El Primero de Mayo se cumplieron cinco años de un extraño pero jubiloso Día del Trabajo en los Estados Unidos. El presidente Barack Obama anunció en la noche la conclusión de la llamada “Operación Gerónimo”, que los soldados de la Navy Seal habían comenzado desde la una de la mañana del día siguiente en Pakistán y que 40 minutos después terminó con la muerte de Osama bin Laden, erigido a la categoría de enemigo No. 1 del mundo, y de otros miembros de su familia.

Más que la aparición del presidente en las pantallas, ese momento quedó detenido gracias a una foto en la que Obama, miembros de su gabinete y mandos militares, siguen la gesta desde la Casa Blanca. El registro no pasaría de ser la memoria de un procedimiento, si no fuera por la expresión de la hoy candidata demócrata y para muchos futura presidenta (así) de los Estados Unidos. Hillary Clinton se tapa la boca con su mano derecha, solo como cuando uno presencia algo asombroso o algo aterrador o algo que sea ambas cosas.

Del primer lustro de la muerte de quien con el grupo Al Qaeda, y prácticamente toda persona de apariencia y origen musulmán, fueron declarados culpables de derribar las Torres Gemelas en Nueva York, en el llamado 11S de 2001 (que también cumplirá, 15 años), se dijo muy poco. Casi nada. Los Navy Seal –que después vendieron sus versiones del asunto, incluso para la película “La noche más oscura”— iban con la misión que cumplieron: matar al terrorista mayor. Nada de detenerlo. Nada de llevarlo a los Estados Unidos. Su cadáver fue tirado al océano como un despojo maldito, para que lo pudriera la sal y lo depredaran las criaturas marinas. Nada de autopsias. Nada de recuerdos.

Y sin embargo, por estos días, ha vuelto a circular por Internet –rápido y multiplicado—  el video que plantea “la verdad oculta” sobre el atentado a las Torres Gemelas. Y de compra en la Panamericana me he encontrado por 12 mil pesos el libro “11S”, del alemán Mathias Brockers, solo uno de los cuales fundamenta que las cosas no pasaron como creímos que pasaron.

Tiene que ver con la capacidad de influir sobre nuestras percepciones e incluso, de la forma cómo asumimos la realidad y obramos sobre ella comportamientos colectivos. Tiene que ver con las Teorías de la Conspiración, que parecían ser propiedad de Daniel Estulín y del “Club Bilderberg”. Tiene que ver con el poder de reacción que genera en nosotros la invocación del patriotismo. Tiene que ver con la maldad. Y en fin, tiene que ver con tantas cosas, que este breve espacio es solo un aliciente para dudar.

Quienes llevan la contraria sobre la forma como pasó la desgracia del 11S –que todos recordamos de una forma luctuosa, y que por lo menos, yo, considero la escena visual más conmovedora de mi vida-, comienzan a juntar sucesos desconocidos. O por lo menos, no dominados inmediatamente por el público, que tampoco tenía por qué hacerlo. El más sobresaliente de los cuales es que esas torres eran una fortaleza invulnerable, hechas para no caerse ni con el golpe ni con el estallido de un avión Boeing. Eso derrumbaría la explicación púber que la gasolina ardiente derritió la estructura.

“La verdad oculta” es que esas torres, la 1 y la 2, solo podían caerse como se cayeron aplicando el método de las demoliciones. Ese derrumbe de castillo de naipes, dicen, solo fue posible porque se hizo explotar sus bases, como parte de un plan preciosamente concebido. Así colapsó también el llamado edificio 7.

Hay muchas más realidades ocultas. Los negocios de la familia Bush con la familia bin Laden. La enorme familiaridad de Osama con los servicios secretos de los Estados Unidos. Los intereses petroleros y económicos en Afganistán e Irán. Los misterios del avión que supuestamente iba a embestir contra el Pentágono. El conocimiento que el gobierno tenía de los atentados. Mucho cabo suelto… Y también que, hasta esa madrugada en Abbottabad, al norte de Pakistán, explican los de “la verdad oculta”, existían señalamientos contra Osama y Al Qaeda, pero pruebas, “prácticamente ninguna”.

Hay mucho del asunto en la red. También el libro mencionado y otros como el de Thierry Meyssan (La gran impostura) y el del profesor David Day Griffin (Desenmascarando el 11S). La primera reacción es la de “No te lo puedo creer”. No confíen en esa.

“Quien genera caos quiere ejercer control; quien provoca miedo quiere vender seguridad”, escribe Mathias Brocker.

No estoy hablando de Colombia.

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