A ese punto hemos llegado. Nadie le pone atención a nadie.
Quienes deban dirigirse a un auditorio grande o pequeño van a tener que hacer verdaderas maravillas –una mezcla de excelencia en los temas, carácter y fascinación en la forma cómo se presenten— para capturar la atención perdida.
Reflexionaba sobre el asunto durante la apertura del Congreso 18 de Andesco, en Cartagena, y mientras Germán Arce Zapata, Ministro de Minas y Energía, conferenciaba ante un auditorio disperso que no le paraba bolas. Estaban en lo que suelen estar ahora las audiencias: consultando el celular, trabajando en el portátil, socializando y esperando con impaciencia y curiosidad la aparición del Presidente de la República Juan Manuel Santos.
Y yo quería poner en ese funcionario amable, que en realidad recitaba cifras sin encanto (igual le pasó al presidente Santos, por no aplicar que no hay nada que encante más que las historias humanas en medio de cualquier mensaje), una actitud de carácter para que se hubiera quedado callado un momento y transmitiera con su silencio a los asistentes la vergüenza de ese irrespeto o parara el asunto con un colofón de este tipo: “terminen de hacer sus cosas y entonces yo comienzo mi cuento sobre que apagar paga”.
A ese punto hemos llegado. Nadie le pone atención a nadie. Hace unos días, El Tiempo reflexionaba sobre lo que está pasando en las universidades y colegios, donde dictar clase se está convirtiendo en un acto de heroísmo. Los alumnos viven metidos en sus celulares y absortos en ellos están dejando a sus profesores como verdaderas figuras decorativas. Eso, agravado por el auge de la mala educación y la carencia de autoridad, pues las instituciones viven hoy con pánico a llamarle la atención a un alumno y mucho más a sancionarlo, pues las represalias de estos y de sus padres son para pagar escondederos a pesos.
No muy lejos de eso están los comités y hasta las Junta Directivas, donde la guachafita causada por los factores mencionados se toma, incluso, los niveles directivos. Consultando tendencias antes de escribir esta nota, conocí casos donde Presidentes de empresas o altos funcionarios han tenido que tomar medidas extremas, como la condición de impedir la entrada de los celulares y fijar reglas muy espartanas para el desarrollo de los encuentros, francamente irritados por el desorden de sus reuniones y la pérdida de la atención, que junto con el respeto se han ido por el mismo desagüe.
Creo que más allá de algunas disposiciones que deban tomarse con respeto al uso de los celulares (situación que no pasaría de alterar algunos procedimientos), la sociedad colombiana está sufriendo de una carencia de autoridad. En la familia, en la casa, en el colegio, en las universidades, en lo público, en el país. Las figuras que la representan, y en quienes el Nuevo Código de Policía dejan incluso decisiones salomónicas, necesitan recobrar su investidura. Tomar el control. Infundir respeto.
Mientras tanto, vamos a seguir pasando por encima de todo, especialmente de las normas de convivencia, que están en la raíz de algo tan simple como compartir la mesa con la familia o escuchar a un ministro desgañitándose por contarnos cuán preparada está Colombia para sobrevivir a un apagón. Ojalá. Porque el de las personas atentas ya es un hecho.