Escribo esta nota unas horas antes de que se precipite sobre el mundo una lluvia de besos. Afectuosos besos entre madres y padres e hijos. Dulces besos que se posan en las mejillas de amigos y amigas y que ojalá se refrenden con un abrazo cálido. Besos leves o apasionados de parejas, que ojalá tengan el sello del amor.
Besos, en fin, para celebrar el Día Internacional del Beso, que comienza mañana 13 de abril, si usted lee estas palabras antes. Que son estas 24 horas, si usted repasa el blog el mismo día. O que fue, si quien se acerca a esta nota –atraído por el título del bolero que compuso en 1940 la mexicana Consuelito Velásquez, y que han grabado desde Los Beatles hasta Soda Stéreo–, ya va por el 14 o más allá.
No es tan famoso este día, ni tan publicitado y florido como San Valentín. Va simplemente haciendo la marcha cada 13 de abril, una fecha que surgió para radicar el que es conocido como el beso más largo de la historia, que duró la bobadita de 58 horas, 35 minutos y 58 segundos, y que no nos digamos mentiras debió regirse por un argumento de competencia, ya que perdió la gracia mucho antes de completar los dos días, pues el beso, como todo en la vida, tiene parte de su encanto en una duración apropiada.
En términos de fisiología, el beso apasionado que comienza en un viaje de mutuo descubrimiento de los labios, y que para efectos de nomenclatura denominaremos el “beso beso”, es pura cuestión de nervios. Más exactamente, de terminales nerviosas. Señala la reseña de Wikipedia que “el contacto labial involucra la acción nerviosa relacionada con la estimulación erógena en la que intervienen cinco nervios craneales, utilizados para la identificación y reconocimientos de los elementos ambientales. Los impulsos eléctricos producidos por la acción neuronal derivan en sensaciones originadas en los focos táctiles de la piel labial, la zona supralabial y la lengua, señales decodificadas en el cerebro. El contacto labial propicia la estimulación nerviosa y la respuesta cerebral a la liberación de oxitocina, dopamina y adrenalina en el torrente sanguíneo, lo que genera una gran cantidad de efectos físicos…”
No hay, por supuesto, más literatura desde médica hasta histórica que sobre besos, pero quien quiera adentrarse en el tema ojalá tenga toda la vida. En una página que encontré refieren que la datación más antigua de los besos, corresponde al año 2500 antes del Cristo. El historiador griego Plutarco asegura que las personas comenzaron a besarse y abrazarse por una ley que propagaron los romanos. El objetivo era prohibir a las mujeres que bebieran vino, y cada día sus cónyuges sobrevolaban sus alientos para sorprender el bouquet. Todo parece indicar que el asunto no funcionó, tal vez porque existían antepasados del chicle o porque el varón tenía su propia carga de aroma: la comunión de alientos confundía las responsabilidades. El origen del beso sería etílico, pues la prueba de fuego determinó que además del olfato, debían patrullarse los labios sospechosos.
El arte ha registrado los besos desde sus comienzos, tanto del arte como de los besos. Para hablar de siglos recientes, si así podemos denominarlos, digamos que la pintura tiene imágenes de bellos besos, besos besos, entre hombres y mujeres, mujeres y hombres. Hay besos francamente deliciosos en las obras de Henry Toulouse Lautrec, Rom Hicks, Gustav Klimt, Gericault, Picasso, los besantes entrapados de Magritte, entre muchos otros, y “El beso” que Francesco Hayez nos regaló en 1859, la inolvidable y seductora escena de una pareja medieval al borde de una escalera, la cual acompaña esta nota como abrebocas del día.
Besos en el cine, ni se diga, de todo tipo, de todas las condiciones y en todas las posiciones. No todos vienen sellados por los labios maravillosos de Marilyn Monroe, pero la gama es extensa desde “Lo que el viento se llevó” pasando por delicadezas de angustia como el beso que se dieron Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, antes de que hundiera el Titanic, y que para efectos de balance vino a ser como el último beso. Y ni qué decir de los besos lindos de los dibujos animados como el que se estamparon al final de un fideo “La dama y el vagabundo”.
El beso es un asunto de bolero o viceversa. “Bésame mucho” reúne todo el drama de la despedida, pues no hay beso que tenga una necesidad imperiosa de infinito como aquel que se da a la persona que no vamos a volver a ver. Es una composición inmortal de Consuelito Velásquez, que no necesitó más para esculpirse en la historia. Ha sido utilizada en más bandas sonoras que “Por una cabeza”, algunas de cuyas notas bailó Obama con gracia y donaire. La ha grabado tanta gente, y de tantas formas, pero la canción es tan bella, que puede sobrevivir incólume a un mal cantante y a un peor arreglo. Hay otros boleros inolvidables apuntalados como memoria musical del beso: “Besos de fuego” (Carmen Delia Dipiní), “En un beso la vida” (Orlando Contreras) y esa joya más bien reciente y contemporánea que se llama “Besos usados”, que a mí me gusta en las voces de Andrés Cepeda y de Marbelle.
Se besa el anillo del Papa. Se besan los rusos para saludarse. Un marinero besó a una enfermera desconocida en Times Square el 14 de agosto de 1945, y esa imagen se inmortalizó no sólo como el final de la Segunda Guerra Mundial sino como el principio de la euforia norteamericana. Está esa zarzuela gloriosa que se llama “La Leyenda del Beso” y no se olvida “El beso de Judas”, que cada día es más frecuente y sin embargo, menos esperado. Existe el beso robado que tiene su día el 18 de noviembre, los labios tienen memoria y está comprobado que besar con gusto da más salud que visitar una EPS. Con un beso despertó El Príncipe a “La Bella Durmiente”, y yo solo quiero con esta nota que el Día Internacional del Beso se celebre besando, ojalá con el amor que hace inolvidable el beso.