Con los rumores sobre el mal momento para los accionistas de Ecopetrol, el presidente de la petrolera estatal Juan Carlos Echeverry compró $40 millones en acciones de la empresa, para enviar un mensaje de confianza y aliento al mercado”.

Con esa entrada, y bajo el título “Echeverry quiere dar confianza”, el diario La República estampó en una nota breve el gesto de un funcionario que con platica de su bolsillo quiso avalar el funcionamiento adecuado de la empresa que gerencia y contrariar los malos vientos y las tóxicas señales del sector.

No sé si eso esté bien o este mal, porque no suelo moverme en el rigor carcelario de las dicotomías. Rescato, eso sí, que este hombre público –que en la misma semana, y en rueda de prensa con otros colegas, puso el espejo retrovisor para explicar el escándalo de Reficar, y segmentar las responsabilidades entre los pirómanos (Uribe) y los bomberos (Santos)— acometiera el rescate de un bien perdido: la confianza.

¿Dije “bien”? Es más que eso: valor, fundamento, quintaesencia, cimiento, pegamento… La confianza es condición de vida y sostenibilidad en un gobierno, una sociedad, una relación (¿se imaginan el amor y el sexo sin confianza?).

Pues bien, esa confianza esencial y férrea está extraviada en el mundo. En la separata de The Economist, que circuló con El Tiempo, y que miraba desde diferentes perspectivas “El mundo en el 2016”, me impresionó un artículo de Richard Edelman titulado “Una crisis de confianza”.

Gobiernos en la mira

Mencionemos, en primer lugar y antes de pasar a la desconfianza, que es en realidad nuestro tema, que Edelman no es ningún pintado en la pared. Tiene 61 años. Nacido en Chicago (Illinois, USA), es presidente y CEO de una empresa que nomina con su apellido dedicada a las comunicaciones y el marketing. Edelman es considerado uno de los 25 más importantes expertos mundiales en Confianza Corporativa (tiene un interesante blog y pueden conocer más acerca de él en http://www.edelman.com/people/richard-edelman/).

Sin confianza, las instituciones no funcionan, las sociedades fallan y la gente pierde fe en sus líderes”. Con ese golpe en la puerta de las conciencias Edelman inicia su reflexión a la que enseguida revuelve los resultados de un insumo de su propiedad (El Barómetro de Confianza de Edelman), en el que registra que en los últimos 15 años, la mitad de los países encuestados ha caído en la categoría de “desconfiados”.

Esa realidad corre pareja con el fracaso de instituciones claves en proporcionar respuestas o liderazgos a determinados acontecimientos. ¿Cuáles? La crisis de los refugiados, la recesión del mercado de valores de China, la invasión de Ucrania, el manejo del virus del ébola, el escándalo por sobornos en la FIFA, la manipulación de emisiones de Volkswagen, la corrupción en Petrobras y la manipulación del tipo de cambio desde las juntas directivas y las bóvedas de los principales bancos del mundo.

Gobiernos y empresarios están en el centro de ese vórtice penoso. El gobierno, los gobiernos, son la institución menos confiable. Y tal vez, como se puede explicar con el auge del candidato Bernie Sanders entre los jóvenes de los Estados Unidos, la gente quiere más Estado y más gobierno, pero de verdad. Especialmente frente a las empresas, y sobre todo en cuanto a servicios financieros, energía y alimentos.

Terminemos mencionando que la tecnología, el nuevo Dios, aunque sigue siendo el sector más confiable está ahora erosionado por la reticencia del público a comprar productos elaborados en condiciones sociales de explotación (trabajo infantil, expoliación de mujeres) o con evidente deterioro del medioambiente.

(Para Edelman, otro de los actores sociales que tiene que ponerse las pilas es el sector que conforman los medios de comunicación, pues van a ver un descenso en su papel central como fuente creíble…”)

Por acá no escampa

Los colombianos necesitamos imágenes de confianza, comunicación de confianza, por parte de los agentes gubernamentales que hacen parte de un evento tan significativo (no, no voy a decir “histórico”, porque a esa pobre palabra el uso indiscriminado la tiene viviendo en la calle), como es un Acuerdo de Paz con la guerrilla de las Farc.

El buen acto pecuniario de Echeverry es pincelada frente a la enorme mancha de desconfianza que crean otras acciones gubernamentales (no de este o aquel gobierno: gubernamentales). Encabeza Reficar, por supuesto, porque eso de comparar el fraude con el costo del nuevo Canal de Panamá y el Metro de Medellín indigna a cualquiera, creería uno que aún a los colombianos, a quienes nos cuesta tanto conjugar el verbo “indignarse”. Y mucho más hacer que el verbo sea acción…

Produce enorme desconfianza, y erosiona la credibilidad institucional, salir a culpar a las grandes superficies por el costo de los alimentos, y después del zaperoco ir a reunirse con los representantes gremiales de los comerciantes para que expliquen cómo es el asunto.

Y por supuesto, aunque sea mirado como un acto por lo menos sensato, echar atrás la tabla de los impuestos de vehículos, después de una defensa acalorada y continua de su acertada elaboración, genera una enorme desconfianza en el manejo del sector.

Ojalá los colombianos dejemos de presenciar esta seguidilla de sucesos aciagos, en que la mezcolanza de mala gerencia, precipitación e improvisación le quitan otro pivote a la confianza que debe sostener las acciones gubernamentales.

Porque con los vientos huracanados de la economía y el clima enrevesado no puede haber peor engendro que afianzarnos como un país de desconfiados. Y es que la confianza es una acción que no se compra ni se vende, Echeverry.

 

www.carlosgustavoalvarez.com

@cgalvarezg

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