniente le permite dormir en nuestra casa. Por supuesto no aceptó. Renato no estaba acostumbrado a tratar con gente tan generosa y amplia con un desconocido. Entonces le sugerí que al día siguiente podría mostrarle la zona, para que no pasara solo el domingo. Normalmente acostumbraba a ir en bicicleta a las afueras de la ciudad, si quería podíamos ir juntos. Pero eso sí, temprano, porque luego que empiece a calentar el sol, no es nada agradable ir en bicicleta a 35°C. Aceptó y dijo que pasaría por mí. Yo lo esperaba a las 7 a.m. Llegó a las 10 a.m. Para mí ya no tenía sentido salir a esa hora, pero, hice el esfuerzo por tratarse de una visita.
Al final del domingo, regresábamos del paseo en bicicleta. En la noche me dijo que le indicara donde quedaba una iglesia, que deseaba ir a misa. Como buena anfitriona me ofrecí a acompañarlo y le sugerí ir a la catedral. Luego le insistí que sin ningún compromiso podía pasar la noche en la casa de mi madre. Y que perfectamente después del desayuno, podría seguir su camino para Venezuela. Aceptó.
Los planes de Renato para la siguiente parte del viaje eran: ir a Venezuela y después de tres semanas de viaje por Venezuela ingresar nuevamente a Colombia por la zona de Maicao. Y allí recorrería la costa Caribe colombiana hasta el Golfo de Urabá, donde pensaba pasar luego a Panamá.
Renato me pregunta si me puede contactar cuando regrese a Colombia, de pronto me interesaba viajar a la costa Caribe con él. Me pareció muy interesante la propuesta. Siempre me han gustado los retos y las aventuras. Así que la idea me quedo sonando. Además era una grandiosa oportunidad para vivir la experiencia de los extranjeros, que se toman un tiempo sabático para disfrutar de la vida a la manera que ellos consideran conveniente. Le comenté que tenía un trabajo de gran responsabilidad y que por mi parte hay interés, pero que debo hablar con el gerente de la empresa donde trabajo y tratar de gestionar un permiso para 2 semanas de vacaciones.
Así las cosas, yo me fui muy temprano a trabajar y Renato se quedó en la casa de mi madre bajo la atención de mi familia. Cuando regresé a mediodía, ya se había marchado. Y la vida siguió su curso normal. Yo era más rica en una nueva historia para contarle a amigos, familiares y conocidos.