Premio Nobel de Paz 2016 al presidente de Colombia Juan Manuel Santos «debe ser visto como un tributo a los colombianos que, a pesar de grandes dificultades y abusos, no han perdido la esperanza de una paz justa, y para todas las partes que han contribuido al proceso de paz. Este tributo es también, en no menos medida, a los representantes de las innumerables víctimas de la guerra civilEl resultado de la votación no fue lo que quería el presidente Santos. Una estrecha mayoría de los más de 13 millones de colombianos que emitieron su voto dijo no al acuerdo. Este resultado ha creado una gran incertidumbre en cuanto al futuro de Colombia«.

El 7 de febrero de 1948, 100.000 personas respondieron a la convocatoria del líder Jorge Eliécer Gaitán en la Plaza de Bolívar, “Marcha del silencio”. Y el aire afónico de ese momento solo fue interrumpido por la voz de quien sería asesinado dos meses después.

La “Marcha del silencio por la Paz”, como se ha denominado a la movilización y concentración de 30.000 jóvenes, 68 años después, fue posible gracias a una razón y a la gesta de gérmenes de líderes repartidos en las universidades.

Sorprende. Por muchos motivos. Porque ninguna congregación de ese tipo fue posible para apoyar el proceso cuando este se desarrollaba fuera de Colombia. Unió al “Sí” y al “No”, la más reciente división en este país de pedacitos. Se hizo con los nuevos poderes de las redes sociales que ya han emergido en otras primaveras. Y no tuvo un único líder, no de la clase política.

La clase política… Mientras avanzaban los diálogos en La Habana, en debates que el país nacional ignoraba por la obligación de atender sus tiránicos afanes cotidianos, se planteaban muchas preguntas. Una de ellas era cómo nos cogía el posacuerdo. Aparecían respuestas. Algunas en el libro de Claudia López “¡Adiós a las Farc! ¿Y ahora qué?”.

La presencia discriminada del Estado, de la ciudadanía y del mercado en las regiones. “Que políticos centrales posen de estadistas en Bogotá, mientras se eligen y cogobiernan con políticos corruptos y criminalizados a quienes delegan las regiones…”. Y algo más definitivo: que Colombia tiene un Estado débil “porque tiene un régimen político muy fuerte, que por su naturaleza y forma de ganar, acceder y ejercer poder político y económico inhibe una construcción estatal de las regiones…”.

La conclusión resignada, nefasto mantra nacional, es que eso es lo que hay. De esa manera fuimos a recibir gotas en el abrevadero patriótico que inhibe los grandes propósitos y cambios: algo es algo, peor es nada.

Una tarea como finalizar hostilidades con un grupo guerrillero insuflado de narcotráfico era un ejercicio de liderazgo. Quedaba en las manos de la clase política. Los resultados del plebiscito, especialmente la abstención, confirmaron lo que ya sabíamos: todos con la Paz, pero… el castigo popular que hoy tiene a la comunidad internacional mirándonos como bichos raros es contra la clase política.

Contra su vanidad. Contra su narcisismo desmedido. Contra su proceder autoritario. Contra su incapacidad de entender la grandeza y de asimilar que a ese pacto con los contrarios debíamos llegar unidos. El liderazgo implica oportunidad. Hacer las cosas en el momento debido y de la forma correcta.

Hoy, como en tantas otras ocasiones, estamos buscando ahora lo que debimos hacer antes. Reconociendo que este es un acuerdo de paz con las Farc, pero sobre todo, entre los colombianos. El “No” no puede ser un botín uribista. Pero hay que dialogar con Uribe.

País político: lidere con humildad. La humildad es grandeza. Una multinacional de automóviles promueve un producto con el eslogan “Es tiempo de redefinir el concepto de grandeza”. Ojalá lo entienda la clase política. A la que se le ha dado otra oportunidad. Puede aprender de los jóvenes. Que, como dijo Gaitán, demostraron ser superiores a sus dirigentes.

(Esta nota se publica originalmente en Portafolio, 07.10.2016.http://www.portafolio.co/opinion/carlos-gustavo-alvarez-2/pais-nacional-pais-politico-500863)