La Felicidad como una condición interna creada permanentemente por nuestra conciencia, que nos permite interpretar en términos mayormente positivos los variados hechos de la vida diaria, garantizándonos estabilidad emocional y salud mental a lo largo de nuestra existencia…
Va a cumplir un mes de publicado el primer diagnóstico de felicidad, presentado por el Departamento Nacional de Planeación, y en el que el termómetro de satisfacción con la vida marca un superlativo índice de 8,2 y nos vuelve a dejar como el país ambiguo y dual que siempre ha sido Colombia.
No es extraño que los hombres aparezcan siendo más felices que las mujeres y que la cajita feliz de la felicidad patria tenga entre sus ingredientes la importancia de los ingresos en la calidad de vida, el empleo formal, el acceso a los servicios de salud, y disfrutar de un buen nivel de educación, pareja y vivienda donde gozar de todo lo anterior.
Parece más bien una lista de deseos o un perfil de cómo queremos ser o qué queremos tener. Pues a pesar del forzado crecimiento de una gelatinosa clase media fácilmente, esas condiciones no son comunes a la mayoría de habitantes del país.
Menos aún en el contexto del conflicto armado que se comenzará a desactivar en los próximos días y que durará fácilmente quién sabe cuántos próximos años. El crecimiento de las poblaciones vulnerables –desplazados, despojados, violentados, etc. — es exponencial, y bien podemos estar seguros que el inventario no tendrá final, tanto o más que la sorpresa de reconocer a un país desvalido que habíamos ignorado de una manera impúdica.
A todos estos crecientes millones de personas las atraviesan historias de dolor y facetas de tragedia, que por otra parte subyacen y se potencian en el mensaje de la cultura religiosa que nos ha dominado. Pero el país es así, con unos niveles de satisfacción de 8,6, de preocupación de 3,3 y de depresión de 2,0, y una catarata de historias dramáticas que nos conmoverán hasta los tuétanos en la cotidianidad del posacuerdo.
¡La Felicidad, por fin!
Claro que más allá de compartir los términos del diagnóstico y su confrontación con la realidad, lo que sí hay que aplaudir es que estemos hablando de la Felicidad como un Derecho consagrado, como una razón de vida.
Newt Gingrich, ex presidente de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, lo refiere en su interesante libro “Descubra la Fe de una Nación”. Según él, en los fundamentos de su país proclamados en la Declaración de Independencia se enuncia que todos los hombres (y las mujeres, solo que en esa época no se mencionaban) “son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, entre los que están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Ojo: es la Felicidad. No estamos hablando de la euforia, de la exaltación no necesariamente sana de casuales estados de ánimo, casi siempre por la vía del consumo de alcohol que el Estado aprovecha para sus rentas y en otra ambigüedad típica nacional, ¡para invertir en salud y educación! Tampoco nos referimos a la alegría.
Hablamos, más bien, de la Felicidad como una condición interna creada por nuestra conciencia, que nos permite interpretar en términos mayormente positivos los variados hechos de la vida diaria, garantizándonos estabilidad emocional y salud mental a lo largo de nuestra existencia.
Esa maravilla requiere un trabajo que soportan distintas disciplinas, y en la que han confluido nociones desconocidas hasta hace relativamente pocos años, como la Inteligencia Emocional, la Resiliencia, el Mindfulness, la Psicología Positiva, la Decodificación Bioemocional, la Meditación, los Mapas Mentales y por supuesto, la poderosa Programación Neurolingüistica y la imprescindible reivindicación del apabullado “YO”. Y claro, una noción espiritual, que sea como sea que la interprete cada uno, es una fuerza poderosa.
El camino de la Felicidad
La tarea comprende el respetuoso desmonte de un patrón cultural y religioso que tributa al dolor y al sentimiento trágico de la vida(del que escribió Unamuno), y en el que no se consagra al Cristo de la Felicidad –que caminó sobre las aguas, multiplicó los panes, sanó a los enfermos e instituyó el perdón–, sino al mártir de la cruz.
Los tiempos tampoco están a nuestro favor. El historiador Johan Norberg, en su libro “Progreso”, señala que esta es la mejor época de la humanidad y el 2016 el mejor año para que un ser humano llegue al mundo. Hay menos hambre, pobreza y violencia que en los anteriores momentos de la humanidad, hay irradiación universal de los servicios públicos y un eco de salud y la prolongación inédita de las expectativas de vida.
El ser humano se aferra, sin embargo, a la desgracia como forma de vida. Tres cuartas partes de la humanidad consideran que el mundo está al borde del apocalipsis. “La razón de este pesimismo es que el ser humano está predispuesto a creer que las cosas son peores y a sobreestimar la posibilidad de una catástrofe, una herencia de los cavernícolas a quienes les tocaron tiempos más difíciles. Esto hace que los individuos no se fíen en datos, sino en recuerdos, y que la memoria los traicione porque trae a colación más lo malo que lo bueno”, reseña un artículo reciente de la revista Semana.
Los medios de comunicación aguan permanentemente los ánimos, al propulsar la difusión de malas noticias y la búsqueda de gente que muerde a los perros.
En todo caso, ya hay una corriente que está enseñando cómo ser felices, cómo ser imperiosa y necesariamente felices. Universidades como el Rosario y el Cesa –-gracias a la iniciativa feliz de José Manuel Restrepo Abondano— y la Sergio Arboleda tienen cátedra de Felicidad, inspirada en los tips del gurú temático de Harvard Tal Ben Shahar.
A ese universo en el que no solo abundan las víctimas del conflicto sino en el que caben quienes no saben manejar sus emociones, viven el amor con la adicción al dolor y no comprenden la necesidad de sanar su niño interno, estoy aportando mi propuesta “El camino de la Felicidad”, de la que adelanto el diagrama y que explicaré en un próximo artículo.
Ah, y Feliz, realmente Feliz Día de esos dos soportes poderosos para una vida sana: el Amor y la Amistad.
www.carlosgustavoalvarez.com Versión ampliada del articulo publicado originalmente en Portafolio 17.09.2016
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