La delgadez extrema, buscada y obsesiva, que sucumbe bajo la tiranía de enfermedades como la anorexia y la bulimia, afecta al 5,6% de los jóvenes del mundo, que además encuentran en las páginas de internet un tutorial de muerte sobre los alimentos, muchas veces llevados por ese gran hermano que es la hegemonía de los grupos sociales en la vida de los individuos.

Desde la aparición del fuego como germen y precursor de los alimentos asados y cocidos, y acicate de una transformación radical en su forma de vida, el ser humano había tenido una relación de relativa indiferencia con la comida.

Pero esta se acabó cuando alimentarse e ingerir bebidas se convirtieron en un galimatías, un verdadero ejercicio de números aplicados a las calorías, catarata de información contradictoria y variante regida por modas y temporadas, y de amenazas de catástrofe en el bienestar, aupadas por tres jinetes del apocalipsis: la sal, el azúcar y las grasas.

Es solo una de las paradojas en que se ha convertido el acto de comer. Y el gusto de beber. Porque hay otras más dolientes. Mientras atravesamos el desierto de ideas de cómo alimentar a 9.000 millones de personas en el 2050, una de cada nueve personas sufre de hambre en el mundo (795 millones, contando las subalimentadas o las que comen césped en Daraya – Siria). 

Y aunque uno no tenga que viajar a lugares remotos, sino que simplemente se estacione en una calle de Venezuela a escuchar a la gente repetir “tengo hambre”, es una afrenta saber que la mitad de la comida que se desperdicia en el mundo serviría para alimentar a 1.000 millones de personas y permitiría erradicar la desnutrición.

Y está el asunto de la obesidad…

Un problema gordo

Que empresas como Postobón, Pepsico, Coca-Cola, Coca-Cola Femsa, Bavaria, RedBull, AJE y Monster Energy hayan acordado restringir el consumo de bebidas azucaradas en Colombia puede tener un fondo de neutralización tributaria, pero es una excelente noticia.

Tiene como objetivo proteger a los niños contra el azote de la obesidad y el gusto obsesivo por el azúcar, y salvaguardar al sistema de salud de unos costos que lo tienen sobreaguando, con mucho riesgo de naufragio. Pero se avanza en políticas públicas de salud cuando el compromiso se extiende a “implementar un rotulado frontal en las bebidas para dar mayor información al consumidor, no dirigir publicidad a niños menores de 12 años, promover los estilos de vida activos y saludables, innovar y ampliar el portafolio y no comercializar bebidas azucaradas en colegios y escuelas del país”.

El pacto debería involucrar, también, un esfuerzo del gobierno por sanear o construir acueductos y llevar el agua potable a la población de los municipios en casi todo el país, a cuyos habitantes les resulta más saludable tomar gaseosa que agua de una llave que no existe o de la que sale un líquido que es excrecencia de cañería. La mayor parte de las empresas firmantes del pacto mencionado son hoy las productoras de esa salvación pero a la vez absurdo de los sistemas públicos de acueductos y salud, que es el agua envasada, cuyas botellitas son un agente mortífero para el planeta.

Pero hay que atender a la obesidad, esa pandemia… Datos retrasados de la Organización Mundial de la Salud – OMS, fechados en enero de 2015, señalan que:

En Colombia, el 17,5 % de los jóvenes entre 5 y 17 años sufren de sobrepeso. Y por eso es mejor actuar al respecto, aunque en uno de esos bamboleos de las informaciones y los estudios, The Journal of Medical Association acaba de descubrir, parafraseando a Pambelé, que es mejor ser gordo que ser flaco.

Pero eso también es un problema de salud pública, como la obesidad. La delgadez extrema, buscada y obsesiva, que sucumbe bajo la tiranía de trastornos como la anorexia y la bulimia, afecta al 5,6% de los jóvenes del mundo, que además encuentran en las páginas de internet un tutorial de muerte sobre los alimentos, muchas veces llevados por ese gran hermano que es la hegemonía de los grupos sociales en la vida de los individuos.

¿Qué hacer?

No hay que esperar a que el reporte de un examen de laboratorio desate un huracán de advertencias sobre los niveles de glucosa y colesterol, y caiga sobre nuestras alegres vidas un aguacero de restricciones que nos acerque a la condición herbívora.

Es importante estar atentos a lo que comemos, especialmente en esas cantidades mastodónticas que caracterizan nuestros “corrientazos” y las emblemáticas comidas típicas. Sin volvernos anacoretas, pero eso sí, considerando, como señala otra información reciente, que aunque se someta a dietas de espanto, el cuerpo tiene su propia memoria y recupera lo que se le ha quitado.

Hay que volver el asunto una política de salud pública. Que tenga como recurso principal la información socializada y masiva por los medios de comunicación, sobre los riesgos de abusar de la comida o de los tres jinetes. La comida procesada, por ejemplo, aporta el 75% de la sal que ingerimos, y este factor dispara los peligros de hipertensión y daños en las arterias.

Las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte en el mundo y le pasan una costosa factura a los sistemas de salud. La cifra ronda los 863 mil millones de dólares, y aumentará en un 30% más o menos para hombres y mujeres, si no se toman medidas agresivas y rápidas. Pero como se explicaba antes, el asunto no es solo de voluntad y albedrío. Es preciso, como señalan la Asociación Americana del Corazón y la Federación Mundial del Corazón,  establecer políticas públicas sobre la reducción de sodio en los alimentos envasados, y que la mano de las cargas fiscales se extienda al precio de los alimentos ricos en grasas saturadas y “trans”, así como el azúcar.

Es importante que la gente aprenda a ver y comprender los llamados “factores de nutrición” que vienen en los envases y empaques. Pero sobre el asunto no se profundiza. Y no se informa masivamente. Sugeriría que en los puestos de pago de grandes supermercados y superficies, donde la fila es obligatoria y casi siempre demorada por esos batiburrillos que se han vuelto las cajas, se fijaran carteles o se instalaran pantallas informativas sobre el valor y los factores de nutrición de los alimentos. Y no sobra que el gobierno aporte haciendo que los alimentos integrales y orgánicos no sean como la compra del derecho a evadir el pico y placa: para los ricos.

Por último, y ya que estamos tan colaboradores y por aquello de la responsabilidad social y empresarial, ¿no será que la ANDI anima a quienes salan sus alimentos y los saturan de grasa a que se sumen a la cruzada que ya iniciaron los azucarados?

LECTURA RECOMENDADA

 

PREGUNTAS SIN SAZÓN…

  1. ¿Usted prueba los alimentos o automáticamente les pone sal o dulce?
  2. ¿Se fija en los factores de nutrición? ¿Los entiende?
  3. ¿Cuándo se hizo los últimos exámenes de laboratorio? ¿Conoce el estado actual de su glucosa, de su colesterol? ¿Cuándo fue la última vez que se pesó?
  4. ¿Cocina en su casa o no tiene tiempo para hacerlo ni para lavar la loza y por eso pide a domicilio o sale a comer? ¿Come mucho alimento procesado?
  5. ¿Cree usted que el gobierno colombiano y el Ministerio de Salud cumplen con los alimentos una verdadera política de salud pública?
  6. ¿Hace ejercicio?
  7. ¿Qué le gustaría saber o preguntar?

 

ESPERE EL JUEVES 9 DE JUNIO:

¡A la paz hay que meterle pueblo!

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