Es una fortuna que los adultos hayamos recuperado la maravilla de colorear.
Porque, como con tantas otras actividades que propiciaron nuestra dicha cuando éramos niños, de colorear también nos olvidamos. Nunca más dejar viajar por una página en blanco la línea del color que iba creando mundos, horadando el mar de la nada y llenando de azul, aquí, de rojo, allá, de amarillo, más allá, los horizontes de la imaginación.
Nunca más acudir a los libros que traían las figuras sólo constituidas por sus líneas esenciales, ansiosas y expectantes de que nuestras manos les llevaran el color a sus detalles, y, ¡ay!, les diéramos la vida, porque el ser humano tiene el don del Creador.
La vida fue llegando con sus afanes, con el opaco artificio de las apariencias, y colorear quedó en el pasado del barquito, del avión de papel, de la travesura. Nos ajustamos la máscara de la adultez y el disfraz de la seriedad cubrió al niño que éramos, que somos, y que se quedó mirándonos desde un manojo de globos multicolores que se lo llevaron para siempre.
Pero es reciente y bendito, claro, en la cultura occidental, recuperar el arte de colorear. ¡Que los adultos vuelvan a colorear! Cuántas personas, aupadas por el llamado de la arte terapia, por la opción de volver a mirarse con los ojos del niño, pero para escapar del agobio de la vida astringente de nuestros días, han vuelto a colorear. Cómo se ha popularizado la edición y la compra de las Mándalas (o mandalas), representaciones simbólicas espirituales y rituales del cosmos, practicadas por el hinduismo y el budismo.
Y cómo es de grato registrar la edición hermosa de “Orquídeas del perdón” (50 ilustraciones para colorear y sanar el alma). Es un libro de Andrés Felipe Ossa Quintero y Viviana Patricia Puentes Fuentes, con ilustraciones de Natalia Rojas Castro, 120 páginas amorosamente editadas por Ediciones B, impresas
“Orquídeas del Perdón” es un universo que se ordena y tiene como base el poder de las orquídeas, las especies botánicas más antiguas y variadas que existen. La palabra “Orqui” viene del griego. Significa “testículos”, y la relación que establecieron los antiguos tiene que ver con los poderes afrodisíacos adjudicados a la flor. Pero también porque la forma de sus tubérculos subterráneos tiene parecido con lo mencionado.
Teofrasto, discípulo de Aristóteles y padre de la Botánica y la Ecología, las bautizó como “Orquídeas”. Se estima en 35.000 las especies que de ella existen en el planeta. Son 50 de ellas las que están en las páginas impares del libro, a la espera del color. En la página par que les hace compañía hay una frase. Tiene que ver con el perdón. Tan necesario, tan sanador, tan difícil de convertir en un acto sincero, como el cultivo de las orquídeas.
Entre las instrucciones para bucear en este universo, se encuentran estas… Elija una frase… (sí, sobre el perdón). Y tome el color para sumergirse en las orquídeas como si lo propulsara el aleteo de un pez. Coloree en el sentido contrario al de las manecillas del reloj. Porque contribuye a su proceso de sanación y activa sus dos hemisferios. Y obsérvese a sí mismo. Mindfulness…
“Cada orquídea está pensada para que cuando sea pintada, se diluyan en ella sentimientos como dolores pasados o antiguos rencores”.
Es grato este libro “Orquídeas del perdón”. Por las orquídeas. Por el perdón. Gracias a Viviana, a Natalia, a Andrés Felipe. Tiene, eso sí, una advertencia: “El uso frecuente de este libro puede causar armonía y paz interior”. ¡Cómo las necesitamos!