… La pregunta en el tarjetón del Plebiscito deberá ser clara y concisa, de tal manera que pueda responderse con un sí o un no. ‘Para garantizar la libertad del elector, la pregunta no puede ser tendenciosa o equívoca,pues se debe evitar que la voluntad del ciudadano pueda ser manipulada o dirigida. Tampoco puede estar formulada de manera tal que induzca a la persona a una respuesta en un sentido específico». Texto de la sentencia c-379-16 de la Corte Constitucional sobre el Plebiscito. 337 páginas. http://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/2016/c-379-16.htm

Entre las muchas competencias que deberíamos desarrollar los seres humanos está la que nos hace aptos para tomar decisiones. Tiene como asignatura previa aprender a pensar, para poder evaluar adecuadamente las situaciones que se nos presentan –algunas de las cuales nos afectarán durante toda la vida-, saber balancear la razón y la emoción, y escalar nuestros asuntos de los cerebros reptiliano y límbico al cortical.

Hago esta entrada como una forma de sentar bases, y para poder pasar a lamentar lo que acaba de ocurrir entre la Ministra de Educación y la sociedad civil y religiosa, que terminó en una declaración del Presidente de la República recogiendo, prácticamente, la red lanzada con arrogancia por su funcionaria.

Voy más allá de celebrar que los colombianos estemos, por fin, manifestándonos acerca de las políticas que nos atañen como padres de familia, educadores y alumnos. Infortunadamente, los términos de ese zafarrancho, al que no se le puede llamar “debate”, dejan mucho que desear y nos están revelando al mundo como una sociedad primaria, en la que la propuesta de un Manual de Convivencia termina por muchas razones convertida en una garrotera.

Cada una de las partes ha vuelto a sus cuarteles a macerar la munición del rencor. Claro que lo más grave es que ese mismo país, y estos mismos colombianos, somos los que vamos a decidir la validez de unos diálogos y de un proceso de paz con las Farc, que nos van a comprometer por lo menos otra generación y varios años. Nos hemos lanzado a cabalgar sobre un proselitismo furioso, que definirá con el SÍ o con el NO un Plebiscito del que ya se ha publicado la sentencia definitiva sobre la Ley Estatutaria que define sus reglas, con un fallo que saldrá para lijado y pintura en el Congreso.

Es muy peligroso que en ese ambiente –en el que el jefe de campaña del SÍ amenaza con la guerra si llega a ganar el NO— se falte a dos condiciones fundamentales que deben caracterizar la toma de decisiones.

La primera es tener la información pertinente. Es decir, ni poca que no se sepa, ni mucha que confunda. La segunda es otorgar a la emoción un papel justo, para que no termine imponiendo a la razón sus efervescentes pareceres sanguíneos. Casi nunca se toman las decisiones así. Para la muestra, la del matrimonio, que por lo general se acomete en la barca del amor primerizo, la pasión desbordada, el bullicio social y los destinos familiares, sin tener en cuenta realidades mínimas sobre la naturaleza de quienes contraen, la magnitud del compromiso, el establecimiento de acuerdos que eviten sucumbir ante el ataque funesto de la monotonía cotidiana y los rigores y bendiciones de una empresa común que nunca debe dejar de ser maravillosa.

Por eso a quienes me preguntan si voy a votar Sí o NO en el Plebiscito, les respondo “No sé”. Y quiero explicar las razones. Las mías. Que están relacionados directamente con la falta de información y la desinformación de parte y parte. Y el negarme a ser raptado por el remolino chupamanchas de la emoción.

Primero, porque creo que el proceso no ha terminado. Faltan muchas precisiones sobre el Acuerdo, en lo que Indalecio Dangond definió en una columna en El Espectador como “muchos conceptos y letra chiquita (como las promociones de cierta línea área) que no explican su alcance”.

