La frase con la que encabezo esta nota ha tenido un devenir maldito. Gracias a que uno que otro cafre investido de un poder prestado ha querido ejercerlo pretendiéndose distinto e intocable, especialmente a la hora en que cae sobre él el peso de la autoridad. Cada vez que un hombre o una mujer de estratos y procedencias diversas se montan en esta película, les cae un baldado de ira mezclada con burla, que así es como reaccionamos por acá.

Y aunque solo veamos la exhibición del patán o la suficiencia de la descarada que le enrostran su cargo, su chequera o su parentesco al auxiliar de Policía que los llama al orden, es mucha la gente que todos los días y de distintas formas nos están recordando quiénes son. Lo hacen, por ejemplo, con sus caravanas de escoltas, sus despliegues de desconfianza, sus atropellos al tráfico, su claro desprecio de la norma.

Pero la expresión es totalmente pertinente en otro contexto: el de un país que invisibiliza a buena parte de sus habitantes, desconoce su historia, aplana las soluciones y ejerce la memoria con displicencia y acomodo. En esas condiciones sabemos muy poco, casi nada, sobre quién es el otro, tanto el vecino como el que habita a kilómetros de distancia, no es mucho lo que nos importe y por eso preferimos ser analfabetas de la alteridad, de la otredad.

Diariamente, miles de personas le preguntan desesperadas al inmenso resto: «¿Usted no sabe quién soy yo?» Y lo hacen por una única y simple razón: ¡Porque no sabemos quiénes son! Son los desplazados, abusados, perseguidos, discriminados, silenciados todos los que buscan el reconocimiento, el justo paso por el monotemático ojo gubernamental o la entrada abrupta en la agenda de un cubrimiento periodístico que los salve de la inexistencia.

Pero ahí no para el asunto. ¿De verdad, usted, sinceramente, nunca ha sentido ganas de decirle a determinadas personas, y con el mayor respeto, como estilan ahora, “Usted no sabe quién soy yo”? ¿No ha querido decírselo a quien lo atiende en el banco, el hiperalmacén o en la compañía celular y lo trata como una bacteria, aunque usted sea un cliente de toda la vida, distinguido en el manejo de sus relaciones bancarias, en el mantenimiento de su crédito, de su cuenta celular?

¿No cree que la misma pregunta se delata en los ojos de los pensionados de salario mínimo, que son la mayoría, lacerados por abusivos descuentos que una vigente promesa prometió eliminar, por las filas para cobrar sus mesadas? Los Adultos Mayores le gritan todos los días al país por qué no sabe quiénes son ellos, y las ciudades son hostiles y los procedimientos necios y la forma cómo los tratan no es compasiva ni considerada.

El niño o la niña golpeados, abusados, maltratados con la férula verbal y el suplicio no tienen otra pregunta para sus padres, sus familiares, sus verdugos, para los que se roban y pervierten las raciones alimenticias escolares: ¿Usted no sabe quién soy yo? ¡Porque definitivamente no saben quiénes son los niños!

Y la pregunta tiene hasta una variante existencial: ¿o acaso usted sabe quién es usted?