Segundo, porque creo que si la fecha del Plebiscito se saca de la manga –y se le ponen unos términos como a la Reforma Tributaria, es decir, presentarla en Octubre para tenerla como regalo de Navidad y Año Nuevo–, el proceso de explicación y pedagogía será un asunto de entrañas y no de sensatez. Creo que ahí se juega gran parte del sentido democrático de todo esto y mucho más de la vacuna que es necesario aplicarle para que no nos pase lo mismo que al Manual de Convivencia: que la paz con las Farc termine en una guerra entre nosotros.

En tercer lugar, porque creo que es muy importante el debate público por los medios de comunicación masivos. Que los partidarios de cada fracción intercambien argumentos frente a los colombianos, exhibiendo como condición pedagógica la tolerancia y los buenos términos. Por eso, un encuentro que tienen los dos bandos para el próximo jueves, gracias a la Universidad del Rosario y El Tiempo, debería tener una transmisión que cumpla con estos requisitos de difusión.

En cuarto lugar, porque no sé cuál es la pregunta del Plebiscito. Si esta fuera una entelequia para indagar si en últimas quiero la paz para Colombia, me sentiría manipulado. Y tratado mal mentalmente. Porque no creo que haya o deben ser pocas las personas que respondan que NO. Pensaría que para preguntar eso no se necesita un Plebiscito, ni cuatro años de encuentros y desgaste presidencial, ni su enorme costo, no solo en términos económicos sino de polarización nacional. Creo entonces, que la pregunta debe ser condicional. Y la opción interrogativa hacia el SÍ o el NO, debe pasar por declarar que el ciudadano ha sido informado adecuadamente por el gobierno de los términos y todas las condiciones del Acuerdo con las Farc, y ahí sí indagar si respalda el proceso o lo repudia.

La gestión del presidente, sin embargo, tiene una baja aceptación y los encargados de defender el plebiscito carecen de carisma para convencer a miles de colombianos que desconfían de las Farc y que consideran que sus comandantes deben ser castigados y excluidos de hacer política. La estrategia de divulgación del Gobierno es magnificar los beneficios que traerá la paz en términos económicos y sociales, mediante estadísticas y otras herramientas frías que no conmueven a la opinión pública. Entre tanto, la derecha ha escogido una estrategia de movilizar los sentimientos bajos de los ciudadanos —el ánimo vengativo, el matoneo, la exclusión de la oposición en la política, la deformación moral de ministros y del propio presidente y la deshumanización de los comandantes de las Farc—, lo cual puede ser efectivo en eventos únicos como un plebiscito. Salomón Kalmanovitz. http://www.elespectador.com/opinion/el-plebiscito

Por último, me parece que gústenos o no, la actitud ante el Plebiscito será influida por la imagen del gobierno todo y del Presidente Santos, especialmente, y por la condición presente y futura de la economía y de la gobernabilidad. Para no lacerar a esta, que es la que garantiza que hay alguien al mando, una mano que sostiene el timón ante un avance tan decisivo e inevitable como es la firma de un Acuerdo de Paz y todo lo que viene, es preciso, obviamente, contar con un gobierno y un gobernante. Ahí se la juega toda quien ha tenido el valor de encarar esta vuelta de tuerca. El mensaje que dio con respecto a lo que pasó con el Manual de Convivencia (no con “la ideología de género”), y su Ministra de Educación, deja el barco a merced de las tempestades.

¿Así es como vamos a construir una nueva Colombia? ¿Tenemos que resignarnos como país a que en los debates de importancia nacional primen las estrategias perversas de manipulación sobre las conversaciones donde se respete y escuche a la contraparte? ¿Qué estamos haciendo los medios de comunicación para ayudar a perpetuar esa cultura política? ¿Qué están haciendo los mismos políticos que saltan ante cualquier oportunidad sin importar el fondo de la información difundida? Ahora que viene la campaña por un plebiscito histórico con implicaciones fundamentales para Colombia, causa desazón presentir que los argumentos no estarán a la altura de lo que está en juego. Las mentiras ayudan a movilizar personas, sí, pero en ese proceso también las dividen más y más. Y así, sobra advertirlo, no se puede construir sociedad. http://www.elespectador.com/opinion/editorial/se-puede-construir-un-debate-gritos-articulo-649014

 

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